Monseñor Blázquez, el obispo tranquilo
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Próximo a la jubilación, deja la presidencia del Episcopado tras una larga carrera marcada por su impronta en Euskadi en tiempos de ETAEl próximo martes Ricardo Blázquez dejará la presidencia de los obispos con la certeza de que su singladura eclesiástica está muy cerca del final. A un mes de cumplir los 78, el Vaticano le ha mantenido en activo durante tres años desde que presentó ... su renuncia como obliga el Derecho Canónico a todos los prelados, y no habrá una segunda prórroga. Se despide desde lo más alto, como príncipe de la Iglesia, desde que el papa Francisco le concediera el capelo cardenalicio y reparara una situación injusta con un hombre afable y sencillo, que siempre ha huido de la confrontación.
Hace ya casi siete décadas de cuando aquel jovenzuelo hijo de unos modestos agricultores abandonara Villanueva del Campillo, un pueblecito de la sierra de Ávila, para formarse en el sacerdocio en los seminarios abulenses. Fueron años difíciles, con inviernos duros y extremos y disciplinas severas. Allí forjó su caràcter recio y completó su propio manual de resistencia, toda una coraza para los tiempos que le tocarían vivir. No en Salamanca, donde vivió un tiempo idílico como profesor de la Pontificia. Tampoco en la pacifica Palencia, su primer destino como obispo titular, después de las 'prácticas' como auxiliar en Santiago de Compostela, donde ya reinaba el todopoderoso Rouco Varela. El frente vasco le esperaba.
El 8 de septiembre de 1995 fue nombrado obispo de Bilbao cuando la ETA más despiadada intensificaba la socialización del sufrimiento a sangre y fuego. En Euskadi no fue bien recibido. Hubo maniobras políticas y eclesiásticas para que no aceptara. Pero aceptó. El PNV recibió de uñas a «un tal Blázquez», según la expresión acuñada por Xabier Arzalluz, que se enteró del nombramiento antes que el Ministerio de Justicia gracias a sus contactos en Roma. También fue mal recibido en los ambientes eclesiales hegemónicos porque no tenía ninguna relación con la Iglesia vasca, ignorada en el proceso de decisión. La famosa 'corresponsabilidad', marca de la diócesis vizcaína, que tantos disgustos le reportaría. Pero aquel cura sencillo y pacificador nunca respondió con baculazos.
Fueron años duros y en soledad. Aprovechó para escribir cuatro libros en el pequeño apartamento donde vivía, en una residencia de monjas, pegada al santuario de Begoña. Pero lo importante no fue su herencia literaria, sino su impronta en la relación de la institución eclesial con el terrorismo y con sus víctimas, a las que pidió perdón en numerosas ocasiones. Acabó con la praxis de que un obispo no podía presidir funerales por las víctimas y peleó por la «deslegitimación histórica, política y ética de medios y objetivos» de ETA. Aunque tampoco impidió que sus zapadores tendieran puentes para acabar con la violencia cuando la Iglesia fue requerida en labores de mediación para acabar con aquella sangría interminable de muertos. Incluso suscribió en 2002 la pastoral 'Preparar la paz' en la que los obispos se oponían a que la izquierda abertzale fuera ilegalizada. Entonces se ganó una cruz en su expediente. Pero salió de Bilbao con el reconocimiento general.
En 2005, y contra todo pronóstico, monseñor Blázquez fue elegido presidente de la Conferencia Episcopal Española en pugna con el cardenal Rouco, que nunca le perdonó que le arrebatara el mando. Tampoco le perdonó que no saliera tras las pacartas cuando el sector más duro del episcopado plantó cara al Gobierno de Rodríguez Zapatero, entre otra cosas por la legalización del matrimonio homosexual. Aguantó la travesía del desierto hasta que fue nombrado arzobispo de Valladolid el 13 de marzo de 2010, quince años después de su llegada al frente del norte. Para entonces, en un golpe de mano bien planificado, Rouco ya le había arrebatado la presidencia de los obispos, que el purpurado gallego mantuvo durante dos trienios. En 2014 Blázquez volvió a recuperar el mandato, y lo revalidó en 2017 para otros tres años. Hasta hoy.
«Ha mandado más de lo que pensamos», asegura un intelectual eclesiástico. No es esa, sin embargo, la sensación general, que consideran su labor continuista y de mantenimiento. De perfil bajo. Y es que a Blázquez, etiquetado como moderado, nunca le ha gustado meterse en líos. Ni en la Iglesia, ni contra el Gobierno de turno. En las últimas elecciones generales ni siquiera sacó una nota para orientar a los fieles sobre su voto. Justo ahora al final ha mostrado su «inquietud» y ha pedido «estar muy alerta» ante el nuevo Gobierno del PSOE con Podemos.
Monseñor Blázquez ha viajado a Roma de manera constante durante su mandato. Y en el Vaticano, la consigna estaba muy clara: diálogo con el Gobierno. Ese ha sido su talante en asuntos espinosos como la exhumación de los restos de Franco del Valle de los Caídos o el pulso soberanista de Cataluña. En cuanto a la agenda interna, también le ha tocado encarar la delicada crisis de la pederastia, siempre en línea con las directrices de la Santa Sede, aunque no con la transparencia que la sociedad demandaba. El Vaticano confió en él en 2010 para investigar a Marcial Maciel, líder de los Legionarios de Cristo y protagonista de uno de los escándalos de abusos más sonados en la Iglesia.
Blázquez deja un episcopado dividido en frentes y capillas, que afronta esta semana unas elecciones más abiertas que nunca y en un momento muy delicado para la Iglesia. Hay un sector que no está enrolado en la renovación que pretende el papa Francisco. ¿Se inclinarán los obispos por una presidencia de transición con un líder más que veterano, o apostarán por un prelado joven que garantice la renovación? La única señal que ha llegado de Roma es la enigmática frase del pontífice cuando le preguntaron si tiene pensado viajar a España: «Primero tienen que ponerse de acuerdo ustedes». Transición tranquila o terapia de choque.
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