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Ocurrió hace años, cuando Pitingo todavía no se había consagrado como ese chico con duende que combinaba como nadie el soul y las bulerías. Había salido con Verónica, su mujer, a dar una vuelta y decidieron pasar por la farmacia. «Me acercaba cuando vi a ... la dependienta cerrándome la puerta. Yo, que para esto soy bastante ingenuo, no le di mayor importancia. Pero mi mujer me dijo 'escóndete aquí y ven cuando yo te diga'». Efectivamente, a ella le abrieron sin problema. La boticaria no sabía dónde meterse. «Es que como tenías pinta así de gitano, pensé que entrabas a robar», les dijo después.
Por supuesto no ha sido la única vez. «Esta es graciosa, apunta. Una discoteca donde no me dejaban entrar porque decían que los gitanos sólo montamos gresca. Años más tarde, cuando ya era conocido, fui allí a recoger un premio. Me lo entregó el propio dueño, que al menos tuvo el detalle de reconocer su error». Pitingo, hijo de guardia civil y de gitana, mestizo, aprendió pronto a «nadar entre dos aguas» y conoce el amargo sabor de los desplantes y la discriminación. «Ojo, de unos y de otros, que de todo hay». El cantante, sin embargo, descarta que seamos un país de racistas. «Yo he viajado por el mundo entero y te aseguro que los casos aislados no bastan para describir a la sociedad española, mucha más abierta que la americana».
El cantante distingue también entre racismo y clasismo. Vamos, que no es lo mismo ser Pitingo o José Mercé, que salir de una barriada de chabolas. Advierte contra ese discurso del odio que alimenta la discriminación, más en tiempos de incertidumbre; pero aclara que esto no es una cuestión de derechas o de izquierdas. «Te aseguro que he conocido a muchos que se daban golpes de pecho defendiendo la igualdad de oportunidades y luego resultaba todo lo contrario. Yo he llegado a un punto en que paso por completo de la raza, prefiero centrarme en ser persona. Todo lo que queda fuera no me aporta nada».
Pitingo aboga por aprender a ponerse en la piel del otro, esforzarse por comprender su cultura. «Y eso vale lo mismo para el ayuno en Ramadán que para el tema del pañuelo en una boda gitana».
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