Javier Gomá | Filósofo
«Hay que repensar el concepto de Dios»Vermú de domingo ·
El reputado pensador opina que «la gran paradoja es que vivimos en el mejor momento de#la historia y, sin embargo, estamos cabreados»Secciones
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Javier Gomá | Filósofo
«Hay que repensar el concepto de Dios»Vermú de domingo ·
El reputado pensador opina que «la gran paradoja es que vivimos en el mejor momento de#la historia y, sin embargo, estamos cabreados»En el diálogo, Javier Gomá tiene la virtud de hacer creer a su interlocutor que este es más inteligente de lo que es. Obviamente, el inteligente es el filósofo, capaz de desbrozar las complejidades de los conceptos que ha ido examinando a lo largo de una amplia carrera ensayística en la que destaca la 'Tetralogía de la Ejemplaridad' y que culmina con la que, de momento, es su última obra, 'Universal concreto'. Director de la Fundación Juan March y letrado del Consejo de Estado en excedencia, participa estos días en el Festival Internacional de Literatura en Español, en la Región de Murcia.
-¿Los que se toman el vermú los domingos son epicúreos, o solo disfrutones?
-Jajaja. Bueno, el epicúreo pertenece a una escuela de filosofía que sigue a Epicuro. Mi tesis es que todos los hombres y todas las mujeres del mundo son filósofos porque todos ellos tienen, necesariamente, una interpretación del mundo, y esa interpretación es filosófica, así que uno no puede dejar de ser filósofo. Otra cosa es escribir libros de filosofía, algo a lo que se dedican individuos excéntricos e inadaptados.
-¿Y no somos filósofos cabreados? Se supone que estamos en la mejor época de la historia, pero vivimos en el descontento.
-Así es. Si uno va a los mejores momentos de la historia, al siglo V a.C. con Pericles, al siglo XV en Florencia, o al XVII en la corte de Luis XIV, vemos que todos ellos vivían en el mejor período de la historia hasta ese momento, pero cundía el orgullo, la sensación de pertenecer a una sociedad triunfante. La gran paradoja del siglo XXI es que vivimos en el mejor momento de la historia y, sin embargo, estamos cabreados. Esa contradicción refleja el espíritu de nuestro tiempo.
-¿Cómo salimos de ese cabreo?
-Yo lo relacionaría con dos conceptos, que son visión culta y corazón educado. La visión culta te dice que vivimos el mejor momento de la historia. Y luego está el corazón educado: cuando vivíamos en una sociedad autoritaria o dictatorial, la única obligación del ciudadano, que entonces era súbdito, era obedecer, mientras que, en democracia, los ciudadanos ya no somos súbditos, sino que nos obedecemos a nosotros mismos, por tanto, lo que el ciudadano piensa y siente, que en la época autocrática no servía para nada, ahora se convierte en fundamental: nos obedecemos a nosotros de acuerdo con nuestras preferencias e inclinaciones. En consecuencia, toda la civilización democrática depende de cómo eduquemos nuestro corazón.
-La ejemplaridad es el eje central de su pensamiento filosófico. ¿No es muy cansado ser ejemplar todo el rato?
-Te respondo con una anécdota del filósofo Max Scheler, que había escrito muchos libros sobre los valores. Un día que estaba dando un seminario, le llamaron por teléfono y, aunque se fue a la salita adjunta, todos los asistentes escucharon las blasfemias y las groserías que dijo. Cuando volvió, los alumnos le comentaron que había una manifiesta contradicción entre lo que decía en sus cursos y cómo se había comportado por teléfono. Entonces, Scheler les dio una contestación soberbia. Dijo: «Yo soy una señal que indica un camino, pero ¿cuándo has visto luego a la señal recorrer ese camino?» [risas].
-«Como padre, una de mis ambiciones ha sido la de no estorbar demasiado», escribió. ¿Lo ha conseguido?
-Honestamente, sí. En la dedicatoria de mi último libro, 'Universal concreto', nombro a mis cuatro hijos, y añado «que me dejaron ser un padre blando». El mayor regalo que unos hijos pueden hacer a su padre es que le permitan ser blando, porque si lo he sido es porque ellos me lo han permitido.
-El chistemalismo también le ha funcionado con ellos.
-Sí, y lo practico por razones profundas: porque me parece una manera muy grande de suavizar el ejercicio de la autoridad y porque hay algo de autoironía en ver cómo, de tres o cuatro posibilidades de contar un chiste, la peor es la que produce en mis hijos cara de fastidio, de repugnancia y de cansancio, y ver esa cara es mi retribución. Aunque quizá se me haya ido de las manos: un día descubrí que mi hija me tiene agendado en el móvil como 'Paquete'. No es exactamente el temor reverencial que los hijos tenían a los padres en el pasado, jajaja.
-Nos prometió el libro 'Dios escondido'. ¿Para cuándo?
-Lo anuncié en mi último libro de la tetralogía, que salió en 2013. Desde entonces, tengo un montón de carpetas, y casi todos los días añado algo. Es uno de los dos grandes proyectos que tengo en mi plan literario; el otro es una novela de educación que estoy escribiendo y que se titula 'Lo quiero todo'. Creo que ambos saldrán en los próximos cinco años.
-Se lo comento porque, ante las calamidades que vemos, muchos se preguntan dónde está Dios.
-Sí, la pregunta del libro es si está escondido por alguna razón o es que no existe. Yo soy creyente, y siempre insisto en que, en muchos casos, la educación religiosa de la gente corresponde a la infancia. Luego, uno madura y su idea de la vida cambia, pero la idea que tiene de Dios sigue siendo la infantil, y se produce un conflicto muy grande entre la experiencia de la vida adulta y la imagen que tiene de Dios, que es la del portal de Belén y la del Catecismo del colegio. Esa idea infantil hay que corregirla para que luego uno crea o deje de creer, pero no crea en el cuento para niños. Hay que repensar el concepto de Dios.
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