Si Amancio Ortega, Bill Gates o Jeff Bezos fueran escandinavos, hoy sabríamos al céntimo cuáles fueron sus ingresos y cuánto les detrajo el fisco en el último ejercicio. Satisfacer esa curiosidad, insana para algunos pero indomeñable para todos, sobre lo que gana nuestro vecino, compañero ... de trabajo, pareja, jefe o millonario de cabecera es ya una consolidada costumbre en Finlandia, Suecia y Noruega. Llevados del espíritu calvinista y en un ejercicio de extrema transparencia no exenta de esa envidia que algunos tildan de cochina, los tres países escandinavos hacen públicos los ingresos y tributos de cada cual.
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En Finlandia la fiesta del cotilleo crematístico y fiscal es el primer día laborable de noviembre. Bautizado popularmente como 'el día nacional de la envidia', en esa inefable jornada es posible saber cuánto gana cualquiera, sea trabajador, parado, funcionario, profesional liberal o uno de los potentados que con sus espectaculares fortunas generan tanta pelusa entre los menos agraciados.
Las llamativas listas con los más acaudalados de la república nórdica abren periódicos e informativos ese 'día de la envidia' en el que la autoridad fiscal finesa abre la espita de los ingresos e impuestos de todos los contribuyentes.
Tres cuartos de lo mismo ocurre en Noruega, que a principios de noviembre actualiza sus listas de millonarios y abre la información fiscal a la curiosidad ciudadana. Un radical ejercicio de transparencia que también practican los suecos, aunque estos dejen un pequeño reducto de confidencialidad reservando el monto de las deducciones en los impuestos y de las rentas de capital.
En las tres democracias nórdicas la transparencia y la libertad de información son principios fundamentales que nadie cuestiona. Encaja bien con el espíritu calvinista imperante en esas latitudes, que condena la ocultación y consagra la sinceridad plena y el autocontrol. No se trata tanto de evitar la evasión de impuestos, sino de controlar la eficiencia de las autoridades tributarias al decidir qué impuestos debe afrontar cada hijo de vecino en función de sus ingresos.
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Se defiende además la extrema transparencia fiscal como una eficaz herramienta igualitaria, ya que la difusión de datos evidencia cualquier tipo de brecha salarial, combate la discriminación de género o racial, y también frena la corrupción al examinar con escrúpulo los ingresos y gastos de gobernantes y la aplicación de los impuestos.
En Noruega, donde el impuesto sobre la renta se introdujo en 1882, las listas revelan los ingresos, el patrimonio neto y los tributos satisfechos por cada contribuyente. Se consideró un asunto público desde entonces, cuando era un país depauperado, muy lejos aún de la riqueza y el bienestar que aportó la socialdemocracia y el petróleo del mar del Norte.
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Si hace un siglo los noruegos consultaban las listas en Ayuntamientos y oficinas tributarias, ahora tienen toda la información fiscal a unos golpes de clic en la página web de Skatteeaten, la autoridad fiscal noruega. Basta con introducir el nombre que suscite nuestra curiosidad fiscal, aunque hay un límite de 500 búsquedas anuales y hay que identificarse. Hasta el 2014 las búsquedas eran anónimas, pero desde entonces se informa a los interesados sobre quién cotillea sus datos. La restricción se aplicó para evitar abusos, y el debate se avivó tras el secuestro a principios de año de la esposa de uno de los hombres más ricos de Noruega, que sigue desaparecida.
En 2018 Skatteeaten atendió 1,6 millones de búsquedas, cifra más que respetable en un país con 4,2 millones de contribuyentes, pero que supone solo el 10% de las realizadas en 2012, según la cadena pública NRK. Si cien años atrás las listas tributarias las copaban los agricultores, en el 'top' de 2018 aparece magnates como el empresario petrolero y filántropo Trond Mohn, que con 443 millones de coronas (unos 44 millones de euros) de ingresos en un año acumula el quinto mayor patrimonio del país (5.700 millones de coronas, unos 564 millones de euros), y satisfizo en impuestos el 3,3% de su riqueza. Lo medios noruegos destacan que pagó cuatro veces más que Kjell Inge Røkke, el noruego más rico gracias a su conglomerado de plataformas marítimas, y con una fortuna de 18.600 millones de coronas (1.840 millones de euros).
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