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Susana Zamora
Miércoles, 25 de abril 2018, 14:39
Cuando en la película 'Apocalypse Now' (1979) sus protagonistas dudaban entre si taparse la cabeza o sus partes más íntimas con su casco reglamentario, sabían que la decisión era vital. En sus manos estaba morir de un balazo en la cabeza o morir en vida, ... con sus órganos sexuales amputados. Hay heridas de guerra que dejan cicatrices imborrables y otras, unas secuelas que acaban olvidándose con el tiempo y la ayuda de la ciencia. Gracias a ella y a los avances en medicina, un sargento del Ejército de Estados Unidos podrá recuperarse de la mutilación genital que sufrió hace unos años al pisar una mina de fabricación casera en Afganistán, tras ser sometido al primer trasplante de pene y escroto que se hace en el mundo.
El soldado, cuyo nombre no ha trascendido, pensó que aquella lesión sería para toda la vida, pero se equivocó. A la vista de su evolución, la intervención sin precedentes realizada por un grupo de nueve cirujanos y dos urólogos de la Universidad Johns Hopkins de Baltimore (Maryland) ha resultado un éxito. Después de 14 horas de quirófano, en las que recibió el pene, el escroto sin testículos y parte de la pared abdominal de un donante fallecido, y varias semanas de recuperación (fue operado el pasado 26 de marzo), el paciente empieza a hacer vida normal y confía en que esta semana pueda marcharse a casa. «Es una herida realmente dolorosa y que no es fácil de aceptar -confesó-. Cuando me desperté por primera vez, me sentí normal; ahora sí estoy bien».
Este tipo de intervención, denominada alotrasplante compuesto vascularizado, consiste en trasplantar una parte o tejido del cuerpo de una persona a otra. «Se escogió este método porque, si bien es posible reconstruir el pene con tejido de otras partes del cuerpo, para que el paciente pueda lograr una erección es necesario implantarle una prótesis, lo cual supone un riesgo de infección más alto», aseguró Wei-Ping Andrew Lee, profesor y director de la División de Cirugía Plástica y Reparadora de la Facultad de Medicina de la Johns Hopkins.
De eso sabe bien Jesús Torres, director de la Unidad de Cirugía Plástica y Quemados del Hospital Carlos Haya (Málaga), referente en España en las operaciones de cambio de sexo. «Sin duda, la dificultad que entraña una reconstrucción, en la que es necesario crear un neofalo a partir de la piel del antebrazo, es mucho mayor. Pero en ambos casos, y, en general, en todos los trasplantes de partes blandas, los principales riesgos son el rechazo del paciente a la parte trasplantada y a la medicación inmunosupresora que se le administra», asegura Torres.
Esta terapia puede acarrear otros problemas, como la aparición de tumores. «Lo que hace el tratamiento inmunosupresor es reducir la inmunidad. El día que desarrollemos una serie de medicamentos que inhiban selectivamente los linfocitos, que son los encargados de detectar cuerpos extraños en el cuerpo y atacarlos, podremos trasplantar cualquier cosa», ilustra el doctor español.
La satisfacción de los especialistas es tan grande que confían en que el paciente «pueda orinar con su pene en las próximas semanas y que, puntualmente, pueda recuperar la sensibilidad suficiente para alcanzar una erección», declaró Lee. «Para que esta se produzca, la sangre tiene que entrar en el pene y no volver a salir, y eso depende en gran medida del buen funcionamiento de unos esfínteres situados en los plexos pampiniformes (red de varias venas pequeñas que se encuentra en la estructura que va desde el abdomen a cada uno de los testículos) de la zona pélvica. Por eso, hay hombres que cuando se operan de la próstata, si les tocan esos nervios, se quedan impotentes. Con esta operación pionera puede entrar la sangre para que el órgano pueda vivir, pero recuperar la función noble de la erección ya es otro cantar», advierte Torres. Este cirujano estima en seis meses o un año el tiempo necesario para percibir la sensibilidad del glande, «ya que el nervio no se enchufa como una arteria y ya está, sino que se coloca al lado de otro y crece a través de él», precisa.
Según los especialistas norteamericanos, lo que ya no podrá el paciente será eyacular, ya que en la explosión perdió los testículos y no le fueron trasplantados por una «cuestión ética», argumentó Damon Cooney, uno de los cirujanos que formó parte del equipo. «La capacidad del receptor del trasplante para tener hijos sería resultado del material genético que el donante transmitiría al hijo», agregó. Lo que está por ver ahora es cómo acepta el paciente su nuevo miembro, aunque «el déficit era tan grande, que el tipo de pene, grande o pequeño, le va a dar igual», sostiene Torres.
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