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Un voluntario se toma un respiro en las labores de limpieza en Catarroja. EFE
La sociedad del barro

La sociedad del barro

Un ejército formado por voluntarios suma sus fuerzas al equipo de emergencias para que Valencia vea por fin algo más de luz

Jorge Alacid

Sábado, 9 de noviembre 2024, 00:10

Dice Sara, una de las miles de integrantes del ejército del pueblo formado para combatir los estragos de la DANA y llegar por sus medios y su entrega allí donde no llegan los equipos de emergencia convencionales, que su historia se podría titular 'La sociedad del barro', en alusión a la célebre película ('La sociedad de la nieve') que narra una epopeya parecida: la protagonizada por quienes no resignan. La sociedad civil que se ha puesto en pie y se deja la piel para contribuir a que los pueblos peor parados por la catástrofe también se levanten más de diez días después. Una lección de cómo sobrevivir al apocalipsis que lleva el nombre de Sara, el de Antonio, Sergio, Irune o Diego, entre numerosos ejemplos más.

Entre ellos forman la mejor España de las autonomías, porque llegan desde los cuatro puntos cardinales del país a ayudar a Valencia. También desde fuera de nuestras fronteras se observa una oleada de solidaridad semejante: equipos de emergencias desplazados desde Portugal, Francia y otros países europeos.

¿Cuántos son? ¿Cuál es la dimensión exacta de estas milicias civiles sin cuya ayuda no sería posible que vuelva a brillar el sol en pueblos como Aldaia, Picanya, Catarroja y tantos otros? Es imposible acertar con una cifra exacta porque además se trata de una cantidad oscilante. Los voluntarios van y viene, llegan a Valencia desde sus hogares y marchan cuando viene el refuerzo que les da el relevo, aprovechan un rato de ocio en sus ocupaciones para echar una mano y regresar luego al trabajo.

Sí que sabemos que el Ejército oficial alcanza una magnitud desconocida en España en tiempos de paz: un contingente formado por 2.320 bomberos, entre efectivos propios de la Generalitat y los pertenecientes a más de 40 organismos; 8.000 militares, incluida la Guardia Real, así como 10.000 efectivos de la Guardia Civil y Policía Nacional, 500 policías locales, 123 miembros de la Policía de la Generalitat valenciana. Más de 20.000 personas desplegadas sobre el terreno, dotadas de mejores recursos que los esgrimidos por el voluntariado y también de una preparación superior, aunque en entusiasmo estarán ambas fuerzas más o menos equilibradas: la ilusión es su principal combustible, imprescindible, como explica la propia Sara, para combatir las escenas de apocalpisis que aguardaban: «Es como adentrarte en una guerra en la que no hay bombas».

«Me pasó como a muchos valencianos: al principio no éramos conscientes de lo que es esta tragedia. Pero luego ya esa misma tarde me dijeron que en la zona cero hacían falta muchas manos y que aunque acudiera el Ejército, dentro de las casas había mucha faena», recuerda. Su grupo se montó en bici al día siguiente, llegó a Catarroja («El panorama era desolador», advierte) y el domingo acudió a Castellar, uno de los enclaves donde las autoridades sí que permitían el acceso de voluntarios. ¿Cometido? Quitar barro. Quitar barro y más barro.

Un relato que puede ser más o menos compartido por Irune, una pamplonesa cuyo caso es llamativo: estudiante de Comunicación en la Universidad de Navarra, acudió a Valencia atendiendo un doble reclamo. El solidario, por supuesto, pero también el alimentado por su vocación periodística, que le animó a cumplir con el mandato del oficio: ir y contarlo.

Un buen equipo

Por cierto que de Navarra, como en el caso de Irune y sus compañeras, vino hasta Valencia también otro grupo ejemplar: lo integran llama Jesús, vecino de la localidad de Azagra y el pamplonés Unai, quienes acompañados por una riojana llamada Inés, vecina del municipio fronterizo de Rincón de Soto, hicieron un viaje extraordinario: contrataron de su bolsillo un vehículo de transporte tipo góndola, subieron sus tres respectivos tractores y acudieron a la llamada de los damnificados.

Son tres vehículos imprescindibles para sacar del lodo a todos los coches que se llevó la riada en Paiporta, Aldaia o Riba-rroja, donde coincidieron con quienes forman con ellos esta espontánea sociedad del barro: unos bomberos de Logroño que se repartieron por estos mismos puntos críticos que siguieron a la DANA y se dejaron la piel procurando que Valencia rehaga cuanto antes la normalidad. Bomberos como Diego, emocionado por el desempeño de sus compañeros de faena:«Es de admirar lo que han hecho estos tres». Y añadía: «Hemos hecho un buen equipo».

Un equipo por cierto organizado de manera más bien precaria, en condiciones de trabajo muy mejorables. Son concurrentes los testimonios de quienes alertan de mala coordinación, sobre todo en los días inmediatamente posteriores a la tragedia. Órdenes contradictorias, encargos acometidos al mismo tiempo por varios equipos y otras anomalías derivadas del alto grado de improvisación con que se organizó el dispositivo de emergencia.

Una elogiable contribución que se añade a otras experiencias similares. Enfundado en su sotana, el joven sacerdote Federico Ferrando se arremangó, se llenó de barro y acudió a Paiporta a ayudar al vecindario. Desde Cataluña, un ganadero llamado Jordi acudió a la llamada de socorrer de Eva, una ganadera cuya explotación radica en la sierra de Chiva y necesitaba urgentemente alimentar a sus reses. Y en la urbanización de Calicanto, otro milagro: la movilización vecinal hizo posible que se restablecieran las comunicaciones rodadas que enlazan con el núcleo de Godelleta. Un puente de tableros forjado por sus propias manos ejerce desde entonces de símbolo de cómo late también la vida entre el fango.

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