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Winston Churchill dijo una vez que la grandeza que ha alcanzado un hombre no se debe medir por lo que realmente ha dicho, sino por lo que los demás le creen capaz de haber llegado a decir. Eeeerrrr... No, por supuesto, el primer ministro británico y nobel de Literatura jamás afirmó semejante tontería, pero colocar su nombre por delante obra el prodigio de darle a la cita una apariencia más solemne, más imponente, más definitiva. A los políticos y a sus redactores de discursos les entusiasma colar a Churchill por algún lado, ya que eso sitúa al orador en íntima compañía de uno de los grandes: es como si el espectro de Winston se pasase un momento por la tarima para abrazar paternalmente a su voluntarioso colega y fumarse un puro con él. Además, cuentan con la ventaja de que el contenido de la cita es adaptable a prácticamente cualquier intervención, ya que podemos elegir entre todas las cosas que Churchill dijo y escribió (muchas y a menudo brillantes) y todas las que le han atribuido después de su muerte (que también son abundantísimas y, ojo, muchas veces están muy bien traídas). O, por supuesto, podemos vincular su nombre a cualquier otra máxima que hayamos leído o escuchado por ahí y enriquecer el corpus.
Sir Winston Leonard Spencer Churchill (1874-1965) se ha convertido en algo así como el rey de las citas falsas, un fenómeno que internet ha potenciado al extremo. Antes, las frases apócrifas saltaban de libro en libro, en una especie de cadena de autoridades que persistía o profundizaba en el error, pero hoy vuelan libres por internet, multiplicadas en memes que las combinan con alguna foto bonita o impactante. Ya dijo Churchill que «una mentira galopará por medio mundo antes de que la verdad tenga tiempo de ponerse los pantalones»... No, en realidad eso tampoco lo dijo jamás, aunque se ha convertido en uno de sus 'greatest hits' para nuestros tiempos, tan ajustados a esa descripción. Tampoco dos de sus grandes frases aspiracionales son realmente suyas: «El éxito no es definitivo, el fracaso no es fatal: lo que cuenta es el valor para continuar» y «si estás atravesando el infierno, sigue adelante».
El escritor y presentador de radio británico Nigel Rees es un reputado gnomólogo (así se denomina a los expertos en citas) que acuñó en los 80 el concepto de 'deriva churchilliana', es decir, el proceso por el que cualquier aforismo ingenioso o revelador que se le ocurra a una figura pública acabará atribuido a alguien más relevante en su mismo campo. También promulgó su primera ley de la cita: en caso de duda, atribuir a George Bernard Shaw, ya que el dramaturgo irlandés, de lengua rápida y demoledora, es otra estrella global de la referencia apócrifa: «Shaw, Churchill, Oscar Wilde, Abraham Lincoln y Mark Twain han quedado fijados en la mentalidad popular como prácticamente las únicas fuentes de frases agudas y citables. Es alarmante la manera en la que casi cualquier afirmación que no esté ligada obviamente a otro creador acabará algún día atribuida a uno de estos cinco», sostiene Rees, aunque también admite que, para las frases de origen no anglosajón, conviene tirar de Goethe. En las últimas décadas, Einstein y Gandhi se han sumado con mucho ímpetu a este poderoso equipo. El gnomólogo también ironiza sobre el 'creo que fue X quien dijo...', tan socorrido para introducir la frase mal atribuida: «Da al orador el aire de alguien que está familiarizado con todo lo que merece la pena citar, pero que no quiere parecer culto con demasiada ligereza».
¿Por qué Churchill? ¿En virtud de qué se ha convertido en la figura más emblemática de esta curiosa deriva? «Dijo tanto, y lo dijo tan bien, que la gente vincula a menudo su nombre a alguna máxima porque creen que 'debería' haberla dicho», responde Richard M. Langworth, un estudioso del primer ministro que se ha convertido en el árbitro más fiable para dirimir lo que sí dijo y lo que no (en España, la editorial Plataforma ha editado su libro 'El ingenio de Churchill').
Langworth bucea en las bases de datos del Churchill Project (un abrumador canon de ochenta millones de palabras, que abarcan desde sus libros y artículos hasta sus cartas privadas y los textos de sus biógrafos) y mantiene actualizado un catálogo 'online' de las frases que se le atribuyen sin ninguna justificación. «Si dos personas están de acuerdo en todo, una de ellas es innecesaria». «El valor es lo que hace falta para levantarse y hablar; el valor es también lo que hace falta para sentarse y escuchar». «La diplomacia es el arte de decirle a la gente que se vaya al infierno de manera que te pregunten el camino». «Dios creó Francia por su belleza y a los franceses para compensar». «La oposición ocupa los bancos de enfrente, pero el enemigo se sienta detrás de ti». «Los fascistas del futuro serán los antifascistas». «Prefiero discutir con cien idiotas que tener a uno de ellos de acuerdo conmigo». «No te preocupes por evitar la tentación:ya te evitará ella a ti cuando envejezcas». «Las cosas más difíciles para un hombre son trepar por una pared que se inclina hacia él y besar a una chica que se inclina hacia el otro lado». «No confíes en ninguna estadística que no hayas falseado tú mismo». Todas se las cuelgan a Churchill y ninguna la dijo, aunque también hay alguna que sí pronunció, pero citando a su vez a otro: «Hay un montón de mentiras circulando por el mundo, y lo peor es que la mitad de ellas son verdad», por ejemplo.
