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Quizá no pueda haber una paradoja mayor: la enorme cantidad de agua que inundó Valencia se llevó también el agua potable. Dos semanas después de la DANA, 7.000 personas siguen sin agua, según los datos actualizados este domingo por el Ministerio de Transición Ecológica. Y aunque los municipios de la zona cero restablecen poco a poco el servicio, persisten las dificultades. No son extraños los casos de viviendas que recuperaron el agua apenas 24 horas después de la gota fría mientras sus vecinos de enfrente lo hicieron una semana más tarde. Hasta que ha avanzado el progresivo goteo de grifos que vuelven a funcionar, miles de personas se las han tenido que apañar para sobrevivir sin un (líquido) elemento que, relatan ahora, no se valora hasta que falta.
Vicenta Serna y su cuñada Mari Carmen Zapata caminan por la Avinguda la Rambleta de Catarroja con una garrafa de cinco litros cada una. «Hasta ayer (por el domingo) no hemos tenido ni agua ni luz», explica Vicenta. La rambla del Poyo se llevó todo a su paso, también el motor que hacía ascender el agua hasta su vivienda, que quedó reventado. Desde el martes de la riada se quedaron sin agua corriente y comenzaron a abastecerse llenando sus recipientes en el punto de agua potable con cisternas que instaló el Ayuntamiento de la localidad.
«Hemos subido cubos, cuatro o cinco al día», recuerdan. Mientras, el agua del grifo comenzó a salir, pero turbia. «La hervíamos para poder limpiarnos mínimamente en un barreño, el cuerpo por un lado y la cabeza por otro, e incluso ese agua la reutilizábamos para tirarla luego por el baño. También la usábamos para fregar los platos, pero la ropa todavía no la hemos podido lavar», relata Vicenta. El sábado comenzó a manar agua del grifo, pero «aún no va bien», completa Mari Carmen.
En la acera de enfrente, Ana García y su hija Lucía Martínez también acarrean botellas. «Hemos estado una semana sin poder ducharnos y limpiándonos con toallitas de bebé», recuerda Lucía. Su madre y ella no han bebido del grifo, y aun así, han pasado una gastroenteritis. «Nos hemos sentido abandonadas, sin poder ir a trabajar, sin transporte público para ir al hospital. La ayuda ha venido muy tarde», lamenta Ana.
Barranco abajo, en la calle de Santa Cecilia del barrio de Les Barraques, posiblemente el más afectado en Catarroja por la falta de agua, a Ana Muñoz la normalidad le parece un sueño inalcanzable. Esta vía acumuló una montaña de coches, fue una de las últimas que vio llegar la maquinaria que los retiró y todavía hay muebles destrozados en el centro de la calzada. Su finca y otras dos contiguas se alimentan de pozos que quedaron cubiertos por el fango y los motores se rompieron por la fuerza de la riada. Estuvieron ocho días sin agua corriente.
«Los vecinos lo intentamos, pero no pudimos arreglar el pozo», indica Ana. El agua la tenían que hervir, «pero no era potable y no se podía beber ni cocinar». «Nos decían que tampoco podíamos lavarnos la cara, pero yo lo he hecho», cuenta esta vecina de Catarroja. Gracias a la ayuda de los voluntarios tuvieron agua embotellada y ahora, un camión del servicio de alcantarillado del Ayuntamiento de Logroño trata de drenar el barro. «Es un trabajo que va lento porque hay que sacar el barro tramo a tramo. Resultaba muy difícil desahogar las arquetas», relata el operario Fernando García, que confiesa no haber visto nunca ni algo remotamente parecido a lo que se ha encontrado en Valencia. Asegura que en su trabajo hay que tener mucha paciencia, pero por lo menos tiene una buena noticia: «En dos días podremos tener esta calle terminada».
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