Los pulmones los tiene limpios. Ha recuperado el gusto y el olfato, aunque todavía no ha vuelto a su peso inicial, pese a que come con mucho apetito. La fatiga y el cansancio también han disminuido. Ahora, el problema son las piernas, en las que ... siente como agujetas permanentes y que, a veces, le fallan. Y la cabeza, que no para de darle vueltas después de tres meses de baja por culpa de la covid-19. Teme la reinfección, pues asume que el virus es una lotería, que nadie sabe cómo va a reaccionar tu cuerpo, mucho menos tras haber superado un primer envite que lo llevó al HUBU.
A Óscar González Abella, vecino del barrio de San Cristóbal, el coronavirus le ha dado un buen susto. No era un perfil de riesgo. Tiene 44 años, sin patologías previas, ni sobrepeso (solo toma una pastilla para el colesterol por un problema genético). Practica deporte, entrena a los chavales de San Cristóbal, hace rutas de senderismo. Como él mismo dice, «no estaba en mi peor forma física». Tampoco fuma, lo dejó hace casi dos décadas, ni bebe más allá de las «típicas cañitas españolas». Y, aún así, se pasó una semana hospitalizado y continúa de baja a causa de las secuelas de la covid-19.
Óscar pilló el virus cuando Burgos se encontraba en lo peor de la segunda ola. El lunes 16 de noviembre empezó con síntomas, principalmente fiebre alta, y al día siguiente la PCR confirmó el contagio. Se puso en cuarentena y, el sábado, empezó a sentirse peor. En el hospital le hicieron una placa, que no relevó problemas en los pulmones, lo mismo que el electro. Así que le mandaron a casa. «No me bajaba la fiebre, no tenía más síntomas», explica, aunque sí perdió el olfato y el gusto y tenía ronquera. Luego llegarían el cansancio, los dolores musculares o la presión en el pecho.
Sin embargo, el domingo su estado se complicó y el lunes, tras hablar con el médico de cabecera, le enviaron una ambulancia para trasladarlo al hospital. Ese fue el punto de inflexión para Óscar. « Me quedó grabado a fuego que, al entrar por la puerta de urgencias, el de la ambulancia te diga 'suerte», que tengas suerte porque el 20% salen con los pies por delante». Y eso que Óscar no consideraba que se encontraba tan mal, aunque tampoco fue consciente de lo que tenía. «Había familiares que no me querían llamar. Me han dicho, es que te fatigabas, estabas ronco, pero yo no tuve esa sensación».
Ahora, Óscar está convencido de que le salvó estar ingresado. A su llegada, le vieron una leve neumonía en el pulmón izquierdo, así que le hospitalizaron con «paracetamol en vena para bajarte la fiebre y heparina para los trombos». Nunca necesitó oxigenación pero, tres días más tarde, ya le detectaron una leve inflamación de los pulmones y, entonces, llegó el tratamiento fuerte. Y funcionó, una semana después de ingresar, volvía a casa. Catorce días más de cuarentena antes de poder salir a la calle, así que Óscar estuvo un mes 'encerrado'.
Y lo peor fue el hospital. «Cuando entré en la habitación, a mi se me acabó el mundo. Es como una cárcel. No puedes salir para nada, te vienen a hacer hasta las placas a la habitación. No sales. Es un hospital de guerra», asegura. Un hospital en el que el personal está al límite de sus capacidades. «Estaban saturadísimos», recuerda, pero «a mí nunca me quitaron una sonrisa, ni me dejaron de tocar, que eso ayuda. Nunca me sentí un bicho raro. El trato fue exquisito, no sé cómo les podemos hacer lo que les estamos haciendo», se lamenta, viendo algunos comportamientos irresponsables.
Secuelas
Tres meses después de coger el virus, Óscar González está mejor pero no bien del todo. «Ya tengo los pulmones limpios. Estoy bien pero las piernas las tengo acorchadas, tengo una sensación de hormigueo, de agujetas permanentes, como que tengo alfileres. Y cuando le da el cuarto de hora a la pierna, me tira al suelo», comenta. Son sensaciones difíciles de explicar, pero que los médicos conocen de sobra, pues forman parte del catálogo de secuelas que deja la covid-19. Ahora se trata más de un problema neurológico, pues a los nervios les cuesta recuperarse más que a los músculos.
