Ilustración: sara i. belled
VIVIR

Prohibidas las citas: las ataduras del éxito en Japón

El mundo del espectáculo en el país asiático exige a sus ídolos, especialmente a las chicas, una conducta moral que no defraude las fantasías de sus seguidores

Domingo, 6 de diciembre 2020

En las sociedades occidentales, la condición de artista famoso se interpreta a menudo como una carta blanca para portarse mal. A los cantantes e intérpretes de éxito no solo se les toleran conductas y excesos que a lo mejor contemplaríamos con censura en el vecino del tercero, sino que de hecho casi esperamos de ellos que lleven una vida poco convencional: el ejemplo más exagerado sería el 'rock and roll way of life' de antaño, cuando los músicos coleccionaban amantes, acumulaban drogas y devastaban habitaciones de hotel. Hoy, en tiempos de costumbres más moderadas, resulta difícil que nos escandalice o incluso que nos sorprenda el comportamiento privado de una estrella.

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Como en tantas otras cosas, Japón es diferente en eso. Allí se exige a los artistas una vida ejemplar y se les castiga sin compasión si no cumplen con esas expectativas. El caso más reciente ha sido el del veterano cantante Masahiko Kondo, una estrella del pop que ha visto cómo su carrera de cuatro décadas se interrumpía abruptamente por culpa de un adulterio. Kondo lleva 26 años casado y es padre de un hijo adolescente, pero el semanario 'Shukan Bunshun', azote de los famosos, reveló el mes pasado que mantiene un romance con una mujer veinticinco años más joven que él. La agencia que representa al músico ha cancelado todos sus conciertos y ha emitido un comunicado de tono muy duro: «Se ha comportado de manera irreflexiva, no ha tenido la conciencia y el sentido de la responsabilidad propios de una persona adulta y casada».

Es una reacción habitual en las agencias de talentos niponas, que son quienes manejan el mundo del espectáculo en aquel país, aunque las que cargan en mayor medida con insólitas exigencias morales son las artistas femeninas, sobre todo las de menos edad. En el corazón de la industria del entretenimiento japonesa late el concepto de 'aidoru' o ídolo, artistas muy jóvenes (de ambos sexos, pero primordialmente chicas) que no solo cantan y bailan (y trabajan como modelos y actúan en series o ponen voz a dibujos), sino que de alguna manera se convierten en personajes a tiempo completo y sacrifican su vida privada. «Los grupos no solo venden música, venden una narrativa de fantasía», resume el periodista Ian Martin. «Para algunas personas, los ídolos femeninos japoneses representan la feminidad perfecta. Son 'sex symbols' y a menudo se visten de manera provocativa, pero, a la vez, se espera que sean sexual y románticamente inexpertas, o que al menos lo parezcan», desarrolla la profesora Wendy Xie, de la Appalachian State University.

Un fragmento del vídeo de disculpa de Minami Minegishi.

Las transgresiones de esa norma se pagan. El caso más conocido es el de Minami Minegishi, una de las fundadoras del multitudinario y exitosísimo grupo de chicas AKB48, que cuenta con su propio teatro y con franquicias internacionales. En 2013, el 'Shukan Bunshun' desveló que había pasado la noche en el apartamento de un chico (la reconocieron pese a que salió camuflada con mascarilla y gorra de béisbol) e hizo zozobrar su porvenir artístico, ya que las inhumanas normas de la banda prohíben este tipo de encuentros. Minami difundió un vídeo de disculpa en el que aparecía con la cabeza recién rapada, suplicando la indulgencia de sus fans: «Todo lo que hice fue culpa mía, lo siento mucho. No creo que se me pueda perdonar», decía entre violentos accesos de llanto. La empresa la degradó al nivel de becaria, el más bajo de la 'troupe', y tuvo suerte: en AKB48 ha habido despidos por esta causa, así como 'destierros' a alguna de las divisiones periféricas.

Por llevar un anillo

Los ejemplos proliferan en la historia reciente de la cultura pop japonesa y las estrellas llevan al extremo lo de no decepcionar a sus seguidores. La cantante y actriz de doblaje Yu Serizawa pidió perdón tras aparecer con un anillo 'sospechoso' en unas fotos tomadas en un karaoke: «Os he traicionado por mis acciones alocadas». Otra figura popular, Aya Hirano, fue arrinconada solo por comentar sus preferencias en materia de hombres. Y al actor Jin Akanishi lo eliminaron del reparto de una serie y le suspendieron una gira por casarse. En las contadas ocasiones en que estas cuestiones llegan a juicio, todo depende del juez: en 2015, una cantante de 17 años fue condenada a pagar 5.000 euros a su agencia por haberse ido a un hotel con unos admiradores, ya que la sentencia argumentó que «siendo un ídolo femenino, la política de no tener citas era necesaria para ganarse el apoyo de los fans masculinos». Por supuesto, los contratos que permiten este control totalitario son igualmente despiadados en otros aspectos: en 2018, una chica de 16 años, componente de un grupo poco conocido, se suicidó porque le impedían abandonar la banda. Según la familia, la productora le exigía 800.000 euros como compensación.

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El concepto japonés de ídolo, con su singular combinación de inocencia y erotismo, tiene vertientes que desconciertan a los extranjeros. La profesora Xie ha estudiado en profundidad el caso de AKB48, una macroempresa que este año incluye a 135 chicas, y cita algunos de esos rasgos peculiares. Los cedés, por ejemplo, incluyen pases para acudir a los 'meet and greet' (los encuentros en los que se puede estrechar la mano a las artistas y conversar brevemente con ellas) y también papeletas para votar a la favorita de cada uno. Eso empuja a algunos fans a adquirir decenas de copias, con casos extremos en los que un seguidor rumboso ha invertido cientos de miles de euros en un mismo disco. En el 'merchandising' aparecen objetos tan chocantes e inquietantes como las fotos con sabor, pensadas para besarlas o lamerlas, y las propias cantantes asumen a veces actitudes drásticas, como la de ponerse guantes cuando deben tocar a un hombre en los programas de televisión y «reservar así sus manos desnudas a los fans». Cuando Minami Minegishi se rapó la cabeza en señal pública de contrición, algunos de sus admiradores más devotos se resistieron a perdonarla: «¿Por qué me ha traicionado? –se lamentaba uno–. Recuerdo el calor de sus manos al saludarme, pero ahora me he dado cuenta de que era todo una gran mentira».

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