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¿Has probado a escribir un texto sin usar la letra a?
¿Sabías que...?

¿Has probado a escribir un texto sin usar la letra a?

Los lipogramas, que prescinden de una o varias letras del alfabeto, son una juguetona tradición literaria que se remonta a los clásicos

Viernes, 25 de junio 2021

Las erres, ni en pintura

Un lipograma es un texto en el que se evita usar una o varias letras del alfabeto, sin que el sentido se resienta por culpa de ese juego caprichoso. Puede parecer que no es tan complicado, y desde luego no plantea grandes dificultades si uno se propone prescindir de las letras menos comunes: por ejemplo, hasta ahora este párrafo no ha incluido eñes ni zetas. Pero, claro, la gracia está en el reto de escribir sin alguna de las vocales, tan frecuentes en nuestro discurso, o rizar el rizo y prescindir de cuatro de ellas para crear un texto monovocálico. Para que eso no resulte en un artificio espeso y forzado, incomodísimo de leer, hay que andar bien servido de arte. Los escritores siempre han sido amantes de estos pasatiempos y llevan toda la historia escribiendo lipogramas, con referentes clásicos como Laso de Herminone, Néstor de Laranda o Trifidoro de Sicilia. Pero pocos lo han llevado tan lejos como el poeta romántico alemán Gottlob Burmann, que se prohibió la erre con el propósito de dotar de «más dulzura» a su lengua: compuso ciento treinta poemas sin utilizar esa consonante y, al final de su vida, trasladó el requisito desde su literatura hasta su vida cotidiana y dejó de pronunciar palabras con erre, incluido su propio apellido.

La vuelta al mundo (casi) sin la letra a

Los lipogramas tienen un punto de chulería, de alarde de facultades, y a veces surgen de un desafío. Jacques Arago, un escritor, dibujante y explorador francés del siglo XIX, había contado en un libro su viaje alrededor del mundo. En una 'cena mundana', como dicen sus biografías, su vecina de mesa le retó a redactar de nuevo los recuerdos de su expedición sin usar la a, y al coqueto Arago le faltó el tiempo para poner manos a la obra: en ocho días completó su 'Viaje alrededor del mundo sin la letra a', más breve que la versión de alfabeto completo pero perfectamente legible. No le quedó más remedio que dejar sin nombrar algunos sitios: al pasar por las Canarias (Canaries, en francés), el hombre no pudo mencionar siquiera el archipiélago pero sí extenderse sobre Ténériffe. La autora del 'encargo', por cierto, le agradeció el esfuerzo con una carta de mucho mérito en la que no había ces. No consta la reacción de la dama cuando, años después, Arago confesó que se le había colado una a en la palabra 'serait' (sería).

Fiat en francés, Citroën en español

En Francia se escribió también lo que podríamos llamar la biblia del lipograma moderno. El escritor Georges Perec formaba parte de Oulipo, un grupo de escritores que adoraba someterse a estas limitaciones voluntarias, ya que las entendían como una vía para renovar la literatura, que veían agostada ya a esas alturas del siglo XX. En plena convulsión de mayo del 68, Perec escribió 'La disparition', una novela de 297.000 caracteres en la que no empleaba ni una sola e: los lingüistas han calculado que, en un texto de esa extensión en francés 'normal', la vocal habría aparecido unas 50.000 veces. 'La disparition' se publicó en 1969 pero no se tradujo al español hasta los 90, si es que en este caso tiene sentido hablar de traducción: con el título de 'El secuestro', la versión española no utiliza la letra a. El equipo que se ocupó de ella recibió el Premio Stendhal por su trabajo, una tarea de invención desbordante que va de lo más elemental (un Fiat pasa a ser un Citroën) a complejas piruetas para no apretar la tecla prohibida. Ah, Perec remató su fase lipogramática publicando en 1972 'Les revenentes', en la que no aparece más vocal que la e: se ve que le habían quedado muchas en el almacén.

El chófer nuevo pulverizó esqueletos

Como estas líneas quedarían tristemente cojas sin unas líneas de lipograma, vamos a acudir a uno de los autores españoles que han sabido escribirlos con más gracia y destreza, hasta el punto de que el lector cree estar leyendo un texto convencional. Enrique Jardiel Poncela publicó en los años 20 del siglo pasado cinco relatos lipogramáticos, prescindiendo en cada uno de ellos de una vocal. Así empieza el de la a, 'El chófer nuevo': «Siempre que el chófer nuevo puso en movimiento el motor de mi coche ejecutó sorprendentes ejercicios llenos de riesgos y sembró el terror en todos los sitios: destrozó los vidrios de infinitos comercios, derribó postes telefónicos y luminosos, hizo cisco trescientos coches del servicio público, pulverizó los esqueletos de miles de individuos, suprimiéndoles del mundo de los vivos, en oposición con sus evidentes deseos de seguir existiendo; quitó de en medio todo lo que se le puso enfrente; hendió, rompió, deshizo, destruyó; encogió mi espíritu, superexcitó mis nervios… pero me divirtió de un modo indecible, porque no fue un chófer, no; fue un simún rugiente (...)».

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