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Alberto Gómez
Málaga
Sábado, 14 de noviembre 2020, 09:53
Cuando un paciente joven tuvo que ser ingresado por segunda vez, con peor cuadro por coronavirus que antes, Marcial Delgado recordó los artículos que había leído sobre el uso de plasma con anticuerpos. El tratamiento había funcionado en China, aunque no había muchos casos documentados. ... El enfermo padece una patología de nacimiento que impide que su organismo genere linfocitos B, las células especializadas del sistema inmune que suponen su principal mecanismo de defensa contra patógenos.
Por eso Delgado, especialista del Área de Enfermedades Infecciosas en el Hospital Regional de Málaga, planteó la posibilidad de transferirle plasma de personas que habían superado la enfermedad, y por tanto tenían anticuerpos. Lo hizo con independencia del ensayo clínico que ya había comenzado para probar la eficacia de este tratamiento. El paciente aceptó y a los dos días dejó de necesitar oxígeno. Otros dos días más tarde negativizó la PCR, la prueba diagnóstica más fiable: había superado el virus. «La respuesta fue espectacular», resume el médico. Se abría una puerta de esperanza para la recuperación de contagiados inmunodeprimidos, uno de los principales grupos de riesgo de la pandemia.
No todo fueron buenas noticias. La transfusión no produjo inmunidad, pero los anticuerpos transferidos en el plasma hacían su trabajo: neutralizaban el virus, aunque luego se diluyeran y no generasen inmunidad ante una posible nueva infección. Así ocurrió también en el segundo caso, el de un paciente con linfoma no Hodgkin. El fármaco prescrito contra este cáncer, rituximab, destruye los linfocitos B. Delgado volvió a proponer un tratamiento adicional basado en la inyección de plasma con anticuerpos. Y funcionó de nuevo: tuvo un repunte de fiebre la noche siguiente a la transfusión, probablemente como reacción del combate que su organismo comenzaba a librar contra el coronavirus, pero mejoró pronto. Los anticuerpos procedentes de recuperados donantes lo salvaron. También acabó dando negativo en la PCR, un nuevo caso de éxito de este tratamiento, aún experimental.
El plasma con anticuerpos volvió a hacer efecto en un tercer paciente que llevaba más de dos meses dando positivo en test de covid-19. Tenía febrícula y otros síntomas. Era, como en los dos primeros casos, un paciente inmunodeprimido, incapaz de superar el virus por sí solo y tratado además con rituximab por un linfoma, un cuadro similar al del segundo enfermo inyectado con plasma en el Regional. Delgado no dudó en repetir la fórmula. A las 48 horas le dieron el alta.
Ante la ausencia de un medicamento eficaz contra la enfermedad, el plasma de convalecientes confirmaba su condición de alternativa útil en la recuperación de pacientes que presentan un debilitamiento de su sistema inmunitario, como enfermos de cáncer, crónicos o en diálisis. Pero aún quedaban vías por explorar en la aplicación de este tratamiento, con apariencia de novedoso pero utilizado desde hace tiempo contra enfermedades como la difteria y, más recientemente, frente al brote de SARS-CoV-1: la transfusión de anticuerpos, denominada inmunoterapia pasiva, lleva décadas funcionando.
«Es clave que los médicos conozcan el tratamiento», insiste Delgado, que también ha probado su eficacia en contagiados que, sin ser considerados inmunodeprimidos, desarrollan cuadros severos, con síntomas graves, siempre que no hayan pasado muchos días desde la infección: «Sirve para acelerar el proceso de recuperación de pacientes a los que no les ha dado tiempo a generar anticuerpos, recién hospitalizados. Cuanto antes, mejor». Si la tormenta inflamatoria que provoca el coronavirus en sus víctimas más graves ya se ha desatado, explica el especialista, apenas queda margen de maniobra y la transferencia de plasma con anticuerpos resulta inútil. Pero para sintomáticos ingresados pronto y pacientes con enfermedades crónicas debilitantes supone una tabla a la que aferrarse: «Hay muchas posibilidades de éxito».
Desde entonces, el plasma con anticuerpos se ha transferido en Málaga a cerca de medio centenar de personas, cinco de ellas como parte de un ensayo clínico que pretende confirmar la utilidad de esta opción terapéutica para todo tipo de pacientes, aunque aún necesita un mayor número de enfermos. La experiencia observacional (la elección de enfermos para indicarles el tratamiento, con independencia del ensayo) «ha sido muy buena», en particular entre inmunodeprimidos. Y la tendencia de su uso es claramente ascendente, extendido también al Clínico y otras muchas provincias españolas. La transfusión dura unas tres horas y en cada caso se inyectan 300 mililitros de plasma congelado hasta su uso.
De momento, las reacciones adversas no superan el 0,7%, según fuentes del Hospital Regional. «Se tolera muy bien», certifica Delgado, convencido de que esta vía abre un resquicio al optimismo para miles de contagiados a la espera de un tratamiento efectivo contra el virus.
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