Bucear dentro de un volcán

A lo que vamos es a que Xiloá, con un diámetro de más de dos kilómetros, es al mismo tiempo lago y volcán. Eso lo hace especial en general, pero muy en particular para el buceo. Ya de por sí este deporte compromete a todos los sentidos y a menudo da la sensación de que uno, ingrávido, ha cambiado de universo. Pues en este caso, más.

En muchos puntos de la caldera anegada la actividad geotérmica se mantiene vigorosa bajo el fondo, y es muy fácil detectar dónde ocurre porque ahí, en esos lugares, el agua como que serpentea, oscila irreal y ondulante como oscila el aire sobre el asfalto caliente. Es parecido a como hacían una transición al recuerdo en las películas antiguas. En esas zonas, generalmente entre los diez y los treinta metros de profundidad, se puede meter la mano en el sedimento blando, y cuanto más profunda se mete, más ardiente está. Quema.

Es muy impresionante también avanzar buceando a ras de fondo hacia el centro del cráter. Llega un momento en el que se abre un abismo negro de paredes verticales que parece hundirse hasta el mismo centro del planeta. Da miedo quedarse suspendido ahí, como flotando frágil sobre el infinito. ¿Quién sabe lo que puede salir de allí abajo? ¿Acaso no hay azufre, como en toda zona volcánica? ¿Y también contaminación dejada por las armas que se arrojaron tras el fin de la Revolución Sandinista? ¿Acaso no hemos visto tantas películas en las que con mucho menos ha habido mutaciones extrañas? Dicen los científicos que solo hay catorce especies de peces y algunas tortugas, pero vete tú a saber.