Virginia no siempre ha sido fuerte. Su historia está llena de sufrimiento, mentiras y lágrimas. Se enamoró muy joven del que se convertiría en su peor pesadilla. «Me tenía dominada y no sabía verlo. Al quedarme embarazada comenzaron los peores años de mi vida. ... Desprecios, insultos, palizas. Años de miedo constante en cuanto oía la puerta; por mí y mis hijos, que lo veían todo. Yo le perdonaba una y otra vez. Para él, yo no valía nada. Me quitaba todo lo que tenía: dinero, integridad, autoestima. En la última paliza me desvió el tabique nasal y tuve la cara morada dos semanas. Sus últimas palabra fueron: «Si no eres mía, no serás de nadie. Tu fin es el cementerio». Ese día temí por mi vida, pero sobre todo por la de mis hijos. Dije hasta aquí. Denuncié y me fui a casa de mi hermano». Virginia sacó a la luz su sufrimiento y abandonó el horror. No tenía nada, ni casa ni trabajo. Esto último condiciona a muchas víctimas a la hora de decidirse a denunciar. Cambiar un miedo por otro. Tener un empleo e independencia económica es fundamental para que las mujeres puedan salir del infierno de los malos tratos, así lo señalan el 95% de las encuestadas en el último informe de la Fundación Adecco.
No sabía por dónde empezar ni creía en ella misma. Llamó a la puerta de la Fundación Integra, una organización social que lleva 19 años integrando en el mundo laboral a las víctimas de la violencia machista. Tienen acuerdos con un centenar de empresas y en este 2020, año en el que cientos de víctimas de violencia de género han buscado ayuda durante la cuarentena para dejar la convivencia con sus agresores, han ofrecido contratos para casi 500 mujeres. «Han salido de una situación dificilísima y puestas a rendir, son excelentes. Tener un trabajo es el último eslabón para la normalización de su nueva vida», explica Ana Muñoz de Dios, directora general de la entidad.
Recientes estudios demuestran que el trabajo aporta a las mujeres maltratadas independencia económica, social, psíquica y emocional. Les permite salir del hogar, romper con el pasado, fomentar las relaciones personales, y les proporciona autoestima y seguridad en sí mismas. Resulta esencial para su recuperación contar con la autonomía y los ingresos que generan un puesto de trabajo. En resumen, resulta clave para alcanzar el mayor objetivo de todos: la normalización de su vida y de sus relaciones.
Durante el confinamiento, más del 32% de las mujeres que habían conseguido un empleo lo perdieron y aquellas que intentaron acceder a él, en la mayoría de los casos, no podían salir por vivir en casas de acogida, por el miedo a los contagios dentro de las casas, por ser personal de riesgo o por tener a su cargo a algún menor y no poder dejarlos con nadie para poder asistir a una entrevista de trabajo.
De los 16.000 contratos que ha ofrecido Fundación Integra desde 2001 a personas en exclusión social severa, el 30% han sido para mujeres víctimas. Las entidades sociales juegan un papel esencial para su recuperación emocional y psicológica y las empresas, son su salida definitiva. «Las mujeres nos llegan derivadas de entidades de atención primaria. Allí hacen todo el trabajo de apoyo psicológico, moral etc. Es la trabajadora social la que decide cuándo a una mujer le conviene trabajar. En ese momento, nos la deriva y nosotros hacemos el enlace de empleo». Añade que la fundación actúa como una plataforma de empleo más y que el anonimato de las beneficiarias es muy importante y se mantiene en todo momento. «Los trabajos ofertados son de todo tipo, desde servicio de limpieza a administración. Hay mujeres con carreras universitarias y otras sin formación alguna», explica.
«Me he dado cuenta de todo lo que valgo, de que estaba equivocada». La que habla es Mónica, que a los 16 años cayó en las garras de un maltratador. La Policía denunció de oficio su caso y le hizo abrir los ojos. «Me dijeron que si seguía así podría acabar muerta en algún cubo de basura». Terminó con varios años de maltrato y estuvo encerrada en casa unos meses hasta que conoció a una trabajadora social que la hizo llegar a esta fundación. «Llegué sin ánimo ni esperanza y el trabajo me hizo volver a ser persona», describe. De todo esto sabe mucho Rosario, que vivió un infierno de palizas y vejaciones durante cuatro años. «Me dejó sin autoestima, me decía que era fea y gorda». Gracias a una trabajadora social conoció la entidad y cambió el rumbo. «La formación fue todo, no sabía ni hacer un currículo. A los seis meses estaba trabajando de cajera en un supermercado, para mí, es un sueño».
Las historias se repiten y no por eso son menos dolorosas. María también pensó que no tendría salida tras una relación de más de veinte años con su marido. «Me anulaba, no me permitía desarrollar ninguna actividad. Me acostaba cada noche y pensaba: 'Dios mío, ¿cómo lo voy a hacer? ¿Cómo voy a sacar adelante a mi niño si no sé hacer nada?'», suspira. Ahora es una mujer libre y feliz junto a su hijo a la que el trabajo le devolvió la ilusión perdida. «Quien me iba a decir a mí que podría trabajar en un colegio». La directora general de la Fundación Integra explica que en un 90% de los casos, las empresas dan informes excelentes sobre las trabajadoras, que serán juzgadas por su valía y nunca por su historia. Virginia, María, Rosario y Mónica ya no son víctimas.
En España, 2,8 millones de mujeres han sufrido violencia sexual y más de 4 millones, agresiones físicas. La máxima expresión de la violencia de género, el asesinato machista, ha acabado con la vida de 1.074 mujeres desde 2003, 41 en lo que va de 2020, un año en el que la pandemia ha agravado las situaciones de maltrato.
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