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Luis Zarrluqui. r. c.
La semana de Luis Zarraluqui

Hasta que la muerte o Zarraluqui los separe

A él acuden deportistas, políticos y artistas cuando se les rompe el amor de tanto usarlo. Los juicios, el tenis y la lectura son los pilares sobre los que se levanta la rutina de este abogado metido a escritor

SERGIO GARCÍA

Domingo, 2 de mayo 2021, 00:39

A Luis Zarraluqui (Madrid, 1960) siempre le ha parecido que el estado natural del ser humano es vivir en pareja «pero bien, porque para hacerlo mal lo mejor es estar solo». Lo que en otro cualquiera sería una frase de Perogrullo, en su ... caso es casi una divisa de familia, pues por el bufete que abrió su abuelo ha pasado lo más granado del panorama patrio para reformular aquello de «hasta que la muerte nos separe». Él mismo se ha divorciado dos veces, así que sabe de lo que habla, aunque tenga tres hijos «que se llevan maravillosamente» y que le recuerdan que no cualquier tiempo pasado fue peor. Los juicios, el deporte -casi obsesivo- y la lectura son los tres mimbres con los que trenza su rutina diaria este abogado, madridista irredento y autor de la recién publicada novela 'Aurelia Villalba'.

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Lunes

6.00 horas. Suena el despertador y voy a la cocina a prepararme el desayuno, en mi caso la principal comida del día porque luego todo se descontrola. Plátano, kiwi, fresas, cereales, kefir... también algo de pavo. No puede faltar pomelo, mi fruta favorita. El café lo reservo para el despacho o cuando estoy haciendo tiempo con algún cliente. Después, una ducha y diez minutos de estiramientos. De lo contrario, no soy persona.

7.00 horas. Una vez en el coche, tomo la carretera de La Coruña y en apenas 8 minutos estoy en el despacho. Descubrí hace años que funciono mejor temprano -yo le abro la puerta a la señora de la limpieza- y como a esa hora no suena el teléfono, atiendo temas profesionales o me dedico a estudiar. Repaso la legislación que sale nueva y las interpretaciones que hacen de ella los magistrados. En este oficio, quien piense que ya lo sabe todo, va listo.

14.30 horas. Para otras cosas no soy de relaciones fijas, pero para el tenis sí. Voy a la Escuela de Couder donde me espera un amigo con el que juego desde hace 15 años. Siempre con él y a la misma hora, salvo que tenga juicio. Aunque no es el más veterano. Trini Ortega, fíjate, era mi profesor y con él juego los viernes en Puerta de Hierro desde hace 45 años.

Martes

11.00 horas. Toca juicio. Salgo con hora y cuarto de antelación. Los abogados de Madrid pasamos más tiempo en el coche que ocupándonos de nuestros asuntos. El juicio se puede demorar hasta dos horas, luego el tiempo que pasas en sala, vuelta al despacho... Entre pitos y flautas seis horas para una de trabajo efectivo. Es desesperante.

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18.00 horas. Me hace gracia lo de 'abogado de la jet'. Es cierto que asesoro a artistas, políticos, deportistas... pero son sólo el 10% de mis clientes (cada año entran cien casos nuevos al bufete). ¿Que si los ricos también lloran? ¡Jo, que si lloran! Nos acostumbramos a vivir de una forma y luego cambiar el paso es duro. Pero también tienen sentimientos. La regulación del Derecho de Familia es muy mejorable: penaliza el trabajo y encima te priva de los hijos, la casa... Me preguntan quiénes son más belicosos, si ellos o ellas. En cuanto cruzan esa puerta, créame, no hay diferencias.

Miércoles

8.30 horas. Repaso con mi secretaria asuntos administrativos y luego con los abogados del bufete los temas que hay en cartera. Hoy tengo varias citas con clientes: algunos son nuevos, con otros estamos en mitad de un procedimiento, los hay también con los que debo preparar un juicio... La pandemia ha disparado el trabajo, no te digo hasta casi doblarlo, pero casi. Lo que nosotros llamamos el 'efecto agosto', las fricciones que afloraban en vacaciones -el apartamento, la casa de los suegros, los niños dando guerra... todo multiplicado y en un espacio más pequeño- se ha extendido ahora a todo el año. Súmele a eso la lentitud judicial, que en el escenario en el que nos movemos los abogados de Familia es letal. Dígale usted a alguien que no puede ni ver a su mujer que su asunto no se va a señalar hasta dentro de cuatro meses. Para cuando el juicio se celebra, ardió Troya.

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11.30 horas. No cocino nada, soy un desastre. Menos mal que tengo un físico afortunado y nada me sienta mal. Compenso lo poco que me gusta el mundo de la cocina con lo agradecido que soy para cualquier cosa que me ponen. Mi hermana Marta, que trabaja conmigo, me ha traído un táper de habitas salteadas con huevo. Ya sé que no son horas, pero es el único hueco que tengo entre dos visitas (no volverá a comer hasta seis horas más tarde, «no sé, unas barritas energéticas que tenía por ahí»).

21.00 horas. Todas las semanas ceno un día con mis tres hijos (dos son de su primer matrimonio, uno del segundo), nos ponemos al día y lo pasamos muy bien. También quedo con mi padre, con el que aprovecho para ver el partido del Real Madrid. Tiene 86 años, le acaban de poner la segunda dosis de la vacuna y está genial. En casa siempre hemos sido muy forofos. Imagínese, todavía conservo el carné de mi abuela del año 36.

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- Por cierto, ¿qué le parece lo de Florentino y la Superliga?

- Uffff, eso mejor 'no coment'.

Jueves

13 horas. Hoy el juicio era en los juzgados de Violencia de Género y ha empezado una hora tarde, así que el resto de la mañana no he podido programar nada. El cuello de botella en la Justicia española es tremendo. El lunes tengo un juicio que lleva fecha de diciembre de 2018. Si le digo la verdad, tengo miedo -más aún, pavor- a acabar hartándome, a decir 'hasta aquí hemos llegado', porque a veces te das cuenta de que el sistema es más grande y más fuerte que tú.

16.00 horas. El deporte me ha dado muchas cosas. Nadar, por ejemplo. Estás ahí, un largo tras otro. Cuando tengo que reflexionar, en ningún sitio desconecto más. Salgo del agua como nuevo y vuelvo al despacho. Dirijo un curso 'online' de la editorial Tirant lo Blanch.

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21.00 horas. Entre una cosa y otra, la jornada rara vez acaba antes. Llego a casa y ceno algo de fiambre y un yogur. Es entonces cuando me refugio en mi otra gran pasión: la lectura, aunque sólo sea media hora. Me encanta Javier Reverte. Dedicarte a lo que más te gusta, en su caso viajar, y que encima te paguen por ello, debe ser colosal. Yo tengo dos planes que no me quito de la cabeza: uno es visitar las 15 ciudades españolas que son Patrimonio de la Humanidad; el otro, hacer el viaje de Elcano alrededor del mundo en diez etapas. Quizá algún día.

Viernes

16.00 horas. Es el único momento que procuro no trabajar (el domingo prepara los juicios de la semana siguiente). La tarde y el sábado los dedico a escribir. Ahora estoy con la segunda parte de 'Aurelia Villalba', la novela que publiqué en septiembre. La protagonista es una abogada de familia, sin Facebook ni WhatsApp, deportista consumada y con 38 pulsaciones por minuto. Ni fuma ni cocina. Como ella, siempre repito a mis clientes: «No confundas justicia con legalidad ni sentido común».

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