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Jesus Hinojosa
Málaga
Martes, 14 de abril 2020, 13:14
El poder de contagio del coronavirus es tal que ha llegado a traspasar los centenarios muros de uno de los conventos de clausura de Málaga. Se trata del monasterio de San José, donde seis de las diez monjas carmelitas descalzas que lo habitan han pasado ... la enfermedad, sin tener que lamentar por fortuna el fallecimiento de alguna de ellas, a pesar de su avanzada edad.
Todo comenzó a finales de marzo cuando una de las monjas, de 77 años, empezó a tener los primeros síntomas, con fiebre. Inicialmente, las hermanas relacionaron su estado con que padecía de una infección del estómago por la bacteria helicobacter. Sin embargo, la persistencia de la fiebre y la asfixia que empezó a notar llevaron a la superiora a llamar al 016, cuyos efectivos la trasladaron de inmediato al Hospital Regional, antiguo Carlos Haya.
Allí le hicieron la prueba del Covid-19 y dio positivo. En los días siguientes, otras cinco monjas del convento presentaron síntomas del coronavirus, si bien ya han podido superarlos. Igualmente, la hermana que fue hospitalizada pudo regresar al convento el pasado Miércoles Santo y está mejor.
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«Fuimos cayendo una detrás de otra, pero gracias a Dios estamos ya bien, aunque extremando las medidas de distanciamiento y de higiene dentro del convento para no contagiar a las hermanas que no han presentado síntomas», explica la hermana Belén, superiora de este convento que también ha padecido la enfermedad. «No nos han llegado a hacer la prueba, pero hemos tenido los síntomas propios, yo por ejemplo todavía no he recuperado el olfato», relata Belén, quien se muestra muy agradecida por el trato recibido por parte de los profesionales sanitarios. «Nos llaman todos los días y nos tienen muy controladas. Aquí contamos con termómetros y también con aparatos para medir la saturación de oxígeno en la sangre, así que eso nos ha ayudado bastante a tener controlados los síntomas», señala esta carmelita, que califica de «milagro» que una de las monjas ha superado los días de fiebre a sus 93 años.
Dos de las cuatro que no han presentado síntomas tienen 95 y 94 años, respectivamente, por lo que la comunidad extrema al máximo las medidas de higiene y distanciamiento. «Por suerte, cada una tenemos un cuarto de baño independiente y en la puerta de nuestra celda tenemos un cubo con agua y lejía para limpiar bien todo. También extremamos la higiene a la hora de cocinar y guardamos la distancia debida cuando vamos a rezar al coro o a comer», indica la hermana Belén.
¿Cómo entró el virus en el convento? «No lo sabemos. Como al principio no se sabía lo peligroso que era, no se tomaban tantas medidas como ahora. Yo acompañé a algunas hermanas mayores al médico, como otras veces, no sé cómo ha podido pasar», confiesa la superiora, que ha tenido que pedir a las personas que se encargaban del mantenimiento y la limpieza del edificio que no vuelvan por ahora por allí. Tampoco lo hace, desde que empezó el estado de alarma, el sacerdote carmelita que ejerce como capellán. «Era un riesgo inútil para él y para nosotras. Pertenece a una comunidad donde hay varios sacerdotes muy mayores. Nos consagró un copón con mucha formas y de ahí vamos consumiendo», aclara.
El coronavirus en cifras
La situación ha obligado a estas monjas carmelitas a tener que parar la que es su principal fuente de ingresos: la fabricación de hostias para las misas en los templos de la diócesis. Ahora están subsistiendo gracias a la ayuda desinteresada de personas que les traen alimentos y donativos, como hicieron ayer voluntarios de la Cofradía del Prendimiento.
La hermana Belén admite que les queda todavía un mes como poco de mantenimiento de las medidas de higiene y distanciamiento. «Nosotras estamos acostumbradas a vivir en nuestra casa y a estar encerradas, tenemos una casa adaptada a eso, con jardín, con techos altos, tú no sientes agobios, pero pienso en una familia con hijos en una casa normal y aquello te termina agobiando por bien que lo lleves», admite la superiora quien confía en que el drama que supone esta pandemia sirva para sacar un aprendizaje. «Nos creíamos capaces de cualquier cosa y hemos visto que no somos capaces de casi nada. Algo tan pequeño como un virus ha puesto en jaque al mundo entero. Últimamente, todo el mundo con el que hablaras, incluidos monjas y frailes, todos estábamos a tope, sin tiempo para nada, con cincuenta mil cosas urgentes que hacer... Esto nos demuestra que nada era tan urgente, puedes vivir de otra manera, merecen la pena otras cosas...», sentencia.
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