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«Lo peor es el miedo que tienes a contagiar a algún abuelito y que pueda fallecer»

Demelsa casado, trabajadora de residencia de mayores ·

Tras reconocer que han pasado unos «meses muy difíciles» Demelsa no puede evitar reir y emocionarse cuando recuerda el mejor momento del día: poner en contacto a los usuarios con sus familias a través de las videollamadas

Ruth Rodero

Burgos

Lunes, 9 de noviembre 2020, 08:25

El trabajo en una residencia va más allá de cumplir un horario y realizar unas tareas asignadas. Para muchos de los trabajadores de estas instalaciones, trabajar en un residencia es ir cada día a casa junto a esa otra familia con la que comparten tiempo, ... atención y cariño. Un vínculo que se hace todavía más fuerte cuanto en medio de una pandemia mundial se restringe el contacto con el exterior, cuando la vida en esa residencia es el único contacto para lo usuarios. Y es entonces cuando los trabajadores se afanan aún más en hacerlos sentir en casa. A salvo.

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Este es el caso de Demelsa Casado, que trabaja en Vitalia Jardín con esa otra familia que ha ido formando poco a poco. Unos 160 usuarios aproximadamente con los que está afrontando esta crisis sanitaria.

«Esto sigue siendo una casa en la que vive una gran familia», cuenta Demelsa. «Lo estamos viviendo con el miedo lógico de que pueda entrar el virus y pueda pasar algo, porque lo que queremos es que estén sanos, trabajamos para que ellos estén contentos, estén sanos, estén bien», remarca.

Con la llegada del virus lo hicieron también las restricciones sanitaria y el confinamiento estricto, que provocó una serie de deterioros en sus residentes. Esto es algo que preocupa a los trabajadores de la residencia que ahora intentan evitar por todos los medios volver hacia atrás: «Nuestra preocupación es que volvamos a un confinamiento como el de marzo y los usuarios vuelvan a perder capacidades cognitivas ahora que lo hemos levantado».

Durante los tres meses de confinamiento estricto hubo usuarios que no notaron qué estaba ocurriendo porque la residencia no cambió su rutina de actividades. «No fue como para los abuelitos que se quedaron en sus casas solos, aquí nunca han estado solos», insiste Demelsa. «Somos un equipo y siempre hemos estado con ellos, pero sí hubo habilidades sociales que se perdieron durante el confinamiento y que ahora a base de trabajo hemos vuelto a recuperar gracias a las clases de estimulación, el hablar y socializar, que para ellos es muy importante», afirma.

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Demelsa reconoce que los usuarios no tienen miedo, que quizás «no son tan conscientes» como para tenerlo, pero sí lo tienen los trabajadores. Su obsesión es que las familias estén «tranquilas», los residentes asumen no poder verlos con más normalidad que los familiares. «Han vivido tantas cosas que dicen que no pasa nada porque no puedan venir en quince días», al tiempo que asegura que muchos de sus usuarios han vivido en Alemania y han pasado hasta años completos con el único contacto con sus familias por vía postal. «Ahora no están incomunicados, se ven con los móviles, pueden hablar con ellos, los 'abuelos' han vivido situaciones peores en cuanto a la incomunicación», remarca al tiempo que asegura que «lo llevan peor las familias que los propios usuarios».

Demelsa quiere también enviar un mensaje de tranquilidad a todos: «Se han visto casos de residencias que no se corresponde a nuestra realidad». «Aquí no se abandona a nadie y estamos cuidando de que estén seguros y felices, todos hemos extremado las medidas de higiene hasta la obsesión». Tanta es esta obsesión que algunos de sus compañeros llegaron a lastimarse la piel de tantas veces como se lavaron las manos en los peores meses del confinamiento: «Todo por el miedo de contagiarles a ellos, no por nosotros. La plantilla tira, si te faltan diez personas trabajas cinco horas más si hace falta. Lo peor es el miedo que tienes a contagiar a algún abuelito y que pueda fallecer, pero no ha sido el caso. Seguimos con ese miedo, aunque menos intenso».

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Demelsa es también la encargada de uno de los mejores momentos que ha brindado esta situación: poner en contacto a las familias con los residentes. «Es genial. Hay muchas familias que con ellos hablan un montón, que les permites a los nietos poder decir «abuelita, te quiero» y es maravilloso. Muchas veces lloras, otras te ríes un montón. Hay de todo, hay llamadas en las que el abuelito ya tiene un deterioro cognitivo muy importante que no habla, pero el que ponga los ojitos, que mantenga un poco de contacto es muy gratificante. Sobre todo durante el confinamiento, cuando hacía tanto tiempo que no les veían», asegura emocionada.

Así, Demelsa y sus compañeras se convirtieron aún más en un miembro más de cada familia. «Somos una familia. Yo no digo que voy a trabajar a una residencia, sino que voy a trabajar a mi casa. Hay diferentes patologías y tienes días buenos y días malos, pero yo siento que esta es mi casa y mi familia», asevera.

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En la residencia conviven personas válidas y personas asistidas, personas con necesidades psicogeriátricas y con necesidades conductuales, usuarios que no necesitan ningún tipo de ayuda y otros que padecen diferentes tipos de demencias. Demelsa quiere hacer hincapié en uno de los mensajes que ya ha expresado con anterioridad. Y es que no quiere dejar pasar la oportunidad de recordar que «las cosas no son como se han visto en algunos medios». «Hay que vivir aquí para poder decir lo que es una residencia, aquí no se abandona a los abuelos, aquí todos intentamos que estén lo más seguros, lo más atendidos, siempre con mucho esfuerzo, han sido meses muy difíciles», recuerda. Y pide una cosa más: «Que las familias no tengan miedo en dejar aquí a sus familiares, los están dejando en una casa donde los vamos a acoger y hacer sentir en su casa».

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