La situaciones de violencia afectan por igual a mujeres migrantes y españolas. antonio de torre
25-N Burgos

La Rueda atiende a 295 mujeres víctimas de maltrato este año

Desde la asociación reconocen que esta violencia no discrimina por lugar de origen y, además, aseguran que es necesario analizar los comportamientos de las nuevas generaciones desde su prisma

Ruth Rodero

Burgos

Jueves, 25 de noviembre 2021, 08:16

Desde el año 2000 cada 25 de noviembre se reivindica el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, una lucha en la que las asociaciones y entidades, especialmente del tercer sector, lideran el trabajo realizado y por realizar. Una realidad ... de muchas féminas que, sin importar su origen ni cultura, viven muchas veces en silencio por el miedo a romper con su maltratador.

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Desde la asociación La Rueda atendieron en el último año a 295 mujeres en esta situación. De ellas, algunas proceden de países lejanos a las que prestan su ayuda en colaboración con Burgos Acoge, que ejerce de enlace con la asociación feminista cuando detecta un caso de violencia contra la mujer. Sin embargo, y en contra de lo que los prejuicios nos cuenta a menudo, no existen tantas diferencias entre las mujeres migrantes y las mujeres españolas cuando de maltrato se trata.

«A nivel de percepción de la situación de violencia nos encontramos mujeres migrantes que no lo ven o no son conscientes, pero también nos encontramos españolas en esta situación», explica Laura Pérez, presidenta de La Rueda. Porque el mito del amor romántico en el que nos han educado es algo que nos han enseñado en occidente y en otras culturas, aunque, como analiza Laura, «quizás hay esquemas aún más machistas en otras culturas». Así, lo que detectan fundamentalmente en mujeres extranjeras son «las dificultades para romper con la espiral de violencia y desarrollar una autonomía vital».

En muchos casos estas mujeres se encuentran en situación irregular o han obtenido el permiso de residencia por temas de arraigo o de reagrupación familiar, lo que genera una dependencia del marido. «Es muy difícil empezar una nueva vida si no tienes un permiso de trabajo que te permita obtener un empleo», analiza Laura, que añade que desde «el propio sistema se favorece que estas mujeres queden en una situación de mayor vulnerabilidad».

Además, la barrera del idioma también puede aislarlas, porque aunque lleven años en Burgos pueden haberse visto restringidas a la hora de relacionarse. «Básicamente, no las han dejado salir de casa», por eso no tienen una red de apoyo a la que agarrarse para salir de la realidad en la que viven y necesitan un proceso que comienza desde el aprendizaje del idioma. «Cuando se animan a dar el paso, sus familiares desde la distancia intentan apretarles para que no lo hagan, normalizando y justificando las situaciones de violencia que han vivido», lamenta Laura.

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«Cuando se animan a dar el paso, sus familiares desde la distancia intentan apretarles para que no lo hagan, normalizando y justificando las situaciones de violencia que han vivido»

Aunque la violencia es trasversal al hecho de ser mujer, independientemente de su origen, su situación se hace más complicada cuando tienen cargas familiares, porque las medidas a implantar deben hacerse cuando las criaturas puedan estar atendidas. «Lo que hacemos es adaptar las intervenciones para el fomento del empleo a los horarios en los que los niños están en el colegio o, si es por las tardes, aprovechamos para hacer talleres con los niños para que ellas puedan participar y esa carga familiar no las limite», afirma.

Paz Vega y Sergi López, en una escena de la película 'Solo mía'

Modelo de relación en las nuevas generaciones

Para entender el modelo de relación de los jóvenes es necesario hacerlo desde el prisma en el que ellos las viven. Difícilmente podremos comparar una relación en la que no existían teléfonos móviles ni redes sociales con otra en las que forman una parte de su manera de relacionarse. «Antes los mecanismos de control se comenzaban a dar cuando se empezaba una convivencia en pareja, ahora las percibimos antes porque tenemos dispositivos que permiten ejercerlo antes. El problema es el mismo, tolerar estos mecanismos de control basándolos en la idea del amor romántico: es que si me controla es porque me quiere, es que a él no le gusta que esté con otros».

Con todo, la importancia está en ajustar perspectivas. «Cuando daba talleres de sensibilización en centros educativos les poníamos un material estupendo en el que poníamos unos cachitos de las películas 'Te doy mis ojos' y 'Solo mía', y ellos veían claramente una posición asimétrica, una relación violenta. Me empecé a plantear que algo pasaba, y era que esas imágenes eran población adulta y ellos tenían 13, 14 o 15 años y los identificaban con sus padres, no con ellos. Busqué en las series de televisión que veían ellos, que en ese momento eran 'Física o Química' y 'El internado' y saqué los ejemplos de ellas. ¡Ay! Ahí claramente te justificaban amparándose en la idea del amor las relaciones asimétricas y la violencia. ¿Qué pasa? Que hay que analizar desde la perspectiva de su tiempo y desde los modelos de relación que tienen, les tenemos que poner ejemplos que les sirvan y analizar qué nos contestan cuando les ponemos frente a estas situaciones y, a partir de ahí, podremos saber cómo abordarlo. No creo que ahora se tolere más el control o el maltrato, sino que se generan nuevas herramientas de control».

