El profesor Izpisúa, durante su intervención en el CNS Exeltis Day. Óscar Chamorro

«En este siglo viviremos nuestros últimos años de forma más saludable»

Juan Carlos Izpisúa Belmonte, uno de los científicos españoles más revelantes de nuestro tiempo, habla de hitos recientes como la creación del primer embrión sintético y de cómo ve la vejez en un futuro próximo

Domingo, 2 de febrero 2020, 00:34

El profesor Juan Carlos Izpisúa Belmonte (Hellín, 1960) habla con voz muy baja de asuntos de mucha altura. Transmite una tranquilidad que poco se corresponde con lo que tiene entre manos: los secretos de la misma vida. Biólogo de renombre mundial, desarrolla su labor en ... el Instituto Salk de California, donde junto a su equipo busca el camino para revertir el envejecimiento de las células. Cuando no han pasado dos meses desde que sorprendiera al mundo con la creación de los primeros embriones sintéticos, publica ahora un trabajo con en el que abre una nueva vía de conocimiento sobre el envejecimiento. De ambos habla durante su participación en el CNS Exeltis Day, un encuentro que reunió en Madrid a más de 350 especialistas en Psiquiatría y Neurología, entre los que destacó la participación del premio Nobel de medicina Eric R. Kandel, uno de los expertos más reputados del mundo en biología de la memoria.

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–¿Qué aplicaciones tendrá haber creado un embrión de laboratorio?

–Si pensamos a muy largo plazo una posible aplicación estaría en los problemas de preimplantación del embrión en el útero. Hay más de un millón de niños que no nacen al año porque la madre lo pierde en los primeros días por una implantación inapropiada. Es una etapa muy oscura de nuestras vidas con la que hasta ahora no se ha podido experimentar porque no podemos investigar con la vida misma cuando esta empieza a aparecer. El poder sintetizar en el laboratorio embriones podría conllevar un conocimiento de ese periodo. También serviría para entender mejor cómo se forman los órganos en los estados iniciales. Tenemos un sistema de trasplantes modelo en todo el mundo, pero aún así todavía hay escasez de órganos. La demanda es mucho mayor que la donación. La posibilidad de generar órganos en el laboratorio para su trasplante  podría ser muy útil.

–¿Estamos muy lejos de llevar órganos artificiales?

-Sí. Lo que hacemos en el laboratorio tarda mucho en trasladarse a la la práctica clínica. Ahora, lo que es importante es usar los modelos de experimentación apropiados. Muchas veces leemos que se ha curado el cáncer en ratones, pero ese avance no se ha podido trasladar a humanos. Aún necesitamos trabajar con modelos más cercanos. Y, por ello, la utilización del mono es primordial. La llegada de estos órganos artificiales tardará un poco menos si trabajamos con modelos de experimentación cercanos al ser humano.

–¿Ve implicaciones éticas en su actividad de laboratorio?

–Todo tiene implicaciones éticas en la vida (ríe). Para dar un salto cualitativo se deben romper las normas porque así ha sido a lo largo de nuestra historia, pero debe hacerse dentro de unas normas. Y no somos los científicos los que tenemos que ponerlas, sino la sociedad a través de un consenso. Debe saberse qué estamos haciendo en el laboratorio y que nuestros gobiernos lo pongan en sus agendas. Una regulación impediría trabajos como el que se publicó hace un años sobre la modificación de la línea germinal de un ser humano en China. Nosotros el año anterior ya lo hicimos, pero no transferimos ese embrión. se quedó en el laboratorio. Si tuviéramos las normas, y los gobiernos mostrasen más interés, quizá el caso de China no existiría.

–¿Qué se debe eseperar después de un caso como este?

–Ese es uno de los problemas fundamentales. Sabemos muy poco sobre cómo la alteración de nuestro ADN con las técnicas que disponemos ahora mismo interfiere en otras regiones de nuestro genoma. Y por lo tanto debemos ser muy cautelosos antes de ponerla en práctica.

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–¿Qué enfermedad se beneficiará primero de la investigación sobre el envejecimiento?

–Es difícil saber, pero hay dos temas fundamentales en el envejecimiento que más miedo nos da a todos: perder nuestra cabeza y perder nuestra movilidad. Perder nuestra movilidad es algo que afecta al 90% de las personas conforme van envejeciendo. Los problemas en los cartílagos están estrictamente asociados al envejecimiento. Dada su prevalencia hace que, indirectamente, muchos investigadores estén interesados en esto. Por lo tanto, como la unión hace la fuerza, podría ser una de las primeras enfermedades que podría tener una cierta mejoría derivada de los estudios del envejecimiento. Y la otra es nuestra cabeza. Las enfermedades neurodegenerativas. Ahora son más prevalentes porque vivimos más tiempo, y dado que es algo que nos interesa a todos, entiendo que también unos mayores recursos se están dedicando a este tipo de investigación.

