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Acaba de cumplir la primera de las edades 'problemáticas' para el mercado laboral. A sus 45 años Jose Pardo, acogido por sus padres «porque si no, estaría en la calle», se ve obligado a «vivir al día» y cuando se le pregunta cómo ve su futuro, contesta rotundo: «Mi futuro es mañana; no veo horizonte más allá y tampoco me queda ilusión para imaginármelo».
Desempleado de muy larga duración y carente de cualquier tipo de ayuda, Pardo explica en qué consiste exactamente su situación trasladada a la vida diaria: «No es solo que no tengas recursos para lo más básico, es que tampoco puedes tener vida social; por desgracia, la sociedad actual está diseñada en torno al capital y a los parados nos deja sin capacidad de interactuar, completamente aislados».
Así que pasa su tiempo en la biblioteca y colaborando en un programa de radio, mientras mantiene el radar activo en la búsqueda de alguna ocupación. De momento, algún chaval al que dar clases porque lleva cerca de diez años apuntado al paro, pero el Ecyl nunca ha llamado a su puerta. «Al final, todo termina en el mismo callejón sin salida de la edad, la precariedad y los salarios de miseria».
Pardo estudió FP en la rama de Electrónica y después accedió a la UVA por el programa de mayores de 25 años para licenciarse en Filología Hispánica. Su experiencia laboral incluye trabajos en la cadena de Renault, como personal de mantenimiento en la universidad y una beca en las bibliotecas municipales. Después pasó a trabajar como profesor de clases particulares, una ocupación que no ha podido volver a ejercer desde marzo pasado. «No veo futuro para mí, pero tampoco en general, lo veo negro o, directamente no lo veo. Hace tiempo que mi principal aspiración es que mis alumnos vayan bien preparados».
Si el invierno del desempleo puede ser duro y largo, el climatológico solo viene a empeorar las cosas. «Psicológicamente puede ser devastador, te deja con el ánimo por los suelos», describe.
Los lunes se suma al grupo de Parados en Movimiento que se concentran en la Plaza Mayor de Valladolid alrededor de una pancarta para que la gente no les olvide. «No pedimos subvenciones sino oportunidades. Y cuando tampoco hay de éstas, lo que hacen falta son alternativas. Considero que Cáritas hace una labor extraordinaria, pero yo no creo que a las alturas del siglo XXI en que nos encontramos la caridad sea la solución. Sí lo es, o debería serlo, la solidaridad».
En cambio, cuando mira a su alrededor o sigue las noticias, lo que se encuentra es «cinismo e hipocresía» en «todos aquellos que no hacen más que decir eso de que 'lo que más importan son las personas'». «Será como unidades de producción», remata.
La pandemia del coronavirus es para Jose Pardo un buen ejemplo de esa concepción crematística del mundo que, según ve, han impuesto las grandes empresas. «No se habría producido de no ser por esta obsesión por la producción sin límites, a costa de menos controles», argumenta, aunque también va un paso más lejos: «la sociedad tiene su parte de culpa, con esa cultura de la inmediatez, del quiero esto y lo quiero ahora a cualquier coste».
Y pese a ello, paradójicamente, «no es cierto que ahora tengamos más que las generaciones anteriores, sino que son unos pocos quienes acaparan las mejoras y los recursos. Es inaceptable que con los avances existentes siga habiendo las enormes desigualdades que tenemos».
Su pesimismo podría resumirse con la idea de que «la disyuntiva es adaptarse a un sistema insostenible o permanecer como un inadaptado». «Es triste que se hayan perdido los pequeños placeres, esos que te hacen sentir algo parecido a la felicidad», concluye.
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