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Cuando tenía cinco años, Asha Ismail fue sometida a una mutilación genital femenina en su Kenia natal. Treinta años después pertenece a una organización, Save a Girl, que aúna esfuerzos para evitar este tipo de violencia de género, tanto en los países donde ... la ablación es parte de un proceso cultural como en Europa, donde viven comunidades cuyo origen está en estas zonas del mundo. «Siempre me preguntan: ¿te acuerdas de ese día?», dice Ismail. «Y me obligan a recordar, lo que es una forma de revictimizar, de volver a pasar por eso. Quiero sensibilizar a la población contra la mutilación genital femenina pero no quiero que me hagan daño».
Entre las mujeres supervivientes de esta mutilación que viven en España, algunas ya son víctimas que llegan huyendo de la mutilación que les espera a sus hijas. La mutilación genital femenina, que consiste en la extirpación de partes del órgano sexual de la mujer, se considera una forma de sometimiento amparada en la cultura. La ablación vulnera el derecho a la vida, a la integridad, a la salud y a no ser sometido a tratos degradantes. En el mundo hay unas 300 millones de mujeres que han sufrido esta vulneración a su integridad física. En Europa no hay cifras fiables entre sus Estados miembros.
Las niñas supervivientes pueden ir de las 137.000 de Reino Unido a las 6.500 de Portugal, según cálculos de End FGM (Fin de la mutilación genital femenina, en español), recogidas por 27 asociaciones que conforman la red. «Es un asunto global en todos los continentes», asegura Ophelie Masson, miembro de la red, que visita España para presentar la guía 'Cómo hablar sobre la mutilación genital femenina'. «Es un tipo de violencia contra la mujer que sucede tres millones de veces cada año». Es decir, más de 8.000 veces al día.
En España no hay más datos que los estimados por el Instituto Nacional de Estadística (INE), a partir de la población que procede de países donde existe este tipo de práctica, de la que desagregan a las mujeres entre cero y trece años, y las señala como personas en riesgo. La última estimación es de 18.900 niñas, algo que «no es verdad», advierte María Gascón, portavoz de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR). «No se puede suponer que las personas africanas que vienen a España están dispuestas a mutilar».
Una al lado de la otra. Asha Ismail y su hija Hayat Traspas. Dos generaciones distintas, nacidas en dos geografías diferentes. Una es superviviente y la otra, no. Ambas advierten contra el estigma que se cierne sobre las mujeres que reconocen haber sido sometidas a algún tipo de mutilación genital. «A todos nos gustaría acabar con la mutilación genital femenina, pero no funciona como una dieta», afirma Traspas. «Mi madre tiene 30 años luchando contra esta práctica, pero todos se centran en lo que le pasó a los cinco años de edad».
Hay países donde la casi totalidad de mujeres son sometidas a la mutilación genital. En Somalia el 98% de su población femenina; Guinea, 97%; Sierra Leona, 90%; Mali, 89%; Sudán y Egipto, ambos 87%; Burkina Faso, 76%; Gambia, 75%, o Egipto, 74%, según datos de Unicef. Las mujeres de estos países pueden añadir esta causa a su solicitud de asilo o refugio. Los casos españoles difieren entre sí, aunque coinciden en que la mutilación siempre se acompaña por otros tipos de violencia, como el matrimonio forzoso y precoz, según Belén Martín, abogada del servicio jurídico de CEAR.
Ismail cuenta que, una vez en Somalia, una superviviente le recriminó la forma que tenía de hablar de la ablación. «Me dijo que disfrutaba de su relación con su marido, con el que se casó porque quiso, después de un largo noviazgo. Y uno piensa: cómo es posible. Y sí lo es». Cada persona enfrenta su trauma como mejor puede. «Muchas no se consideran víctimas de la violencia», advierte Traspas, activista de Save a Girl, plenamente integrada en el movimiento feminista. «Nos imaginamos a personas no educadas, en una zona rural africana, que no sabe sus derechos. Pero puede haber mujeres en Europa, que han estudiado en el colegio contigo, que conocen los derechos sobre el propio cuerpo y quieren practicarlo a sus hijas. Depende de cada uno. No hay que juzgar».
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