Pero también hay que trabajar la conciencia social: «La sociedad de acogida tenemos una responsabilidad. A lo mejor para estas mujeres migrantes el ir a llevar a los niños al colegio y dar los buenos días a otra madre o a otro padre es una de las pocas oportunidades de relación social que tiene en todo el día. Quizás para los padres de aquí no sea nada relevante, pero para ella sí, entonces, tenemos que generar esa conciencia y acercarnos, no rechazar a estas personas y tejer relaciones interculturales, porque a lo mejor esta mujer puede tomarse un café con el resto de madres después de dejar a las criaturas en el colegio y labrar así una red de apoyo».

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Los prejuicios con los que miramos

Y es que, aunque creamos que en otras culturas el maltrato está interiorizado como lo estuvo en la España de los 60, esta realidad no es más que fruto del prejuicio con el que miramos a las mujeres migrantes. Desde La Rueda aseguran haberse encontrado «de todo al igual que ocurre con las mujeres españolas». «Hay mujeres con estos roles y estereotipos súper arraigados y otras que han tenido muy claro que estaban sufriendo violencia y que tenían que romper con él. Tenemos ese prejuicio de creer que otras culturas se tolera más y no nos damos cuenta de que en la nuestra se tolera mucho también», insiste Laura.

Para iniciar el protocolo de actuación por parte de la asociación el primer paso y más importante es que sea la mujer quien dé el paso de querer que esa intervención se produzca. «Los mecanismos de derivación soy diversos, desde las mujeres que se ponen en contacto con nosotras porque nos conocen, nos han buscado o se lo ha recomendado una amiga, hasta las que llegan derivadas por centros de salud, CEAS u otras asociaciones que se ponen en contacto con nosotras. Siempre les decimos que les den nuestro contacto para que nos llamen, porque si nos llama la trabajadora social del CEAS lo que va a ocurrir es que quizás la mujer no nos llame porque no ha generado esa conciencia», explica.

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En los casos de violencia de género se atiende desde el servicio de apoyo psicológico, haciendo un análisis de la situación de la mujer. Después, se analiza si es una necesidad de intervención psicológica, de participación social e inserción laboral o si requieren de orientación y de asesoramiento jurídico. En función de las necesidades que cada persona tenga se deriva a un servicio o a otro para comenzar a trabajar de manera individualizada y complementaria con todo el equipo. Una intervención integral que se va espaciando en el tiempo según se alcanzan objetivos. Cuando se acaba la intervención se comienza el seguimiento, porque al enfrentarse a diferentes realidades surgen nuevas necesidades.

Violencia sexual

Cuando la sociedad habla de violencia contra las mujeres asume que se trata de aquella violencia física ejercida en el seno de una pareja; las palizas del marido, los zarandeos de la pareja o los asesinatos son la cara más luctuosa de esta violencia, pero va mucho más allá. Es también el control económico, el menosprecio, los insultos en público y en privado, la anulación y aislamiento de la mujer en su entorno. Y también está la violencia sexual, algo que en muchas ocasiones el imaginario colectivo asume ocurre solo en población joven, con un amigo o conocido en una noche de fiesta o cuando un desconocido que te aborda por el parque. No es así.

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«La mayor parte de las mujeres con las que trabajan mis compañeras psicólogas han sufrido violencia sexual en una relación de pareja consolidada, a manos de su marido o pareja. Eso también es una forma de violencia, que además no es visible. El imaginario social no concibe que tu marido te viole, pero lo hace; si tú no quieres tener sexo y te está obligando, puede ser a través del chantaje, la coacción o forzándote, eso también es violencia», afirma.

El imaginario social no concibe que tu marido te viole, pero lo hace; si tú no quieres tener sexo y te está obligando, puede ser a través del chantaje, la coacción o forzándote, eso también es violencia»

El maltrato más visible se percibe en moratones, heridas o golpes, pero en las formas de control la sociedad sigue aguardando debajo del paraguas del príncipe azul, de la media naranja, y se siguen tolerando como demostraciones de amor cosas que no lo son. «Seguimos viendo los celos como una prueba de amor, no como un mecanismo de control. Desde la teoría que explica la violencia de género se habla de la espiral de la violencia: fase de acumulación de tensión, fase de estallido y la tercera parte, la fase de arrepentimiento y perdón, que es lo que se denomina 'luna de miel'», asegura Laura. Entonces la mujer se cree que él ha cambiado, que no lo volverá a hacer y, lo que es peor, que ella tiene parte de culpa por llevarle al límite. Y se lo cree porque no es un desconocido, le cree porque es la persona que ella ha elegido. Y la situación se vuelve a repetir, hasta que deja de ser necesaria esa fase de luna de miel llena de regalos, atenciones y viajes y solo queda la violencia hacia una persona a la que puede manipular a su antojo.

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