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Y No Me Quiero Morir

Drogas para aguantar o para salir de la realidad, tristeza, ansiedad, depresión, pastillas para todo, despersonalización, inseguridad, miedo, violencia. Miedo a la libertad. Miedo a equivocarnos. Miedo a la muerte

ángeles Ruiz Bueno

Miércoles, 13 de enero 2021, 08:38

Hoy no voy a hablar de las fiestas atípicas que hemos pasado, ni voy a hacer balance de lo acontecido en 2020. Tampoco sobre mis deseos para el nuevo año. Por muy extraño y fuera de contexto que parezca, voy a intentar hacer algunas reflexiones ... sobre la muerte o, sobre la vida, según se mire, y recuerdo aquí la ocurrente definición propuesta por aquel acertijo...» Cuál es aquella enfermedad sexualmente transmisible, que presenta una prevalencia del 100% afectando a ambos sexos a nivel mundial, cuya evolución es crónica y que acaba inexorablemente con la muerte? Pues eso.

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En los últimos años ha ido creciendo con fuerza la idea de la libertad de elección como un derecho individual incuestionable y digno de ser protegido por las leyes. El ejemplo más de moda es el intento de justificar y regular la prostitución como un trabajo con el argumento de que hay mujeres que lo eligen libremente, y de ello hablaremos en otra ocasión.

Yo diría que también ha ido extendiéndose, a pesar de que el escenario actual de pandemia no es para echar cohetes, la sensación de que la humanidad va a ser capaz, en un futuro no muy lejano, de vencer a la muerte. Quizá no se verbalice de una forma consciente, pero en nuestro fuero interno esperamos que, aunque la enfermedad que nos acaban de diagnosticar no tenga cura en este momento, puede ser que en un par de años sí la tenga. Además, el ritmo, los valores y la forma de vida impuestos por la sociedad capitalista nos exige una imagen de éxito que casi nunca responde a la realidad, por lo cual, se convierte en una causa de frustración permanente, y no se nos está educando en el manejo de la frustración, he ahí el problema.

Drogas para aguantar o para salir de la realidad, tristeza, ansiedad, depresión, pastillas para todo, despersonalización, inseguridad, miedo, violencia. Miedo a la libertad. Miedo a equivocarnos. Miedo a la muerte.

La ley de eutanasia recientemente aprobada en el congreso, y pendiente de pasar por el senado, es la respuesta a una demanda social, o trata de serlo. A mí me parece una ley suficientemente garantista. Se trata de asegurar que la decisión de pedir ayuda para morir es mía y que no hay injerencias de otras personas o instituciones. Me parece una buena ley. Ahora bien ¿Es de esperar que sea la solución a los problemas que nos plantea la muerte? ¿Morir sin dolor es equivalente a morir sin sufrimiento? ¿Quién nos puede asegurar que vamos a ser capaces de «acertar» con el mejor momento para que nos ayuden a morir?

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La Medicina cada vez es más dependiente de la tecnología y la gente cada vez es más dependiente de la Medicina. Tendemos a eludir la responsabilidad de tomar decisiones difíciles y preferimos que «quien entiende» decida por nosotras. En este momento, a pesar de todas las leyes de autonomía de los pacientes y de los consentimientos informados, tomamos muy pocas decisiones en aquello que nos concierne directamente: tratamientos farmacológicos, quirúrgicos, pruebas diagnósticas arriesgadas...Confiamos en que los profesionales elegirán lo mejor para nuestro caso.

Pero las profesionales también actúan según marcan los protocolos, sin disponer del tiempo necesario para valorar los efectos secundarios de unos tratamientos cada vez más agresivos. No siempre se atreven a retirar un tratamiento que consideran ya innecesario por temor a nuestra protesta. Y a nivel hospitalario y superespecializado se dejan muchas decisiones en manos de la alta tecnología. Ni nos atrevemos a preguntar, ni se atreven a informarnos de una manera veraz sobre los pros y los contras de los posibles tratamientos, si es que los hay, para que podamos decidir el que nos conviene. Nos deslumbra tanto la sofisticación tecnológica que se nos escapa el valor y el calor humano que nos aportan unos cuidados paliativos suficientes y de calidad, que hay que defender a capa y espada.

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En resumen, elegimos libremente muy poquitas cosas, a veces porque existen demasiados condicionantes que limitan nuestra libertad y a veces porque nos da miedo asumir nuestra responsabilidad en cuestiones importantes y tendemos a lanzar balones fuera. Vivimos cada vez más años, pero no queremos envejecer y el final de nuestra vida lo consideramos un fracaso y no algo natural. No aceptamos la muerte. Tenemos un problema que el sistema sanitario no nos puede resolver.

Pero ¿Y si miramos atrás? ¿Qué hacemos con nuestra vida? ¿Trabajamos en lo que nos gusta? ¿Intentamos hacer las cosas bien? ¿Nos preocupa el bienestar de la gente que nos rodea, o pensamos que eso es un problema de cada cual? ¿Somos capaces de vivir felices rodeados de gente desgraciada?

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Tenemos nuestra cota de responsabilidad en lo concerniente a cuidar nuestra salud, pero hay condicionantes que requieren además respuestas colectivas. Vivimos en una sociedad que genera enfermedad. El capitalismo es implacable con la miseria y el sufrimiento que crece bajo su manto y es mentira que la muerte nos iguale a todas. ¿Somos conscientes de que está en nuestras manos cambiar esto o ser cómplices de ello? ¿Qué lugar ocupa la ética en nuestra vida y en nuestro día a día? ¿Y la coherencia entre lo que pensamos y lo que hacemos?

Seguramente la respuesta que demos a estas y otras preguntas modulará nuestra actitud cuando vaya finalizando nuestra vida. Habremos intentado, al menos, definir lo que consideramos una vida buena y una muerte digna.

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