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Cuesta reconocer en ese joven espigado, taciturno y de pelo cortado al cero al hijo de Mohamed VI, el monarca marroquí asiduo del papel couche y las residencias de ensueño. El mismo con quien España mantiene una relación siempre tensa, ya sea a causa del ... conflicto saharaui, del eterno contencioso abierto por las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla, o por ambos a la vez, como ocurre desde que la frontera del Tarajal se ha convertido en un coladero. Moulay Hassan, su primogénito y heredero al trono alauita, acaba de estrenar mayoría de edad, lo que en teoría le faculta para dirigir en cualquier momento los destinos de un país de 36,5 millones de habitantes que guarda la frontera sur de Europa y que antes de la pandemia se contaba entre los diez principales socios comerciales de España.
Huelga decir que Moulay no es un adolescente al uso. Y no porque tenga 258.000 seguidores en su cuenta de Instagram, ni por el nivel de vida que despliega cuando está en compañía de su padre. Este joven, de rasgos delicados y una altura más que notable, al que lo mismo vemos ataviado con el típico tarbush (fes) y la chilaba impecable que con uniforme del ejército o con un traje de tres piezas, pronunció su primer discurso con 8 años y está acostumbrado a despachar con reyes y jefes de estado desde los 11. Incluso ha sustituido a su padre en inauguraciones como la del Tanger Med 2, la mayor infraestructura portuaria del país vecino, llamada a competir en dura pugna con Algeciras por la hegemonía en el Estrecho.
Moulay es el último eslabón de una dinastía que se remonta al siglo XVII y cuando ascienda al poder lo hará con el nombre de Hassan III. Hasta ahora, en caso de fallecimiento de su padre, debía someterse según establece la Constitución a los dictados del Consejo de Regencia, cuya labor pasa a ser ahora meramente consultiva y eso sólo hasta que cumpla los 20. No significa esto que Moulay vaya a reinar en breve, ni tampoco que su padre esté pensando en abdicar, aunque la salud del monarca no sea buena y ya le ha dado varios sustos, el último cuando tuvo que ser operado en el quirófano del Palacio Real de Rabat de una arritmia cardiaca. No es su principal problema de salud. Padece una enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC), que por lo general desemboca en un enfisema pulmonar o en bronquitis crónica. Las sibilancias y la tos que puntúan sus discursos son buena prueba de ello.
La vida de Moulay y la de su hermana Khadija, cuatro años menor, dio sin embargo, un giro inesperado en marzo de 2018, cuando su padre decidió divorciarse de la princesa Lalla Salma, con quien se había casado en 2002 (y que nunca recibió el título de reina). No es que la nueva situación representara un cambio sustancial en el statu quo del matrimonio real, que nunca había compartido techo. Pero la apertura de hostilidades, que habían encontrado eco en medios afines al Gobierno como Le Crapouillot Marocain, además de en redes sociales, se acabó convirtiendo en una campaña de acoso y derribo en la que no se hacían prisioneros, y donde los hijos tomaron partido por quien había sido la única constante en su vida: la madre.
«Colérica, «agresiva», «desdeñosa»... Las críticas lanzadas contra la princesa, algunas de ellas con la firma de sus tres cuñadas -cuya presencia es más habitual en París que en Rabat- lograron transmitir la imagen de una apestada. De la noche a la mañana, Lalla pasó de viajar con sus hijos a Nueva York, Cuba o Estambul, a tener que pedir autorización a la Casa Real para llevarlos al cine. En estos años, Moulay no ha sido ajeno al desprecio del que era objeto su madre y, lejos de plegarse, ha dado muestras de independencia. El mismo carácter que ya demostró cuando con sólo tres años se negó a que, en cumplimiento del protocolo, militares y prebostes le besaran la mano en una recepción real.
Aunque publicaciones como Jeune Afrique se esfuercen en resaltar la complicidad entre padre e hijo en forma de «abrazos, miradas llenas de ternura, selfies sin ceremonias, risas y momentos de complicidad», quienes le conocen no dudan en señalar que el trato dispensado a su madre no ha hecho sino apuntalar su relación y que cuando él sea rey la influencia que ésta ejerce sobre él podría deparar sorpresas en palacio.
Si hay algo que Moulay no ha descuidado es su presencia en los más altos foros. Representó a su padre en el entierro de Pompidou o en el de Enrique de Orleáns, y ha compartido mesa con el presidente del Banco Mundial o el secretario general de Naciones Unidas. Su presencia es incluso más fiable que la del monarca. Cuando hace tres años Francia conmemoró los cien años del término de la Primera Gran Guerra, Moulay siguió con atención la ceremonia presidida por Macron mientras su padre daba cabezadas. Por no hablar de sus muestras de informalidad. Mike Pompeo, Erdogan o Medvedev son algunos de los ilustres a los que ha dado plantón.
Al igual que su padre, habla árabe, francés, inglés y español (ha tomado clases en el Instituto Cervantes de Rabat). A los dos les gusta Maître Gims, un rapero congoleño afincado en Francia. Pero cualquiera diría que ahí acaban los parecidos. Mientras Mohamed VI mostró desde el principio su predilección por las Letras -eligió la literatura en el colegio y Derecho en la universidad-, a su hijo le tiran más las Ciencias Económicas y Sociales. Si al primero era habitual verle en sus buenos tiempos en moto acuática, al segundo le gustan el baloncesto, la equitación y el fútbol, deporte este en el que no oculta sus preferencias por el Barça y por Messi en particular. También durante un tiempo acudió a la Escuela Aeronáutica de Marrakech para prepararse como piloto, decisión que su padre respetó mientras no interfiriese en su formación como rey.
Cuando el pasado verano aprobó el bachillerato internacional con todos los honores, su padre dispuso enviarlo a la universidad Politécnica Mohamed VI, un centro para las élites con dos sedes, una en Rabat y otra en Benguerir, ciudad esta última del sur del país donde se acondicionó para él un chalet ecológico. Después de pasar unos días con su padre en Alhucemas, el príncipe volvió a dar muestras de su rebeldía. Dejó claro que estudiaría en la capital, al lado de su madre. Que por algo sólo hay una.
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