Lo primero que recuperó fue el gusto y el ofltao, pero ha tenido anemia y todavía está recuperando el peso que ha perdido. «Me quedé en 72 kilos, en una semana perdí 5 kilos, musculares», apunta. Y por falta de apetito no ha sido. «No me comía el plato porque no podía, pero no engordaba». Ahora, con paciencia, va superando las suelas físicas. Las psicológicas son otra cosa. «En el hospital lo pasé muy mal», admite, pues «la cabeza corre más que el cuerpo». Y por la suya pasaban su familia, su mujer, su hijo de 8 años y sus padres, ambos octogenarios.
Su mujer también pilló la covid-19, aunque pasó la infección asintomática, y su hijo no se llegó a contagiar. «Es un virus muy contagioso pero no entiendo cómo, estando juntos, no se puede contagiar una persona», reflexiona el burgalés. Mientras, sus padres también estuvieron ingresados, menos tiempo que él pero a la vez, así que fue su mujer la que se encargaba de recibir la llamada de todos los médicos, para informarles de la evolución de los pacientes. Sus padres han llevado la recuperación mejor que el propio Óscar, y eso que sí tenían patologías previas.
Por ese motivo, el burgalés insiste en que la covid-19 es una lotería, nunca sabes cómo va a responder tu cuerpo a la infección. Y de ahí que la cabeza dé vueltas y vueltas. El paso de dejar tu casa para ingresar en el hospital es casi un salto al vacío. Mientras sigues en casa, la opción del hospital se mantiene abierta, comenta. Una vez ingresas, se abre otra opción, la UCI. Y ahí nadie quiere llegar. Óscar recuerda que, al tercer día de estar en el hospital, le pusieron un compañero de habitación que venía de haber pasado una semana en cuidados intensivos.
Tenía la misma edad que Óscar, sin patologías previas, y aterrizó en la UCI de la noche a la mañana, porque se complicó su estado. «Esa noche que compartí con él y me contó lo de la UCI lo pasé fatal. Pensar que te podías marchar a la UCI y no habías dicho a tu familia adiós era muy duro, porque entrando en la UCI igual ya no salías», asevera. Así que él lo tiene claro. «A los negacionistas no les deseo la enfermedad, pero sí esa sensación. Es muy duro», como firme se muestra Óscar cuando se refiere a todos aquellos que niegan la pandemia.
Te juegas la vida
«Yo no pondría multas. Al negacionista, que no cree en esto, cuando se sienta mal y necesite respirador, que abra la ventana en su casa y coja mucho aire, porque como es un virus que no existe, que no gaste los servicios públicos». Y a todas aquellas personas que solo cumplen las medidas de seguridad para evitar las multas, que se quitan la mascarilla en cuanto pueden, Óscar les recuerda que «si lo coges, te estás jugando la muerte, no cien euros, a mí cien euros no me cuesta pagarlos», la cuestión es que sin mascarilla «no sabes lo que te estás tragando».
El burgalés admite que nunca pensó que lo pudiera coger, pues tenía mucho cuidado, llevaba siempre mascarilla, ya no se cambiaba en el trabajo si no en casa y se daba una ducha nada más llegar. Tenían aleccionado al niño, para que se lavase las manos o se echase gel. Y lo cogieron «de la manera más tonta». Creen que fue a través de su padre, pues hubo casos en el centro de día al que asiste, y ellos son como un núcleo estable de convivencia. Viven junto a sus padres, comen con ellos, les atienden, pasan a su casa a limpiar, a darles la medicación... el contagio era inevitable.
Óscar González intenta, ahora, sobrellevar el día a día con paciencia. Sabe que los problemas físicos que acabarán pasando, los emocionales costará algo más. «El que lo pasa asintomático no sabe la suerte que tiene», asevera, lo mismo que el que sale de la UCI. Lamenta, eso sí, la actitud de algunos sectores de la ciudadanía. «Lo único que saco en conclusión de esta pandemia es que no ha sacado lo mejor del ser humano, ha sacado lo que realmente somos. Nos ha quitado la máscara. Éramos unos hipócritas. No hay tanta gente buena como pensábamos».