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Conectar el GPS en el coche o en el móvil si vamos a pie se ha convertido en un gesto habitual, y para muchas personas ya imprescindible, cuando emprendemos un viaje o nos movemos por las calles de una ciudad. Incluso abusamos de su uso ... con toda tranquilidad. Pero, cuidado, tiene efectos secundarios. La ciencia ha alertado de que el empleo frecuente de este dispositivo está afectando a nuestro sentido de la orientación y la visión espacial. Y, lo que es peor, podría hacernos más predispuestos al deterioro cognitivo con el paso de los años.
Nuestras habilidades para orientarnos se apoyan en la estrategia de la memoria espacial, que se produce en una parte del cerebro, el hipocampo. «Creamos mapas cerebrales basándonos en lo que vamos viendo, posiciones relativas en el entorno, lugares reconocibles... Al hacer este trabajo se crean nuevas redes neuronales en el hipocampo, incluso crece de tamaño», explica el doctor David Ezpeleta, secretario de la junta directiva de la Sociedad Española de Neurología. Por el contrario, la utilización del GPS por medio de órdenes que nos dirigen paso a paso «infrapondera la memoria espacial, de la que nos despreocupamos», describe.
Los efectos negativos de dejarnos dirigir por estos dispositivos están ya demostrados por estudios científicos, resalta el neurólogo. Uno de los trabajos más recientes que refrendan esa teoría es el que publicó la revista 'Scientific Reports', en el que participó Mar González Franco, una de las líderes de investigación neurocientífica de Microsoft. Llegó a la conclusión de que el uso masivo y frecuente del GPS limitado a obedecer instrucciones provoca «una pérdida de la capacidad de crear mapas mentales detallados del entorno, lo que disminuye las habilidades de orientación».
Las aplicaciones de Google Maps, Waze o cualquier otra de geolocalización sustituyen el papel que durante miles de años había hecho el ser humano para ubicarse y desplazarse. «Sin duda, la orientación espacial y todo lo que conlleva es una de nuestras más delicadas habilidades evolutivas que ahora está en riesgo», incide Ezpeleta.
El profesor de Neurociencias de la Universitat Oberta de Catalunya Diego Redolar subraya que se trata de «un problema de gran relevancia». Recuerda que tres investigadores noruegos recibieron el Nobel de Medicina por descubrir las 'neuronas de lugar', situadas en el hipocampo y que nos ayudan «a saber dónde estamos y a dónde queremos ir». «Funcionan como un GPS del cerebro», precisa. Una 'habilidad' que dejamos de lado cuando «conectamos los dispositivos para guiarnos y nos despreocupamos de fijarnos en el trayecto y de buscar referentes». Ponemos a trabajar esa parte del hipocampo, por ejemplo, cuando estacionamos el coche en un parking y memorizamos pistas y datos para ser capaces del encontrarlo cuando volvemos.
«El uso del GPS pasa factura», insiste Redolar. «Afecta al aprendizaje espacial y a nuestra capacidad para orientarnos. Es un proceso progresivo y a largo plazo, que ocurre si se relegan esas funciones del cerebro», incide este doctor en Neurociencias. Destaca que la situación es similar a la que han provocado las calculadoras, que han reducido la habilidad de cálculo mental –sumar, restar, multiplicar 'de cabeza'–. «Esas tareas dependen de la corteza parietal. Si haces mucho cálculo mental es como entrenar un músculo, que si no lo utilizas pierde fuerza», detalla.
Los dos especialistas citan una investigación del University College de Londres que demostró que el hipocampo de los taxistas de la capital inglesa iba creciendo a medida que memorizaban calles y direcciones de la ciudad en el ejercicio de su profesión. Según este ensayo, los taxistas tenían el hipocampo más grande que el resto de la población como consecuencia «de su cartografía espacial intensiva y de su experiencia multisensorial de la ciudad». Sin embargo, la estimulación del hipocampo se fue deteriorando con el empleo masivo del GPS.
Los científicos apuntan que el uso excesivo de estos dispositivos provoca más secuelas en la salud del cerebro. «Nos puede hacer más proclives al deterioro cognitivo en el futuro», subraya el especialista de la Sociedad Española de Neurología. Explica que reduce la capacidad de atención y memoria, de almacenar recuerdos, una función que cumple también el hipocampo. «Los recuerdos no solo se componen del hecho en sí, sino de la ubicación en el espacio y en el tiempo», argumenta el especialista.
Conducir siguiendo instrucciones afecta también a nuestras habilidades «para tomar decisiones sobre la marcha» y «nos hace cognitivamente más inflexibles», subraya David Ezpeleta. «Es decir, nos dificulta la improvisación, el cambio rápido de estrategia. Incluso nos podría hacer más intolerantes a la frustración, un peligro añadido cuando se va al volante», alerta. Sin embargo, todas estas consecuencias negativas del GPS se producen «si hacemos un empleo meramente pasivo» de esta herramienta, concluye el neurólogo.
Es posible hacer un uso más activo de este dispositivo para que no merme facultades del cerebro. «Por ejemplo, analizar una panorámica del mapa a menor escala al comienzo de la ruta puede servirnos de orientación topográfica auxiliar a lo que nos ordena la pantalla del móvil o del coche», detalla David Ezpeleta, portavoz de la Sociedad Española de Neurología. Subraya que incluso delegar ciertas funciones de la conducción en sistemas GPS es positivo. «Conducir supone un sinfín de estímulos fugaces y el cerebro cancela los que le parecen menos necesarios, señales de velocidad incluidas. Delegar funciones cerebrales como la orientación en sistemas digitales es útil porque descarga al cerebro de ese esfuerzo cognitivo que puede usar en otras tareas necesarias como mantener la distancia de seguridad, el carril adecuado o ver señales, con lo que se reduce el riesgo de accidentes«, explica este neurólogo.
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