El brutal asesinato de la religiosa burgalesa sor Inés Nieves Sancho en la aldea de Nola (República Centroafricana) hace unos días ha hecho saltar a los titulares de medios de comunicación la realidad de un continente rico en recursos pero donde la mayoría de la ... población vive en la miseria y, en muchos casos, en un estado permanente de terror. Si no fuera por voces como las Jesús Ruiz Molina, obispo auxiliar de Bangassou y único misionero burgalés en dicho país, o por acontecimientos estremecedores como la muerte de sor Inés de la más cruel de las formas (fue degollada), nada o muy poco conoceríamos sobre la situación a la que se ve sometido un pueblo azotado por la criminalidad y la violencia extrema.
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«Yo no digo que sea una suerte tener mártires de esa manera», sostiene el delegado diocesano de Misiones, Ramón Delgado, «pero qué bien viene que ellos den voz a gente que no la tiene. Si no, no se hablaría de ello». Y es que África vive unos momentos de gran convulsión, explica Delgado. Muchos de los que estaban en Siria, miembros de movimientos islámicos extremistas se están desplazando o están regresando, porque muchos de ellos procedían del África subsahariana o del Sahel, son gente que ha aprendido a vivir la violencia, que no tiene una educación, que no tiene una cultura de trabajo y que ha vivido de matar y de morir.
Esto, unido a los conflictos armados que ha habido en África en los años noventa y a principios de este siglo, con muchos niños de la guerra, que han sido conducidos a coger armas y que han crecido sin saber otra cosa que vivir en esas situaciones de conflicto, de tensión y de violencia, donde no han trabajado los sentimientos y no saben expresarlos de otra forma que no sea violentamente, hace que nos encontremos con países como la República Centroafricana, donde hay 14 grupos armados que campan a sus anchas, tienen prácticamente dividido todo el país. Con un territorio equivalente a la península Ibérica, tiene solo 4 millones y medio de habitantes y millón y medio de desplazados.
Por si fuera poco, África está muy armada, especialmente la parte subsahariana y sahariana, sobre todo desde la caída de Gadafi, explica el delegado. «Era un líder y, al menos, como líder, mantenía cierta unión entre el pueblo musulmán; pero desde que él cayó, se han hecho como reinos de taifas donde también entre ellos están divididos. Cada uno es jefe de su propia cuadrilla y nos encontramos con gente a la que se le da un arma y se les dice que tienen que matar a su padre, a su madre o alguien de la familia y, una vez que han hecho eso, ya no pueden volver a sus poblados. Se les promete un arma, que cuando quieran mujeres, basta con asaltar una escuela y se llevan a las niñas que quieran…».
Son países con un tejido social muy débil, narra Delgado, «de manera que cuando se consigue poner en marcha una escuela, reunir un grupo de niños, encontrar un maestro y aquello empieza a funcionar, te viene un grupo de desalmados, se dedican a tirotear a todo el mundo, te matan al maestro, a algunos de los niños les dan un arma y se los llevan como soldados, a otros les matan y a las niñas se las llevan como esclavas sexuales. Es difícil mantener una educación, una forma de vivir en esa sociedad, que haya una esperanza».
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El reparto por los cinco continentes deja datos preocupantes. De los 620 misioneros, al menos 202 (el 32,58%) se encuentran repartidos por el mapa de los países más peligrosos del mundo.
En medio de ese panorama, los misioneros suponen siempre un sustento, una palabra de alivio. «El pueblo sencillo tiene mucha fe, es lo único que les queda: el contacto con la naturaleza, con sus tradiciones, donde puedan quedar, y su contacto con Dios. Ponen su esperanza en las manos de Dios porque no tienen dónde apoyarse. Y ellos no miran ya si es religioso, religiosa, si es padre o es madre, más joven o más mayor: es un hombre de Dios, una mujer de Dios, es una presencia de Dios en medio de ellos, y muchas veces por eso vienen a refugiarse a la misión».
En 2018 fueron asesinados en todo el mundo 40 misioneros, casi el doble que en 2017, con 23 muertes violentas; la mayoría de ellos eran sacerdotes, es decir 35. Mientras en los últimos ocho años el número más alto de misioneros asesinados se registró en América, el pasado fue África el continente que se ha adjudicó el primer puesto en esta dramática clasificación.
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Delgado no tiene muy claro que todas las víctimas lo hayan sido por persecución religiosa. «Puede darse por robar (la misión a veces es una trampa, los grupos armados saben que hay un vehículo, probablemente un ordenador…), ser víctima accidental… Pero es verdad que antes no mataban a un misionero, había un cierto respeto. Quizá fuera por temor, porque daba mala suerte matar a un misionero. Pero como se va viendo que se mata a un misionero y no pasa nada, en el sentido de que no se cae el cielo, no te ocurre una desgracia, no se te cae la mano por haber apretado el gatillo, no sucede una catástrofe, no te cae un rayo sobre el fusil cuando has disparado… pues la gente ha perdido ese respeto que había antes hacia lo sagrado.
También es cierto que el hecho de vivir en un contexto donde la vida no vale nada, los demás valores se deterioran por igual». Desde ese «no pasar nada» se ha pasado al extremismo yihadista: «no solo no pasa nada cuando se mata a un cura o un misionero, sino que matar a una cura te da la vida eterna. Y cuanta más autoridad religiosa, pues más».
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A pesar de ello, el misionero asegura que «antes podrían matarte, pero ahora lo más probable es que te secuestren: los grupos armados organizados necesitan dinero y los europeos somos una llamada de atención. Ahí también estamos encontrando un problema, y es que los Gobiernos a veces no nos dejan pasar de un país a otro o de una zona a otra porque no pueden garantizar nuestra seguridad. Te pueden secuestrar hoy, o mañana, o si no, pasado, porque el misionero está por todas las aldeas, por todos los caminos, no en un edificio oficial, donde está protegido».
¿Y cuál es la situación de los misioneros burgaleses? El reparto por los cinco continentes deja datos preocupantes. De los 620 misioneros, al menos 202 (el 32,58%) se encuentran repartidos por el mapa de los países más peligrosos del mundo. En África, encabeza el listado precisamente la República Centroafricana (con un solo misionero burgalés, el ya citado obispo auxiliar de Ban-gassou), pero también hay otros destinos convulsos como la República Democrática del Congo, con once burgaleses; o Burkina Faso, con dos; Chad, con cuatro, o Camerún, con cinco.
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En el continente americano, la mayor presencia de misioneros burgaleses se registra en lo que se ha convertido un auténtico polvorín, Venezuela, con 59; y también numerosos en los países de Centroamérica, 23 en México, once en Guatemala, siete en El Salvador, seis en Honduras o siete en Nicaragua.
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