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«Hay una calma tensa porque nadie quiere volver a vivir lo que ocurrió en marzo y abril»
Burgaleses ante el coronavirus

«Hay una calma tensa porque nadie quiere volver a vivir lo que ocurrió en marzo y abril»

Mercedes Herrera, celadora en hospital Santos Reyes de Aranda de Duero ·

La celadora se contagió al inicio del estado de alarma y pasó tres pruebas PCR antes de poder volver al hospital a trabajar | «No podía moverme del malestar ni comer, ni beber casi, tenían miedo de que me deshidratara», recuerda

Ruth Rodero

Burgos

Domingo, 30 de agosto 2020, 09:15

Desde que estallara la crisis de la covid-19 en la provincia, el colectivo de los celadores ha estado en el ojo del huracán, reivindicando que el Ministerio les considere personal de riesgo y el acceso a material de protección por su elevada exposición al ... virus en el desempeño de su trabajo.

Mercedes Herrera es celadora en uno de los hospitales más castigados de Burgos, el Santos Reyes de Aranda de Duero. Ella asegura que, al inicio de la pandemia, «nadie sabía a qué se enfrentaban ni cómo actuar». Un paciente la contagió en marzo y pasó trece largos días de enfermedad en casa, en los que apenas podía valerse por sí misma. Un mes después, cuando por fin su tercera prueba PCR fue negativa pudo reincorporarse a su trabajo en el centro asistencial, completamente blindado frente al virus.

Mercedes se contagió, seguramente, por tener contacto con un paciente que estaba ingresado por otros problemas de salud y que se confirmó como positivo días más tarde. A ella, le ordenaron permanecer en cuarentena inmediatamente.

La fecha la tiene grabada a fuego: el 13 de marzo, aunque no comenzó con síntomas hasta el 17. Después, trece días de enfermedad. «Al principio era leve, pero al tercer día el dolor de cabeza, las náuseas y el mareo eran insoportables», recuerda. «No podía moverme del malestar ni comer, ni beber casi, tenían miedo de que me deshidratara», añade.

Herrera cree que el hospital y los profesionales de Aranda están ahora más capacitados para hacer frente al virus y que todo el mundo trabaja «concienciado y sabiendo lo que tiene que hacer». Eso sí, reconoce que, aunque la situación está contenida de momento, «hay una calma tensa porque nadie quiere volver a vivir lo que ocurrió en marzo y abril».

Aún recuerda cómo vivieron en el hospital los primeros momentos de la pandemia: «En el momento en que se supo que podía venir gente contagiada de covid la sensación que tuvimos fue de nervios e incertidumbre. No sabíamos qué iba a pasar».

El contagio

«Me contagié a las primeras de cambio, el 14 de marzo decretaron el estado de alarma, yo ese fin de semana no trabajo y ya me lo había llevado a casa porque el 17 comencé con los síntomas y el 21 me dieron la baja», recuerda Mercedes Herrera.

Quizás el desconocimiento del virus aquellos días hizo que no le diera más importancia a los primero síntomas que comenzó a sentir. «Estaba un poco revuelta, un poco rara, con malestar general, pero sin más. El fin de semana me comencé a encontrar peor y me puse en contacto con el médico de guardia del pueblo en el que vivo. Ahí, automáticamente me dijeron que podía ser covid, que estuviese quieta en casa y que me mantuviese a la espera de la PCR», explica.

Aquellos síntomas, que comenzaron el día 17 de madrugada con un dolor de cabeza muy fuerte que la despertó, continuaron con mareos, mal cuerpo y cansancio continuo. Estos síntomas fueron acrecentándose, cada vez más agudos, hasta el punto de no poder valerse por sí misma. La ayuda de su marido fue fundamental: «Tenía que acostarme, levantarme, acompañarme al baño porque no podía ir por mí misma, sin comer porque no conseguía que me entrase nada en el estómago, perdí el olfalto y el gusto. Perdí 5 kilos durante el proceso. Me diagnosticaron el 21 de marzo y hasta el 21 de abril no me incorporé. Me hice tres pruebas PCR, las dos primera me dieron positivo».

La vuelta al trabajo

Su vuelta al hospital se dio en medio del estado de alarma, cuando las cifras de contagios y muertes diarias todavía resonaban como un portazo en la memoria colectiva. «En el momento más duro yo estuve en casa, pero por lo que leía, veía y oía aquello fue un caos total. Cuando me incorporé la cosa estaba más tranquila, pero todavía había miedo. Yo, al acabar de pasarlo, me incorporé un poco más tranquila y el hospital estaba más calmado, con la gente en sus puestos, sabiendo lo que tenía que hacer, con sus cuidados, sus lavados de manos, mascarillas... Pero no pasé los momentos más duros», repite.

La segunda oleada de casos, con los brotes que provocaron que Aranda estuviese confinada, o aislada, durante 14 días, sí le han pillado trabajando. Aunque sin duda el ambiente en el hospital no ha tenido nada que ver con el que se vivió en marzo cuando el desconocimiento campaba a sus anchas. «Tenemos más faena, más pacientes, hay más tratamientos, pero creo que hay tranquilidad, el nerviosismo está escondido, la gente ya sabe por dónde tirar, ahora ya conocemos la enfermedad, cada vez sabemos más cosas y eso hace que estemos más tranquilos. Seguimos teniendo miedo a que haya un rebrote gordo, eso sí, hay momentos en que el trabajo te agobia un poco porque no llegas, no hablo solo de mi puesto, también de enfermería, del servicio de urgencias, que ahora estás tranquilo y de repente te llegan seis pacientes, pero la gente está en general algo más tranquila», afirma.

En el hospital, entre los compañeros celadores, los miedos y las dudas se parecen bastante a las que cualquier ciudadano de a pie pueda sentir. Más allá de la preocupación por hacer bien su trabajo y estar protegidos, se encuentran las dudas con respecto a las pruebas diagnósticas, a si «la PCR es molesta porque te tienen que meter un palito por la nariz», las opiniones entre quienes la han pasado son variadas también en los pasillos del centro hospitalario.

El silencio tapa ese miedo que muchos pueden, o no, sentir a llevarse el virus a casa. No es un tema que se hable entre las paredes del hospital, quién sabe si por respeto a quienes lo están sufriendo o como una protección entre compañeros para no angustiarse más. Sin embargo, es un miedo latente, sobre todo entre quienes tienen niños o personas mayores conviviendo con ellos. «Cuando llegamos a casa nos duchamos, cambiamos de ropa, nos aseamos todo lo posible para no llevar nada. Lo estamos haciendo desde un principio, no lo estamos haciendo solo tras este segundo confinamiento», recuerda.

El Hopital Santos Reyes es el que mayor presión asistencial hospitalaria de la provincia está sufriendo en la actualidad, con más número de camas ocupadas por pacientes covid en relación a las camas totales disponibles. La llegada del virus ha hecho que el paisaje del centro haya cambiado con respecto a cómo era la vida en él antes de marzo. «Antes del covid estabas más relajado, ahora en cuanto entra un posible caso hay que ponerse los EPI, vestirse, eso genera estrés, con los trajes sudas mucho, no transpiras, estás una hora con ello puesto y estás deseando quitártelo, así que los compañeros que están todo el turno con los trajes puestos tiene que ser horroroso», intuye.

Los celadores continúan día a día llevando a cabo su trabajo, en planta, urgencias o zona covid. Reclamando cuando es necesario que se les provea de los equipos de protección necesaria. Protegiendo y protegiéndose para que los hospitales sigan a su ritmo.

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