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Una de las úñtimas ecografías de Óliver y Óliver a la derecha. Cedida
Víctima de accidente de tráfico en Burgos: «Me hicieron una cesárea de emergencia, pero mi bebé falleció»
Día Mundial del Duelo Gestacional, Perinatal y Neonatal

Víctima de accidente de tráfico en Burgos: «Me hicieron una cesárea de emergencia, pero mi bebé falleció»

Ángela da voz a su hijo Óliver, que falleció en un siniestro vial en Burgos cuando ella estaba embarazada y reclama que no se silencie el duelo perinatal

Ruth Rodero

Burgos

Martes, 15 de octubre 2024, 07:19

Óliver tenía 31 semanas de gestación cuando falleció. Fue una muerte accidental, víctima de un siniestro de tráfico. Sin embargo, las informaciones oficiales no recogieron su muerte. Fue como si no hubiese ocurrido, como si su paso por la vida de quienes le esperaban fuese fugaz, aunque Óliver fue real; fue un bebé «deseado, muy esperado y una sorpresa». Su historia se remonta a 2022, cuando Ángela, su mamá, se quedó embarazada. «Con mi primer hijo me costó mucho quedarme embarazada, así que cuando decidimos tener un segundo hijo pensé que costaría más», cuenta ella. Pero el embarazo llegó a los dos meses de comenzar su búsqueda.

«No me quise hacer ilusiones hasta los tres meses», afirma la madre, «pero cuando vi que todo estaba bien en la ecografía empecé a hacer planes de futuro». Los planes de futuro de una familia que iban a pasar de ser tres a ser cuatro. Pero no pudieron serlo. No pudieron serlo porque un accidente de tráfico acabó con la vida de Óliver antes de nacer. Era el 3 de diciembre de 2022, en pleno puente de la Constitución, y Ángela, su marido y su hijo Marco viajaban de Barcelona a un pueblecito de Palencia a visitar a la familia.

Según indicaban las fuentes oficiales aquel día, el accidente tuvo lugar en la N-234. «Una colisión entre dos turismos a la altura de Cubillo del Campo. Se ha enviado una UVI móvil y dos ambulancias de soporte vital básico, que son las que han evacuado a cinco heridos. Se trata de un varón de 61 años, una mujer de 64, una pareja de unos 40 y su bebé. En principio, heridos leves pero evacuados al hospital», rezaba la información ofrecida aquella tarde. Pero la realidad fue mucho más cruel. «Mi hijo Óliver murió en aquel accidente», relata Ángela, y comenzó para ella un duelo poco entendido, a menudo silenciado y que todavía se considera tabú: el duelo por una muerte perinatal.

«Tengo dos leves recuerdos del accidente», dice Ángela. «Uno es estar durmiendo la siesta en la parte de atrás con mi hijo Marco, que iba dormido en ese momento, y abrir los ojos y notar que el coche se giraba y que de repente venía de frente otro coche. Y ya está. No recuerdo el choque, solo tengo ese flash», confiesa. «Los informes indican que estaba consciente y quejándome de la cadera, porque tuve rota la cadera. No recuerdo ni gritar ni quejarme. No recuerdo nada», sentencia.

El segundo recuerdo la sitúa en el Hospital Universitario de Burgos: «Recuerdo estar tumbada en una camilla y que un médico me decía algo de Óliver. Lo siguiente es abrir los ojos y no poder hablar porque estaba intubada. Mi hermano me dio una hoja y un bolígrafo y le pregunté qué pasaba, y me explicó que tuvimos un accidente de tráfico, que Óliver había muerto y que mi otro hijo estaba en la UCI. Yo quería cerrar los ojos y desaparecer. Me hicieron una cesárea de emergencia, pero Óliver falleció en el accidente», lamenta.

A partir de ese día comenzó el duelo. «Cuando me subieron a planta me visitó un psicólogo, que no digo que lo hiciera mal, pero creo que lo podía haber hecho mejor, porque me sentí presionada con qué hacer con el cuerpo de mi hijo», relata. «Mi mente estaba nublada, yo estaba bloqueada y no estaba para tomar decisiones de ese tipo. Me hablaban de la muerte de Óliver y yo lloraba, solo lloraba, y me preguntaba por qué y me echaba la culpa, porque ese viaje lo quise hacer yo», analiza.

Terapia y grupo de apoyo

La entrada en el grupo de apoyo de muerte perinatal fue fundamental para que comenzara a dejar de culpabilizarse. «Me hicieron entender que yo estaba haciendo una vida normal y que tuve mala suerte con el accidente», recuerda. En el grupo de apoyo se encontró con otras familias, con otras mujeres, que habían pasado por un trance similar y «contaban el acompañamiento que habían tenido» y Ángela solo podía «envidiarlas».

