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La máquina de escribir fue un artilugio esencial del siglo XX. A quienes llegamos a vivir sus tiempos de esplendor, se nos ha quedado grabado su inconfundible repiqueteo, salpicado de las cabalgadas de la barra espaciadora y del tintineo que señalaba el margen derecho del papel. Con connotaciones que abarcaban desde la rutina de las oficinas hasta la severidad de la burocracia, no es raro que haya dejado su huella en la música. La mecanografía aparece mencionada en muchas canciones, desde el versionadísimo chachachá 'Las secretarias' del mexicano Pepe Luis (que cita a las taquimecanógrafas, en su afán por encontrar una empleada «competente, con experiencia y buena presentación» que sea «joven y bonita y con carta de recomendación») hasta las 'Palabras de amor escritas a máquina' del italiano Paolo Conte (la historia de una relación en las cuatro páginas mecanografiadas... por el abogado de ella). Pero la máquina de escribir también ha servido como singular instrumento de percusión, que incluso llegó a triunfar en las listas y en los Grammy gracias a '9 to 5', el himno que Dolly Parton dedicó a las trabajadoras de oficina: nada más empezar, ahí suenan el repiqueteo y el timbre del carro. La cantante ha contado que, al componerla, marcó el ritmo entrechocando sus uñas postizas.
La tradición musical de la máquina de escribir viene de mucho antes y tiene más que ver con la música culta. El pionero fue el compositor francés Erik Satie, que en 1917 decidió incorporar ese sonido de la modernidad a su ballet 'Parade'. No era la única rareza de la partitura, en la que también se escuchaba un disparo, el chasquido de un látigo o una sirena de niebla. La máquina de escribir ha irrumpido en obras de vanguardia (la usó, por ejemplo, el polaco Krzysztof Penderecki), pero también en piezas menos rupturistas: el español Pablo Sorozábal introdujo una en el sainete lírico 'La eterna canción', donde servía a la vez de instrumento musical y elemento escénico, ya que acompaña el momento en que el sargento Martínez está tomando declaración a los arrestados en una pelea de café. La pieza definitiva para máquina de escribir es seguramente 'The Typewriter', compuesta en 1950 por el estadounidense Leroy Anderson. «Es el más perfecto complemento en la utilización y organización del ruido de la máquina de escribir», elogia el investigador y 'performer' André Ricardo do Nascimento, que ha estudiado a fondo este asunto en su tesis 'Taquigrafonías' y ha recopilado el material en una interesante cuenta de Bandcamp. 'The Typewriter' alcanzó la popularidad masiva en 1963, cuando el cómico Jerry Lewis la aprovechó para hacer de las suyas en la película 'Lío en los grandes almacenes', y su interpretación en salas de conciertos también suele derivar inevitablemente en risas, con un percusionista encargándose solemnemente del tecleo, a tope de pulsaciones.
Esa ubicación imprecisa entre la experimentación y el juego es una constante en la vertiente musical de la máquina de escribir. En Estados Unidos existe desde hace trece años la Boston Typewriter Orchestra, un grupo entre lo teatral y lo musical que aspira a «entretener a las masas» mediante su «manipulación rítmica de la máquina de escribir combinada con elementos de performance, comedia y sátira». Lo mismo tocan en festivales de arte que en clubes y fiestas, siempre fieles a su lema «la revolución será mecanografiada».
El máximo logro en esa combinación de lo lúdico y lo académico podemos encontrarlo en el dactilófono o máquina de tocar, uno de esos diseños extravagantes que nutren el arsenal instrumental de Les Luthiers. El conjunto argentino siempre ha sido magistral a la hora de recontextualizar y rediseñar objetos cotidianos, con el dactilófono como uno de sus primeros logros, datado en 1967: se trata de una máquina de escribir reconvertida en vibráfono, con tubos de aluminio que se golpean al activar las teclas. «Produce sonidos con un timbre específico si se tocan varias teclas a la vez y se pueden generar acordes mayores y menores», analiza Do Nascimento. Esta máquina de escribir que sueña con ser piano acompaña, por ejemplo, 'El polen ya se esparce por el aire', una de sus tres 'canciones levemente obscenas'.
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