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Ilustración: Lidia Carvajal
¡Mejor que no te levanten una estatua!

¡Mejor que no te levanten una estatua!

Los nuevos monumentos en honor de personajes ilustres suelen ser objeto de mil críticas éticas y estéticas

Lunes, 1 de noviembre 2021, 00:01

De un tiempo a esta parte, las estatuas se han vuelto problemáticas. Lo empezamos a tener muy claro con las estatuas 'viejas', esas que llevan décadas o incluso siglos en nuestras calles y plazas: muchas de ellas representan valores que se han quedado desfasados, que ... incluso colisionan con la manera en que muchos entendemos la vida y la sociedad, y proliferan las campañas para retirar monumentos que honran a personas con alguna vertiente reprobable (por ejemplo, vínculos con el esclavismo) o que protagonizaron gestas que hoy pueden resultar cuestionables (es el caso de los conquistadores de América). Pero ese perfil controvertido de las estatuas también tiene que ver con las 'nuevas', las que se instalan ahora mismo en el espacio público. Están concebidas como homenajes, a modo de aplauso y reconocimiento colectivos, pero muchas de ellas acaban directamente en el centro del debate por razones éticas o estéticas y son despedazadas como parte del despiadado escrutinio de las redes. Tal como van las cosas, que te levanten ahora mismo una estatua no es ningún regalito.

Inauguración del monumento a Melania Trump en Eslovenia, que ardió meses después. Jure Makovec/AFP

Los debates se han multiplicado en los últimos años. De la estatua a Lady Di que se inauguró en Londres el año pasado, el crítico de un periódico escribió que parecía haber sido modelada «con guantes gruesos y sin una foto a la vista» (ya se ve que algunos medios tradicionales no se quedan atrás en este tipo de comentarios); del busto de Cristiano Ronaldo en el aeropuerto de Madeira se comentó que se parecía bastante más a otros futbolistas que al propio homenajeado, con un choteo global que impulsó la retirada de la obra; a la imagen de Melania Trump que había tallado con su motosierra un artista esloveno directamente le prendieron fuego, aunque ahora ha sido sustituida por una réplica en metal (dedicada, no ya a la ex primera dama de EE UU, sino «a la eterna memoria del monumento» que ocupaba antes su lugar), y qué decir del colosal 'Renacimiento africano' de Senegal, que logró la proeza de ser criticado simultáneamente por los clérigos musulmanes (que veían la figura de la mujer demasiado desnuda) y los colectivos feministas (que la encontraban sumisa en exceso). El descontento con las representaciones femeninas se ha vuelto recurrente, pero no es ni mucho menos el único rasgo que complica el consenso: a lo figurativo se le reprocha a menudo su escasa semejanza con el original, mientras que las opciones más conceptuales o simbólicas se ven muchas veces como volátiles caprichos de artista.

C-3PO en la Acrópolis

En el lado figurativo, hay un debate candente sobre la estatua dorada de Maria Callas que, sufragada por unos fans, se acaba de instalar a los pies de la Acrópolis de Atenas. La han llamado de todo menos divina, que es como apodaban a la soprano: que si parece «Ghandi con tacones», que si recuerda a las estatuillas de los Oscar, que si nadie esperaba un tributo griego a C-3PO... Y, mientras tanto, el director del Festival de Atenas ha recriminado que su postura, con los brazos cruzados ante el pecho, resulte impropia de una diva de ópera, ya que «bloquea la producción de la voz». También en las últimas semanas, se ha llegado a comparar el busto de Alfredo Pérez Rubalcaba con el 'ecce homo' de Borja y han tronado voces en Italia contra 'La espigadora de Sapri', que representa a la heroína de un famoso poema y ha quedado «demasiado provocativa», en palabras de un diputado, tanto como para suponer «una bofetada a la historia de las mujeres», según añade una senadora. Lo mismo ocurrió en Zimbabue con la estatua que honra a la luchadora anticolonial Mbuya Nehanda Nyakasikana: su primera versión se consideró indebidamente «voluptuosa», mientras que la segunda ha sido criticada por su coste. Y, hace un par de semanas, en México, han cubierto con bolsas la efigie recién inaugurada del actor Eugenio Derbez por considerarla frívola y un «monumento a la estupidez».

Las esculturas en honor de Maria Callas, Mary Wollstonecraft y (con una pancarta de protesta) Eugenio Derbez.
Imagen principal - Las esculturas en honor de Maria Callas, Mary Wollstonecraft y (con una pancarta de protesta) Eugenio Derbez.
Imagen secundaria 1 - Las esculturas en honor de Maria Callas, Mary Wollstonecraft y (con una pancarta de protesta) Eugenio Derbez.
Imagen secundaria 2 - Las esculturas en honor de Maria Callas, Mary Wollstonecraft y (con una pancarta de protesta) Eugenio Derbez.

Quizá para ahorrarse tantas complicaciones, el monumento en honor de Johnny Hallyday que adorna París desde hace un par de meses ha optado por otro enfoque. Se compone de un mástil de guitarra con una motocicleta Harley-Davidson en lo alto. Los colegas del difunto roquero han mostrado distintos niveles de disgusto: «No se puede decir que sea bonita», se resigna Sylvie Vartan; «Es una catástrofe», se horroriza Eddy Mitchell, mientras los internautas preguntan si han abierto un concesionario de Harley o si ha ocurrido un grave accidente de moto. Pero, frente a estas ocurrencias, el debate más profundo fue el suscitado hace un año por la pieza que homenajea en Londres a Mary Wollstonecraft, un nombre fundamental en la historia del feminismo: se trata de un desnudo que emerge en lo alto de una especie de turbulencia de formas, a modo de símbolo de la liberación de la mujer. Aunque es obra de una escultora, muchos la han considerado un claro ejemplo de la denominada 'male gaze' o 'mirada masculina', la representación de la mujer desde una perspectiva sexualizada y sexualizante.

Reconocimientos «de otra manera»

A estas alturas, en vista de los problemas que nos da lo heredado y lo poco de acuerdo que estamos con lo nuevo, ¿deberíamos plantearnos si ha llegado el momento de abandonar eso de las estatuas? «Si ha cambiado la forma en la que entendemos y leemos el pasado, al abrigo de movimientos antirracistas y sobre todo antiesclavistas, es posible que tengamos que preguntarnos si erigir una estatua es la forma en la que nuestra sociedad quiere celebrar la vida de alguien –reflexiona la historiadora y crítica de la cultura y la imagen Déborah García Sánchez-Marín–. Quizá el reconocimiento tenga que producirse de otra manera. Quizá deban ser monumentos y estatuas con un componente de virtualidad que permita ir añadiendo lecturas: desde luego, gracias a lo digital, las posibilidades son máximas. Pienso que sería interesante trasladar la piedra al píxel, digitalizar antes de destruir, pues el píxel puede incluir relatos y lecturas que la piedra discrimina o que tienden a borrarse».

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