–Como el alzhéimer.

–Sí, pero el problema que hay aquí es que son enfermedades muy complejas. Que pongamos muchas líneas y más recursos no quiere decir nada. Nuestro trabajo trata de reprogramar a las células viejas para rejuvenecerlas. Dado que la mayor parte de las enfermedades están asociadas al envejecimiento (solo un 1% tienen causa genética) el tratar de rejuvenecer una célula conllevaría indirectamente que esa enfermedad tarde más años en aparecer. Con las neuronas, posiblemente sería una forma de frenar la neurodegeneración. Pero ese es nuestro abordaje. Existen otros que seguro que son igual de válidos y que imagino que, con el paso del tiempo, todos juntos ayudarán.

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–¿Tienen ya localizado el punto de no retorno del envejecimiento?

–Las estadísticas nos dicen que alrededor de 45 años hay un momento en el que comienza a aparecer cualquier enfermedad ya sea cáncer, el hígado, el cerebro... Si logramos rejuvenecer esas células, las enfermedades tardarán más tiempo en aparecer.

–¿Cómo se imagina el futuro a medio plazo en su campo de estudio?

–Más que aumentar la extensión de nuestras vidas, creo que sería más apropiado que nuestros últimos años fuesen más saludables. El 90% del presupuesto que se dedica en EE UU a la salud se gasta en los dos últimos años de vida. Si lográsemos que nuestros últimos años de vida fuesen mucho más saludables revertiríamos esto.

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–¿Lo veremos en este siglo?

–Totalmente (sonrisa amplia). Si hemos conseguido alargar la vida media en 25 años gracias a pequeños cambios en nuestros estilo de vida y de cuidados médicos... Estoy totalmente convencido de que va a ser así. Ahora bien, no lo veremos si no hay un apoyo a la investigación. Y desgraciadamente eso no ocurre en nuestro país. Me parece difícil de entender que en un país donde precisamente la medicina y su carácter social está tan implementada, en comparación con EEUU, no se dedique, no ya los suficiente recursos, sino recursos totalmente insuficientes.

–¿Por qué nunca se termina de dar ese paso?

–Por qué. No sabría responderle. Aunque he de decir que desarrollo muchos proyectos de colaboración con centros de investigación españoles, con los que estamos obteniendo muy buenos resultados. En Madrid, con el doctor Guillén, en la UCAM, en Murcia, y otras instituciones. No quiero ser tan negativo.

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–¿Es pronto para replantearse ya otro modelo social de cara al enjevecimiento tal y como lo ve en un futuro próximo?

–Más bien es tarde. La franja de personas mayores de 65 años es mucho mayor que la de personas menores de 12 años en nuestro país. Y con el paso de los años esto también se va a incrementar. Así que es tarde.

El ovario de los primates abre una nueva vía de investigación

La revista Cell dedica su portada al último trabajo del equipo del profesor Izpisúa. El objetivo del mismo era estudiar el envejecimiento en un animal que se pareciese más al ser humano, como el mono. Y justo en esa etapa entre los 45 y los 50 años, cuando se da un cambio hormonal extraordinario, que podría llegar a asociarse a la aparición de enfermedades. «Lo que hemos hecho es estudiar el órgano donde se da este cambio: el ovario», explica Izpisúa. «Se trata de determinar en cada una de las células que constituyen ese tejido ovárico, cuál es el cambio genético y epigenéticos que conllevan al cambio hormonal que da lugar indirecta o directamente (aún no lo sabemos) a la aparición de muchas enfermedades», añade. En este estudio, resume el artículo publicado, «encontramos que el estrés oxidativo es clave en el envejecimiento ovárico». Para entender mejor esta conexión entre envejecimiento ovárico y estos genes antioxidantes, los científicos comprobaron qué sucede en las células humanas cuando dos genes concretos pierden su función: sin ellos las células envejecen. «Estos genes juegan un papel crítico en la protección de las células ováricas contra el estrés celular durante el envejecimiento», resumen los autores, que apuntan que estos genes podrían ser «biomarcadores prometedores» para el diagnóstico y tratamiento del deterioro de los ovarios con la edad.

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