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Burgaleses ante el coronavirus

«Ha bajado la ratio de ingresos, pero en casa sigo teniendo cuidado; vivo con mi chico y dormimos separados»

Rocío Santamaría, enfermera en la UCI del HUBU ·

Rocío Santamaría trabaja en la zona de críticos del HUBU, allí donde la mirada se centra para tomar la temperatura a la situación, pero donde cada vez duran más las camas vacías

Ruth Rodero

Burgos

Miércoles, 6 de mayo 2020, 20:31

Hemos escuchado tantas veces el término UCI, o UCI extendida, en estos días que ya parece un elemento más de nuestro paisaje habitual. Nos hemos familiarizado de golpe con una realidad que hasta ahora nos era ajena para la gran mayoría. No lo era para ... Rocío Santamaría, enfermera de la UCI del Hospital Universitario de Burgos, que lleva trabajando en ella desde que en 2012 comenzó a encadenar contratos de veranos allí. Ahora, desde febrero de 2019, es su lugar de trabajo y en él le ha pillado la crisis de la COVID-19. Un punto crítico, un termómetro que recoge la temperatura de la salud de una sociedad confinada.

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Y cuando se espera el caos llega Rocío como un soplo de esperanza. «La gente va saliendo bien, tenemos una tasa muy buena de altas. Aunque es duro, ves que les cuesta, que van despacio, pero como todos los pacientes críticos que ingresan. Nosotros estamos luchando junto a ellos», explica con optimismo en la voz.

No todo ha sido sencillo, la incertidumbre y el miedo han estado ahí, como compañeros silenciosos que cargaba en una mochila instalada en la espalda al llegar al hospital. Pero, poco a poco, esa mochila se ha ido vaciando. «Al principio, a nivel psicológico, había más miedo por el desconocimiento de lo que venía, por lo que veía en las noticias. Veía que se contagiaban sanitarios, veías las medidas que tomaban las enfermeras de China, que hasta se raparon el pelo… Pero una vez que vas viendo que los EPI funcionan, sigues teniendo el máximo cuidado posible, pero sí trabajas de una manera más relajada. Ahora ya estamos más asentados, vemos que ha bajado un poco la ratio de ingresos, que las camas aguantan más vacías cuando damos un alta y eso nos da también mucho ánimo. Y aun así, en casa sigo teniendo cuidado. Yo vivo con mi chico y dormimos separados porque puedo ser asintomática aunque sea portadora», asegura Rocío.

Y es que al principio de estallar la crisis sanitaria hubo que aprender. «Nosotros solemos trabajar de distinta manera, además, no sabíamos cuántos EPI iba a haber, si podrían llegar a faltar. Entonces cambiamos la forma de trabajar para aprovechar el máximo posible el material», explica.

Sin embargo, asegura que en la UCI estos equipos de protección «no han faltado nunca» y que aunque al principio costó habituarse a la nueva rutina después cogieron «bien la dinámica». «Ha sido un aprender todos de todos y hacer todos un poco cosas de todos. Ya se trabaja en equipo, pero ahora mucho más, porque el que entraba en la habitación aprovechaba y hacía otras tareas y funciones en la medida que se podía, para aprovechar que se vestía», continúa Santamaría.

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Para Rocío, la planificación ha sido la clave: «Nuestros jefes intentaron adelantarse un poco viendo lo que había pasado en otros sitios y comenzaron a vaciar las UCI de forma escalonada para poder empezar a asumir los ingresos de pacientes que llegaran con COVID-19 positivos y que necesitaran cuidados intensivos. Se fueron ingresando de forma escalonada y no nos generó un caos horrible. Sí que se necesitó tirar de la zona de la REA de la URPA (Unidad de Recuperación Postanestésica), de intermedios de la URPA, hubo que abrir quirófanos, todas las zonas donde hubiera respiradores, porque estos pacientes lo que necesitaban eran respiración mecánica».

Pero no solo fueron las zonas, también el personal, clave en toda esta crisis sanitaria: «Hubo que adelantarse todo lo posible en la formación de personal para manejar estos respiradores, la medicación que se necesita, los cuidados que hacemos a este tipo de pacientes… Entonces, enfermeras de otros servicios que se estaban cerrando, consultas o quirófanos que se paraban, a las que se iba a reubicar, se las estuvo formando lo que se pudo en ese tiempo, que siempre es corto, para intentar que el personal que iba a asumir estas tareas con estos pacientes lo tuviera todo un poco controlado». No fueron jornadas sencillas, pero ahora, con perspectiva, Rocío tiene claro que «no fue tan horrible como nos pudo parecer».

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Los momentos duros han estado acompañándoles en la UCI desde que todo comenzó. Para Rocío, los peores momentos van ligados con las comunicaciones con la familia. «Tener que dar la información por teléfono, tanto el cómo evoluciona como en los fallecimientos, aunque de eso se encargan nuestros compañeros médicos tú les ves a ellos cómo se quedan tocados teniendo que dar esa información así, porque no es en el lugar ideal, ni de la forma ideal… Y ver que no puede ir nadie a ver a su familiar y notar cuando hablas con ellos por teléfono la incertidumbre que tienen. Porque otras veces, aunque hay horario de visitas, ellos te llaman luego en algún momento para ver qué tal siguen, pero les han podido ver. Ahora tienen que creerte lo que les dices por teléfono y notas esa incertidumbre», lamenta.

Los momentos más alegres, por supuesto, «cuando das un alta» (ríe).«Es felicidad, sabes que el paciente está ya bien, que sube a planta y que eso es que está avanzando».

Un avance que tiene que ir de la mano con la responsabilidad con las nuevas medidas de 'normalidad'. Algo que Rocío no sabe cómo puede repercutir al ver que no todo el mundo cumple las normas. «Pienso que son tres pasos para atrás. Es la sensación que se te queda. Piensas que a ver en una semana o 15 días cómo nos repercute esto. Parece que la gente cree que se puede salir y se olvida de todas las restricciones, pero realmente si se dan unas pautas a seguir es por una razón. Ver algunas cosas… ¡Uf! Es un poco frustrante y piensas que a ver en qué momento nos van a ingresar más. A ver si no repercute en estas próximas semanas», desea Rocío.

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