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«Las empleadas van con la tablet y podemos hablar con las familias, nos hace mucha ilusión»

JJ vive en una residencia desde hace algo más de un año, en ella pasa los días atento a lo que ocurre fuera por culpa de la pandemia provocada por el coronavirus

Ruth Rodero

Burgos

Martes, 3 de noviembre 2020, 08:12

La de José Javier Salas es una más de las historias que habitan en las residencias de mayores del país. En Burgos vive en Vitalia Jardín desde «el 1 de agosto de 2019 a las 13:30 horas». Una fecha que JJ, como le ... gusta que le llamen, recuerda a la perfección, porque para él su estancia en ella es un «oasis» después de que su enfermedad estuviera a punto de hacerle perder la vida en varias ocariones.

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Desde entonces la vida ha cambiado mucho, la suya y la de los que fuera de las paredes que ahora es su casa han visto cómo una pandemia lo ha puesto todo del revés. Pero, como él mismo define en tres palabras, se encuentra «tranquilo, sereno, feliz». Tiene claro que «esto no ha hecho más que empezar, desgraciadamente».

JJ vive esta situación con «paciencia cristiana y espíritu espartano», cuenta entre risas, y asegura que se lo «pasa muy bien». «Escribo, compongo canciones, leo y estoy de charleta con mis compañeros. Me faltan horas al día para hacer tantas cosas. No nos aburrimos», asegura. Las actividades no han parado y no hay opción al aburrimiento.

Sin embargo el coronavirus existe y los residentes, al menos los que no presentan un deterioro cognitivo, no viven ajenos a él. A pesar de ello, JJ afirma no tener miedo y cuenta que a todos les han hecho «pruebas serológicas con resultado negativo». «En la residencia cumplen escrupulosamente con las medidas sanitarias», asevera.

Una de estas medidas tiene que ver con las visitas que pueden recibir, solo un familiar, con un máximo de cinco por residente, que tiene media hora por la mañana y media hora por la tarde. «Hace mucho tiempo que la residencia implementó estas técnicas», asegura.

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Sin embargo, las medidas sanitarias de Burgos impiden que las familias puedan entrar, algo que, aunque JJ lamenta, tampoco le impide seguir animoso. «Mi hijo mayor vino a verme antes de cerrar y nos vimos tras los cristales, además nos hacemos videollamadas. Las empleadas van con la tablet y podemos hablar con las familias, nos hace mucha ilusión, sobre todo a los más viejecitos», indica.

JJ no quiere olvidarse de nadie, no solo de las trabajadoras que en el día a día pasan las horas con los residentes y se encargan de organizar las actividades o les ayudan a ponerse en contacto con la familia. También tiene palabras amables para el personal «de cocina, lavandería, chicas de la limpieza, auxiliares, enfermeras, terapeutas social, terapeuta ocupacional, trabajadora social... todo el mundo», enumera sin querer olvidarse de nadie.

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Recuerda una vez más que tiene una enfermedad que le acompañará siempre y por la que estuvo «a punto de morir varias veces». Sin embargo, desde que está en su nueva casa su calidad de vida ha mejorado. «Solo la semana pasada entré en crisis y eché en falta el sábado una enfermera de guardia pero el domingo la gobernanta vino enseguida a darme la medicación que precisaba», agradece.

Para quienes creen que el virus no les pillará y no respetan las normas también tiene un mensaje: «Les diría que son unos auténticos irresponsables».

«Mi nieto Aritz, de cinco años y medio, tiene más responsabilidad que ellos. Cuando ha venido de visita a verme no se ha acercado porque sabía que no podía. No como la gente de los botellones o los que alquilan locales a 35 euros la persona, que son foco de infección. El mundo está lleno de irresponsables», expresa JJ.

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También se acuerda de los políticos, de Donald Trump, al que también califica de irresponsable, o al de la nación, del que asegura «nos ha estado mintiendo desde el principio diciendo que había 30.000 muertos cuando el Instituto Nacional de Estadística y otras organizaciones dan 58.000 aproximadamente». Porque además de las actividades programadas, a JJ le gusta estar informado de lo que ocurre fuera del que se ha convertido su refugio.

Además, JJ aprovecha para lanzar dos mensajes más. El primero es una reivindicación: «Tenemos cuatro ascensores y uno está fuera de servicio desde hace once meses. Somos muchos internos y mucho personal, a ver si se puede arreglar», reclama entre risas sabiendo que el altavoz de los medios le puede echar una mano.

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Sin embargo, aún le queda algo que decir cuando ya ha entregado el teléfono a Demelsa Casado, la trabajadora de la residencia que está junto a él en ese momento, y pide que, por favor, digamos de su parte que «faltan médicos y sobran políticos». Dicho queda.

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