«Los que han dado positivo están estables y no vemos ningún signo de empeoramiento, por lo menos hasta la fecha». Así describe el padre Alfredo la situación que padecen actualmente los monjes del monasterio de Santo Domingo de Silos, donde se ha declarado ... un brote que afecta a doce de los veinticuatro monjes que conviven en el monasterio.
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«Estable» también se encuentra un monje de 40 años que ha sido trasladado al Hospital Universitario de Burgos (HUBU) y que se encuentra ingresado en planta. «Hoy hemos hablado con él y le están haciendo pruebas. Está con oxígeno y tampoco ha empeorado», describe el padre Alfredo, que desconoce el origen del brote. «Los monjes también han tenido que salir en alguna ocasión. Precisamente, en las últimas fechas, algunos han viajado a Burgos a hacer alguna gestión o citas médicas. Probablemente, en algunos de estos viajes, alguno lo ha traído», continúa.
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Precisamente estos positivos son de los primeros que se dan en la localidad burgalesa. «Estábamos orgullosos de ello, pero el virus se cuela por cualquier rendija», apunta el padre Alfredo, que destaca la solidaridad de la comunidad. «Ojalá salgamos adelante, rezando los unos por los otros. Esto ha ocasionado que la otra mitad que no estamos contagiados, nos hayamos volcado en la medida de lo posible», prosigue.
Un brote que ha trastocado el día a día en el monasterio. «Por nuestra vocación, tenemos un horario férreo toda la jornada. Solo para la celebración de oficios cantados, nos tendríamos que reunir siete veces al día. Todo eso ha cesado. Más que como benedictinos, tenemos que vivir como cartujos», detalla el padre Alfredo con una pizca de humor.
Eso ha propiciado que los monjes vivan un doble confinamiento. El del propio monasterio y el generado por el coronavirus. «Los que no hemos dado positivo, por precaución sanitaria, tampoco nos juntamos. Es un poco un duro porque hacemos el rezo individual, la comida individual... Para nosotros es todo muy raro. No escuchar las campanas, no seguir el ritmo comunitario, no vernos unos a otros, no poder comer juntos... Todo esto es muy duro, y más ahora que es cuando necesitamos tener ese apoyo», manifiestan desde el monasterio.
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De esta forma, una de las labores más tediosas es a la hora de comer. Se acerca la bandeja con la comida a cada celda para que cada monje acceda a ella, ya que ninguno reviste una gravedad que le impida levantarse de la cama. «Todo se desinfecta y se tiran las sobras. Eso nos cuesta mucho en el monasterio, pero por medidas sanitarias no podemos aprovechar un trozo de pan o una sopa que sobre», lamenta el padre Alfredo, que destaca la profesionalidad de los sanitarios de su centro de salud, en Salas de los Infantes. «Estamos muy satisfechos, a pesar de ser conscientes del desbordamiento que tienen. Están muy atentos a lo que nos sucede», agradece.
Con el brote recién declarado en el monasterio, las visitas al claustro románico y a la abadía se han cancelado momentáneamente. «Nos gusta que estén las cosas abiertas», concluye.
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