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Los vecinos retornan con guantes, mascarillas (y no por la covid), gorras y sobre todo paciencia y fuerza, para entrar y ventilar, esperar quince minutos a que corra el aire y el salitre purifique las estancias cargadas de encierro, durante tres meses acumulados de gases ... sin olor y negras cenizas que entraron con la humedad y pudrieron los muebles o estropearon los electrodomésticos y, afuera, mataron al huerto y amenazaron con hundir los tejados. En las imágenes de los medios locales que acompañaron a los que volvían, en largas filas de coches que avanzaban con lentitud a primeras horas de la mañana, se aprecia que hay zonas menos afectadas, que conservan todavía su verdor y en los que los frutos, rojos o naranjas, destacan de la oscuridad del sustrato.
Lo primero que hacen al llegar: regar para evitar que los restos mínimos del volcán se levanten. Los retornados describen el paisaje, interior y exterior, como «desastre», «no es lo mismo», «alivio» o «es muy triste», ante el diario ‘El Time’, de La Palma. A algunos les molesta la visión del cerro de 200 metros que creó la erupción. A otros les preocupa que su parcela haya perdido valor.
En las instantáneas de los testigos se aprecia que los que exploran sus casas siguen al pie de la letra las recomendaciones de Miguel Ángel Morcuende, director técnico del Pevolca, cuando anunció esta operación del plan de Emergencia. Rebuscan en las paredes y se aseguran de que no haya abombamientos, deformaciones o grietas. De ver alguna, deben llamar a las autoridades para que realicen una inspección.
El retorno estuvo marcado por un horario, bajo la supervisión de las autoridades. No era una vuelta a casa permanente. Sólo una visita. Para dormir bajo esos techos todavía pasarán días. Mientras tanto, pueden acometer las tareas de limpieza. Siempre con guantes, calzado antideslizante, protección de cabeza, mascarillas FFP2, gafas de protección y un teléfono para dar aviso ante cualquier contingencia. Sigue siendo un lugar de desastre, en nivel «rojo».
Las áreas que se abrieron son algunas calles de El Paso, Tazacorte, Los Llanos de Aridane y Fuencaliente, según acordaron las autoridades en la reunión del comité de emergencia el día anterior. Quedan fuera de la zona de exclusión Tacande y Tajuya (rotonda del Sombrero), Las Martelas, La Condesa, Marina Alta, Marina Baja y la parte del campo de fútbol y el cementerio de Las Cabezadas, por el norte, y El Charco, por el sur.
La montaña de lava de detuvo, negra y humeante, incandescente en la noche, en medio de la carretera de asfalto que unía las casas y los platanales, la falda de la montaña con la costa. Días después, declarado el final de la erupción del volcán del Cumbre Vieja, se retira el obstáculo de plástico donde colgaba el cartel de «prohibido el paso, zona de exclusión», para que estos vecinos de cuatro poblaciones que rozaron la catástrofe puedan volver a sus hogares. Son un grupo exclusivo. Otros 6.000 siguen evacuados. Unos con todo perdido. Otros, sin saber si podrán regresar ni cuándo. «Yo no he vuelto porque donde yo vivo hay gases tóxicos», afirma Marisa, desalojada el primer día de Puerto Naos. Los gases, como el dióxido de carbono, siguen siendo, como hace dos semanas, el gran peligro para la población.
Con esta apertura de áreas, que no es la primera que efectúa el Pevolca, pero sí la más numerosa, prosigue el levantamiento de la evacuación que había comenzado a finales del año pasado con Las Martelas, puesto que «poco a poco se irá determinando aquellas aquellas zonas donde se puede volver progresivamente», como ya había manifestado a este periódico Montserrat Román, directora del Puesto de Mando Avanzado.
Una de las cuestiones es que, a pesar de que el peligro directo del volcán ya ha pasado, las zonas próximas a las coladas no son habitables, estando sin agua ni electricidad. Los vecinos que retornan no pueden acceder a garajes, trasteros o sótanos sin que se haya medido la concentración de gases. Hasta entonces deben evitar fumar o encender la luz hasta ventilar la casa. Si se notan mareos, se debe escapar y llamar a Emergencias. Una vez dentro, tienen que mirar que no haya deformaciones o grietas.
También se espera de que el comité científico determine un nuevo perímetro para realojar a más vecinos. Antes tendrán que evaluar tanto las coladas, que pueden tener los tubos lávicos todavía en ebullición, y los gases, muchos de los que pueden ser tóxicos, e incluso mortales sin despedir siquiera olores que alerten del peligro. En los hoteles de La Palma aún seguirán varios miles de afectados, debido a que sus casas no se encuentran en áreas seguras. La emergencia continúa en un «nivel rojo», recuerdan las autoridades.
Además de la llegada de los vecinos, lo más emocionante del día ha sido cómo una gran maquinaria rompía la colada de lava petrificada en dos y «liberaba» la plaza de la iglesia de La Laguna. «Sonará tonto, pero oír el rugido de esta pedazo de máquina me hizo llorar de alegría. Es como el primer paso de los muchísimos que quedan por recorrer», decía Yanet, en un foro de Telegram. «Meses oyendo el rugido del volcán, y escuchar este otro rugido me ha sonado a esperanza».
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