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El amor de Alfonso Lozano por las cámaras le viene de familia. En su casa en Pradoluengo aún se guarda una de 1940 que pertenecía a su abuelo Fonsi, que junto a su tío Diego fue quien le metió el gusanillo en el cuerpo. Lo ... que quizá no se esperaba nadie es que aquel muchacho de origen burgalés acabaría haciendo de la imagen su profesión y convirtiéndose en el compañero de baile de la periodista Almudena Ariza, con quien acaba de regresar a Nueva York tras cubrir durante casi un mes la guerra en Ucrania. Una experiencia que, a buen seguro, tardará en olvidar.
Y es que, según reconoce el propio Lozano, en una guerra «pasan tantas cosas en tan poco tiempo que uno no es capaz de asimilarlo en el momento». Para «digerirlo» y «volver al día a día de la vorágine newyorker», asegura, se necesita un tiempo.
Máxime cuando, como es su caso, se trata del primer conflicto bélico en el que se mueve, aunque su currículum ya sea extenso. «Este trabajo te hace tener que cubrir una amplia variedad de conflictos, no sólo bélicos. La guerra del narco en México, la guerra racial en Estados Unidos, las revoluciones sociales como la de George Floyd, los desastres naturales, los feminicidios en México… No son guerras propiamente dichas, pero todas tienen similitudes», sostiene Lozano, que desde 2013 forma pareja de baile con Ariza en la corresponsalía de TVE en Nueva York.
Eso sí, a pesar de esas «similitudes», lo cierto es que presenciar y retransmitir una guerra siempre marca. «No puedo describir lo que he vivido. Es imposible. No puedo encontrar las palabras. La guerra en su plenitud es muy dura, la mires por donde la mires. Desde la brutalidad de Bucha e Irpin hasta la huida de los refugiados; la convivencia de los pocos vecinos que quedan con los bombardeos continuos, las batallas y los ataques aéreos. Es horrible. Nadie está a salvo, nadie», explica.
En este sentido, añade, ni siquiera están a salvo los periodistas. De hecho, varios compañeros de otros medios de todo el mundo han sido víctimas de los ataques. «Cuando cubres un conflicto como este, te enfrentas a los mismos problemas que las personas que tienes a tu alrededor. Puedes caer en una emboscada, te pueden bombardear, cruzarte con una bala perdida, un mortero.... Obviamente estar en primera línea no tiene tanto riesgo como estar un bunker, pero no te exime de estar en peligro. Nadie es invencible y uno sabe a lo que viene», subraya.
De esta forma, reconoce, ha llegado a pasar «miedo» en diferentes momentos. Y no es algo de lo que avergonzarse, ni muchísimo menos. «El miedo es bueno y te hace estar alerta, es natural. Quién diga que no tiene miedo, miente».
A este respecto, para reducir los riesgos y moverse por el territorio con mayor seguridad, es fundamental la labor del 'fixer', cuyo trabajo a menudo pasa desapercibido. «El 'fixer' te puede salvar la vida. Es la persona que conoce el idioma, tiene los contactos, sabe de las costumbres y comprende el contexto local. La calidad de mi trabajo depende ellos», asegura Lozano, que junto con Ariza contó en Ucrania con el apoyo de Andrii y Alina, cuya «calidad humana» es «extraordinaria».
Todos juntos han presenciado escenas, sin duda, terribles. «Una guerra es una guerra; es horrible, es cruda y es violenta. Yo quiero documentar todo, y luego en edición se valora qué se emite y qué no. Ahí entra la moral y la ética de cada uno». A partir de ahí, añade, «que mi empresa sea quien decida». Eso sí, Lozano es de los que piensa que «hay que educar el ojo del espectador», por lo que «pocas veces hemos decidido no enviar ciertas imágenes». No en vano, subraya, «una guerra es una guerra; es horrible, es cruda y es violenta», pero «hay que afrontar la realidad como lo que es porque somos parte de ella».
Y no solo «para lo malo», sino también «para lo bueno», que incluso en una guerra tiene su espacio. «La guerra también saca lo mejor de cada uno», y en Ucrania ha visto «miles de ejemplos», desde «la resiliencia del pueblo ucraniano» hasta la aparición de «miles de voluntarios para alimentar a la población o ayudar en tareas de desescombro o en hospitales». En su caso, añade, les han dado «de comer y beber» y les han «dado alojamiento». Y todo ello «sin nada a cambio, habiéndolo perdido todo».
En este punto, Lozano recuerda un episodio concreto, que vivió nada más llegar a Bucha. «Después de ver las atrocidades que vimos, nos encontramos a una abuela que era la primera vez que salía a la calle después de 40 días de ocupación rusa. Lo primero que hizo fue abrazarnos y recitarnos un poema. Éramos las primeras personas que veía en todo ese tiempo. Y ni una lágrima, solo sonrisas. Lo único que nos pidió era que si volvíamos, le trajéramos chocolate. Y eso hicimos», resume.
Esas anécdotas dan fe de la crudeza de una guerra que, quizá por primera vez en la historia, se está contando prácticamente en directo gracias, entre otras cosas a la proliferación de la tecnología. «Miles de ciudadanos han usado las redes sociales para contar de primera mano que se lo que sucede y nos están enseñado cosas que posiblemente de otra forma sería inviable».
Sin embargo, esa narrativa también puede pecar de «falta de objetividad», ya que «quien controla la información, controla el relato», señala Lozano al tiempo que lamenta que se pongan en duda las crónicas elaboradas sobre el terreno. «Siempre me ha dado igual lo que opinen personas anónimas o bots en redes sociales, pero no me da igual que gente de prestigio ponga en tela de juicio lo que he visto o he dejado de ver» en lugares como Bucha. «Estamos en una época de desinformación y de extremos. Es duro abrir Instagram o Twitter y que te digan que es mentira. Pero está claro que se valoran menos los muertos que no son tuyos. La democracia está en peligro por los intereses de unos pocos», concluye.
En todo caso, insiste, su trabajo ya está hecho con la mayor profesionalidad y honestidad posible junto a una grande del periodismo patrio como es Almudena Ariza, de la que casi no se ha separado desde 2013 y que «es como la veis: cercana, humana y con pasión por su trabajo».
Ahora, ya de vuelta en Nueva York, ambos están regresando a la normalidad. Eso sí, en cualquier momento puede desatarse otro conflicto armado. «Ahora necesito descansar, pero pasado un mes, no dudaría en acudir», asegura al tiempo que insiste en que «ojalá pudiera ir más a menudo a Pradoluengo». No en vano, el pueblo «significa mucho» para él. «En cierto modo, tengo un sentimiento de orgullo cuando sale Alfonso Lozano en el rótulo de las crónicas en el telediario. Un pequeño homenaje a mis raíces, a mi apellido. A mi abuelas», concluye.
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