«Si hubiese tenido un acompañamiento así habría sido capaz de tomar mejores decisiones, porque yo no fui capaz de ocuparme del cuerpo de Óliver. Yo no era capaz y firmé que el hospital se hiciera cargo. Tampoco soy religiosa, soy más bien científica, pero ahora que 'estoy bien de la cabeza', pienso que me habría ocupado de su cuerpo. Habría querido incinerarlo, habría querido hacer cosas bonitas con las cenizas, llevarlo a un parque natural. Y eso no lo he tenido, y me ha dificultado el duelo», reconoce ahora.

«Habría querido incinerarlo, habría querido hacer cosas bonitas con las cenizas»

Ángela, mamá de Óliver

Ángela se sintió bloqueada durante seis meses: «Pensar en hacer algo lo único que me hacía era llorar. Estaba depresiva, con dolor de cabeza. Me sentía mala madre de Marco, mi primer hijo. Me dije que de esta tenía que salir, pero al psicólogo le decía que no sabía cómo y le pedía instrucciones. Luego me di cuenta de que no las hay, de que es un camino que tienes que recorrer tú sola».

En situaciones como esta, quienes rodean a las personas que transitan por una pérdida gestacional o perinatal no saben en muchas ocasiones cómo ayudar a pasar el duelo. «Había familiares que me recordaban que podría tener más hijos. Es común que te lo digan, pero yo no sabía cómo responder. Lo dicen con buena intención, pero lo que consiguen es justamente lo contrario. Duele más porque intentan minimizar algo que es normal que duela», explica Ángela.

Ver al bebé

Ángela permaneció cinco días en la UCI y después pasó a planta; sin embargo, nadie le ofreció ver a su bebé y ella no pensó en que podía pedirlo. No pasó por el dilema de verlo o no, ni siquiera tuvo esa opción. «El cuerpo de Óliver estaba congelado. De haber tenido alguien que me hubiese guiado, que me lo hubiese ofrecido… En mi caso, lo mejor habría sido verlo y crear una memoria con él. Hay madres que tienen fotos con su hijo en brazos y yo las envidio. No me dieron la oportunidad, no se me ofreció, y creo que eso habría facilitado mi duelo. Porque yo no dejaba de llorar, no solo por su muerte, sino por no haberle dado un abrazo. Todavía sigo sufriendo porque no pude hacerlo. No tuve ni siquiera 10 minutos para poder despedirme. El nunca es una parte de este duelo muy importante, porque faltó todo, nunca podré abrazarlo, nunca podré verle sonreír, nunca, nunca… muchos nunca. Y Óliver existió, este duelo no se entiende porque la gente actúa como si no hubiera existido, como si no hubiera sido importante por no haber llegado a nacer».

«Óliver existió, este duelo no se entiende porque la gente actúa como si no hubiera existido»

Ángela, mamá de Óliver

Ángela tuvo una fractura de cadera que la mantuvo encamada un mes y en silla de ruedas otro mes más. No era una situación sencilla para encarar el duelo. «A veces me reñían por llorar por Óliver, cuando yo creo que es necesario llorar, y llorar mucho», explica. «Quien más me ayudó fue mi hermana. No evitaba que llorase; no decía nada para hacerlo, solo estaba ahí a mi lado. Mi hermana lo hizo muy bien y es fundamental tener a alguien así. A veces solo es necesario decir «no sé qué decirte», más que cualquier otra frase», asevera.

Cosas bonitas

Volver a Barcelona fue un reto para Ángela, que tuvo que enfrentarse a una casa donde le esperaba una cuna. Pero fue también el comienzo de la terapia con el grupo de muerte perinatal. «Decidí que quería enfrentarme a ello y superarlo», reconoce. Tras mucho llorar, decidió que era momento de acudir. «Contacté enseguida con ellos, pero no fui; estaba bloqueada. Cuando por fin acudí, me di cuenta de que tenía que ver la foto de Óliver. No lo había visto nunca, y al no haberlo hecho, no aceptaba que había muerto. Me enfoqué en que tenía que abrir la caja de recuerdos», recuerda.

«En el grupo me enseñaron que había padres que hacían cosas bonitas por sus hijos, y pensé que tenía que hacerlas por Óliver. Pero, aunque el HUBU nos había dejado esa caja, la recogió mi marido y yo solo lloraba cuando me hablaban de ella. No quería ver esas fotos que estaban dentro porque sabía que iba a ver a mi hijo muerto. El psicólogo me dijo que no tenía por qué verlo en ese momento, pero que la tenía ahí. A la postre, fue muy importante y lo que pido es que aumenten el número de recuerdos que van dentro de esas cajas», solicita Ángela.

Antes de abrirla, Ángela trabajó en ello dos meses; se preparó para que esa primera vez viendo la carita de Óliver fuese algo especial. Decidió hacerlo bonito, crear un recuerdo para siempre con su segundo hijo, y para ello se fue a un bosque con quien había sido su principal apoyo: su hermana. «Tengo recuerdos bonitos de ese instante. Lloré muchísimo al ver que era un bebé precioso, pero a partir de ahí empecé a hacer cosas. Empecé a asumir que mi hijo había muerto».

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