En ocasiones, la cita atribuida encaja sin conflicto en el pensamiento de Churchill: es el caso de «quienes no conocen el pasado están condenados a repetirlo», que tan a menudo se trae a colación. En otros casos, en cambio, se trata de sentencias incongruentes con las ideas del personaje. «Una de las peores, y de las más largas, desfigura completamente la actitud de Churchill sobre la participación de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial. Otra, que es la que más atención atrae en mi web, es la frase en la que supuestamente se refiere a los líderes indios como 'granujas, canallas y saqueadores'. Y, por último, todos los insultos racistas que se le achacan sencillamente no existen», repasa Langworth. Este último punto ha ganado relevancia en los últimos años, cuando varias estatuas de Churchill han aparecido con pintadas que lo acusan de racista, un rasgo que Langworth desmiente tras estudiarlo en profundidad: «Comparado con el de la mayoría de sus contemporáneos, el lenguaje de Churchill estaba entre los menos ofensivos. La cuestión es que Churchill es el personaje político más documentado y citado del siglo XX: si nosotros tuviéramos todas nuestras palabras difundidas de manera tan amplia, incluidas las que otros creen que dijimos, ¿soportaríamos el escrutinio?». El erudito, dicho sea de paso, también rechaza la idea tan extendida de Churchill como un impenitente borrachín: es cierto que bebía mucho, pero sobre todo en las comidas, ya que el whisky que solía llevar en la mano (lo que un secretario bautizó como su «colutorio con sabor escocés») estaba muy rebajado con agua.
¿Cuál es la cita apócrifa de Churchill que más gusta a nuestros dos expertos? Nigel Rees se excusa con elegancia: «En realidad, no puedo elegir una 'favorita', porque las desapruebo todas». En cambio, Richard Langworth entra al trapo con decisión: «Mi preferida es una que aparece en muchos libros, incluido uno de los míos hasta que descubrí que no era auténtica». Se trata de un encuentro de estrellas en este singular universo, un supuesto intercambio de mensajes entre Winston Churchill y George Bernard Shaw, pero lo cierto es que ambos tacharon la historia de «pura mentira», por mucha pena que nos dé. Dicen que Shaw le escribió a Churchill: «Le reservo dos entradas para mi estreno. Venga y traiga a un amigo, si lo tiene». Y Churchill respondió a Shaw: «Imposible estar presente en la primera representación. Asistiré a la segunda, si la hay».
Hay dos diálogos que se atribuyen a Churchill y que suelen aparecer en las recopilaciones de réplicas ingeniosas que hacen algunas revistas. En uno de ellos, la aristócrata y parlamentaria Nancy Astor le dice:«Si yo estuviese casada con usted, le echaría veneno en el café». Y él le responde: «Si yo estuviese casado con usted, me lo bebería». Según recoge Richard Langworth, uno de los biógrafos de Churchill ha llegado a la conclusión de que el protagonista de la historia fue en realidad otro político conservador, F. E. Smith, «un bebedor mucho más empedernido», pero ocurre que un toma y daca prácticamente idéntico ya había aparecido en un chiste del 'Chicago Tribune' doce años antes, en 1900. «El veredicto es que F. E. Smith dio nueva vida a una vieja ocurrencia», dictamina Langworth.
En el otro diálogo, más abiertamente misógino, la parlamentaria laborista Bessie Braddock le dice:«Winston, estás borracho. Es más, estás desagradablemente borracho». Y él le responde:«Bessie, querida, eres fea. Es más, eres desagradablemente fea. Pero mañana yo estaré sobrio y tú seguirás siendo desagradablemente fea». La hija pequeña del primer ministro siempre puso en duda esta historia, pero un guardaespaldas se la confirmó a Langworth, con la puntualización de que Churchill salía de un largo debate y no estaba borracho, sino agotado. En cualquier caso, la réplica no se le ocurrió a Churchill, que siempre fue un tipo de llamativa memoria:adaptó a las circunstancias un diálogo de una película de W. C. Fields de 1934, en el que el epíteto empleado no era «fea» sino «loca».
Es una de las citas que se atribuyen a menudo a Winston Churchill, pero Richard Langworth niega que fuese suya. De hecho, se han rastreado distintas formulaciones de este pensamiento hasta 1879, cuando nuestro hombre solo tenía 4 o 5 años.
Es una de esas frases que Churchill sí utilizó, pero citando a otra persona:lo dijo John Dudley, primer Duque de Northumberland, que en el siglo XVI renunció al protestantismo para evitar (sin éxito) la ejecución.
Muy adecuada para citar en estos tiempos de 'fake news', pero mejor acreditarla bien para no ser parte del problema:lo escribió Cordell Hull, secretario de Estado con Franklin Roosevelt y premio Nobel de la Paz.
«Ampliamente atribuida a Churchill, pero no aparece por ninguna parte en su canon. Un número similar de fuentes se la imputan a Abraham Lincoln», apunta Langworth.
Pese a su fama, Churchill nunca lo dijo.
En formulaciones variables, se asegura que Winston Churchill destinó esta frase envenenada a figuras de su tiempo como los políticos Stafford Cripps o Edwin Scrymgeour (que abogaba por prohibir el alcohol), pero lo cierto es que no se encuentra en su canon.
«Aunque a veces se desesperaba por la lentitud de la democracia a la hora de actuar para preservarse a sí misma, Churchill tenía una actitud mucho más positiva hacia el votante medio», argumenta Langworth.
Al parecer, fue el político F. E. Smith quien dijo de Churchill que «se le satisfacía fácilmente con lo mejor», aunque algunas fuentes sostienen que él mismo lo repitió en una ocasión al director de un hotel.
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Javier Martínez y Leticia Aróstegui
Rocío Mendoza, Rocío Mendoza | Madrid, Álex Sánchez y Virginia Carrasco
Sara I. Belled y Clara Alba
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