Tres amigas naturales de Aranda de Duero decidieron cambiar este año las fiestas de su tierra por un viaje a 1.474 kilómetros. El destino era Marrakech, en Marruecos, y las fechas elegidas iban desde el viernes 8 de septiembre al martes 12. Justo se ... perderían el cañonazo y algún que otro evento festivo de la villa burgalesa.
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Sin embargo, la ilusión por hacer un viaje y residir durante cuatro días en una ciudad culturalmente muy distinta era tentador. Ese viernes tomaron un vuelo que les llevaba hasta Marrakech, aunque una hora después de llegar comenzó su verdadera aventura, una «anécdota para toda la vida», tal y como relata Miriam Cuesta, una de las viajeras.
A las diez de la noche, hora de Marrakech, las tres arandinas aterrizaron en su destino. Algo más tarde se encontraban en su riad, una especie de palacio tradicional marroquí, donde dormirían las siguientes cuatro noches. Cuesta y sus compañeras subieron al primer piso, donde se encontraba su habitación, y se dispusieron a cambiarse.
Llevaban diez minutos en la habitación cuando, «de repente, todo empieza a temblar». Eran las 23:11. Al principio, las arandinas creían que era gente corriendo o un tren cercano pero, «al ver que no paraba», una de ellas lanzó la idea del terremoto. «Empezamos a ponernos nerviosas porque no sabíamos qué hacer. Cogí el móvil y busqué «terremoto Marrakech» y vi que era uno de 6.4» en la escala de Richter, relata Cuesta.
«La lámpara se movía» y «se nos cayeron todos los botes del baño y las cosas que estaban apoyadas, pero no se rompió nada», cuenta la afectada. El terremoto duró más o menos un minuto y medio. Durante el mismo, también abrieron las ventanas de la habitación y comprobaron que el cielo estaba «lleno de pájaros», algo que las desconcertó.
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Durante ese minuto y medio que parecía que nunca acababa, las jóvenes también abrieron la puerta de la estancia y miraron al patio interior. «En medio había una fuente. El agua estaba saliéndose y moviéndose como si fuera el mar. No entendíamos qué estaba pasando». Abajo, Miriam Cuesta observó cómo una responsable del hotel tenía «cara de pánico» que le dio a entender que lo que ocurría no era común en la ciudad marroquí.
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Tras el seísmo, las arandinas bajaron en pijama al patio interior. «Yo estaba temblando, no sabía lo que estaba pasando», relata Cuesta. Tras unos instantes, todo empezó a temblar de nuevo. «Empezamos a gritar y nos metimos debajo de las mesas». Después, cuando ya había pasado, la responsable del hotel comenzó a gritar «On y va» y las tres amigas entendieron que había que desalojar el hotel, aunque antes cogieron su pasaporte y cartera.
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En total, la trabajadora del hotel y ocho turistas de distintas nacionalidades abandonaron la riad, que no había sufrido daños, y se dirigieron al exterior de la medina, alejándose así de los edificios. Antes avisaron a sus padres de que estaban bien, pero pronto se quedaron sin conexión a internet porque aún no habían podido comprar una tarjeta SIM en Marruecos.
Por el camino, Cuesta vio una mezquita con parte de su puerta caída (foto superior). En ese momento, ella y sus amigas comprendieron la gravedad de la situación, aunque seguían «en estado de shock, asustadas». Junto al resto de personas, caminaron hasta llegar a un descampado donde se sentaron a pasar la noche.
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«Estuvimos hasta las siete de la mañana», relata la arandina. El miedo a que una réplica muy fuerte ocurriera a las tres de la madrugada les hizo mantenerse hasta esa hora al raso. La noche marroquí también es fría, y ellas seguían en pijama. Sin embargo, «la gente se portó muy bien con nosotras, nos trajeron mantas», relata mientras hace memoria y recalca que en esa zona no había muchos turistas pero sí bastante gente anciana.
Cuando las tres turistas regresaron al hotel por la mañana avisaron a sus familiares, que tampoco habían dormido nada por la incertidumbre. Ellas intentaron descansar también, aunque Miriam Cuesta no pegó ojo en casi todo el viaje. «Me dolía el cuerpo de no dormir», detalla.
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Durante los siguientes días, Miriam Cuesta no quería leer noticias al respecto «porque no me quería asustar, pero me lo iban contando desde España». Relata que el sábado y el domingo la pregunta que se hacía todo el mundo en las tiendas, restaurantes y por la calle era «¿Qué tal estáis? ¿Todos bien?».
Las tres turistas también buscaron vuelos para volver a casa antes de tiempo, pero vieron que no había hasta el lunes y que «estaban por 1.000 euros». Por tanto, prefirieron esperar un día más, hasta el martes, y regresar a España en su vuelo ya reservado.
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Sin duda, el viaje de Miriam, Ana y Natalia no había empezado con buen pie. Sin embargo, consiguieron realizar bastantes actividades que tenían planeadas. El sábado hicieron un 'free tour', aunque fue «el más raro de mi vida», explica Cuesta. El guía desvió el recorrido porque pasaba por el barrio judío, uno de los más afectados por el terremoto.
Por la tarde, la excursión que tenían planeada se canceló, porque era en el desierto, cerca del epicentro del sismo. También visitaron unas cascadas y el martes visitaron una mezquita, ya que el resto de días varios monumentos habían permanecido cerrados.
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A pesar de que el viaje fue bien, Miriam Cuesta recuerda que estuvo «en tensión todo el rato» y nerviosa. Le daban miedo las posibles réplicas, por eso «quería estar todo el tiempo posible fuera del hotel, en la calle». Por suerte, no vivieron ninguna reseñable, aunque la muralla de Marrakech se quedó parcialmente destruida.
Cuesta tenía miedo también porque asegura que no vieron a la policía o algún servicio recogiendo escombros ni organizando la ciudad. Sin embargo, ahora ya con los nervios fuera y en su casa, recuerda su aventura por Marruecos como una anécdota. «Para lo mal que estaba no ha estado tan mal», sentencia.
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