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San Isidro y Santa María de la Cabeza, en procesión. CARLOS ESPESO
El santo labriego de la humanización y el sacrificio

El santo labriego de la humanización y el sacrificio

San Isidro Labrador posiblemente sea el santo con más devoción con rogativas y plegarias en procesión

Luis Amo

Miércoles, 15 de mayo 2024, 00:41

San Isidro Labrador custodia en su casa ser única ermita de la capital vallisoletana que es granero de fe y pronostico meteorológico del campo. La devoción al santo nacido en Madrid en 1079 conforma una de las cofradías de gloria más antiguas de la ciudad. Una tierra fértil, con sus secanos y sus regadíos, y sus labradores responsables con el terruño, con la naturaleza y con la propia existencia desde siglos orantes a San Isidro y Santa María de la Cabeza.

Mientras el 15 de mayo las semillas brotan, la actividad en el campo hace un paréntesis, «se va de fiesta porque hay que honrar a nuestro patrón, al que nos escucha y nos tiene en cuenta tanto en lo meteorológico como en lo comercial más en estos tiempos difíciles2, explica José Francisco Ruiz, agricultor de la zona de Tierra de Campos, los mismos que recuerdan la casi eterna cantata de «San Isidro Labrador/ por nuestros sembrados mira/ que por sus frutos suspiran/ tus hijos llenos de amor». Se trata de una trova que Joaquín Díaz identifica en Aguilar de Campos pero que realmente aúna la labor del campo entre las provincias de Valladolid, Zamora y Palencia. Un verso que llega a esta ermita de la capital desde la tradición rural. Pero también es celebración en Tierra de Pinares, en Tierras de Medina, Páramos del Esgueva, Campiña del Pisuerga…

Canonización en 1622

La casa del patronazgo labriego vallisoletano es un edificio sencillo, entre los barrios de Las Delicias y Pajarillos, aunque en la demarcación reconocida como barrio de San Isidro hace sólo una década tras aprobación en Pleno Municipal pese a ser uno de los entornos urbanos más antiguos de la ciudad. Porque esta construcción contigua al fielato de acceso a la ciudad, la aduana de entrada en otra época, se levantó después de que un grupo de agricultores decidieran clavar una cruz en medio de sus tierras a modo de rogativa celestial para pedir unas condiciones meteorológicas mejores para el campo. Todo coincidió con la canonización de San Isidro en 1622, una buena cosecha y mejor hermandad para erigir un pequeño templo que estos días cobra especial protagonismo si bien la restauración de hace varios años significa un recordatorio diario para cientos y cientos de peatones y conductores que discurren por el entorno en relación a que la agricultura es el bien más preciado que nos da la tierra.

Una máxima que la cofradía traslada a la ciudadanía con el mantenimiento tanto del templo como de la propia hermandad que cada vez tiene menos cofrades como consecuencia, principalmente como reconocen, los agricultores que viven en la capital tienen sus tierras de labor en la provincia, más o menos cerca, con lo que su cofradía, su santo y su celebración está en los pueblos pero no en la capital. Aún con todo, la cofradía creada con el nombre de Nuestra Señora de la O y bendito Isidro Labrador hacia el año 1494 inicialmente celebraba sus cultos en la Iglesia de San Andrés aunque fue a comienzos del siglo XVII cuando, con la aprobación de su regla en 1602, decidió la construcción de la actual ermita que se estrenó en 1692. Y, desde poco después, desde antes de concluir esa década, la bendición de las imágenes titulares de San Isidro Labrador y Santa María la Cabeza que presiden el altar.

Ermita de San Isidro en Valladolid. C. ESPESO

Este santo es patrón de los campesinos por su labor en la agricultura y su vida piadosa. Nació en Madrid en el siglo XI y se sabe que trabajó en las tareas de la labranza en una finca de la Familia Vargas durante toda su vida. Según la tradición siempre oraba por la lluvia y el éxito de las cosechas hasta el punto de que se cuenta que en épocas de sequía hizo llover con su oración especialmente piadosa y profunda. También se le atribuyen milagros como el descubrimiento de pozos que salvaron cosechas en tiempos de falta de agua para los campos o que hizo una olla de comida para dar alimento a los más necesitados y consiguió la multiplicación del grano. Otra leyenda, por ejemplo, en un año de extrema sequía es que el santo dio un fuerte golpe a una roca con una vara y comenzó a manar agua en el lugar donde ahora peregrinan muchos madrileños.

Vinculación con el agua

Una vinculación con el agua del cielo o del subsuelo que también motivó hace más de cinco siglos la ubicación de la ermita vallisoletana en esta localización del Páramo de San Isidro por donde transcurre el Canal de Duero, uno de los principales recursos de hídricos de la ciudad, y porque también está junto a la denominada Fuente de la Salud, histórico manantial de especial recogida de aguas para el consumo incluso con dotes milagrosas. Y todo, durante muchos siglos, en unos terrenos dedicados totalmente a la agricultura una circunstancia, por cierto, que se recuerdan también en la zona anexa a este templo donde la Cofradía de San Isidro recopila desde hace años diverso material en el Museo de Aperos de Labranza abierto en 2012 y que tiene el objetivo de que todas las generaciones, especialmente los jóvenes, conozcan cómo se trabajaba en el campo antes de la mecanización de las labores.

David Fernández, párroco de la Iglesia de la Milagrosa, circunscripción eclesiástica de la ermita de San Isidro de Valladolid, señala que, como hijo de labradores, «hay que enorgullecerse públicamente de la labor de los agricultores, que siempre están acostumbrados a mirar al cielo esperando la llegada, en su momento adecuado, del sol, la lluvia e incluso la helada». «Son personas de fe», declara el sacerdote subrayando «el esfuerzo y el sacrificio» de su labor. «Pese a la actual mecanización, la producción viene del cielo», coincide este párroco con los responsables de las juntas agropecuarias al tiempo que revela sus peticiones al santo: «La sociedad tiene que tomar conciencia de que el campo es el medio de nuestra propia supervivencia por lo que hay que humanizar el trabajo del campo y que la rentabilidad repercuta sobre sus trabajadores porque cada día son más las explotaciones que se dejan en estas tierras de Castilla».

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