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Milmillonarios al asalto de la última frontera

Milmillonarios al asalto de la última frontera

El futuro | Richard Branson, Elon Musk y Jeff Bezos quieren hacer negocio con el turismo suborbital, la prestación de servicios a agencias espaciales y la minería de asteroides

Domingo, 18 de julio 2021, 00:37

«El azar ha querido que los dos principales impulsores del turismo espacial tengan sus naves operativas al mismo tiempo». Así resume el astrofísico y divulgador científico Daniel Marín este julio en el que dos milmillonarios han decidido montarse en sus propias naves para convertirse ... en astronautas. El inglés Richard Branson, fundador del Grupo Virgin, flotó hace una semana durante 4 minutos a 86 kilómetros de altura. Jeff Bezos, dueño de Amazon y el hombre más rico del mundo, quiere hacerlo el martes a los 105. El tercero en discordia, Elon Musk, propietario de Tesla, pretende mandar al multimillonario japonés Yusaku Maezawa en un viaje alrededor de la Luna en 2023, aunque no parece que su compañía SpaceX vaya a centrarse en el turismo espacial.

IGNACIO SÁNCHEZ

Branson y sus compañeros de viaje han recibido ya sus alas de astronauta, porque la NASA, la Fuerza Aérea y la Administración Federal de Aviación de Estados Unidos consideran que la frontera entre la atmósfera y el espacio se sitúa a los 80 kilómetros. Pero el dueño de Amazon puso desde el principio en duda el logro. «Para el 96% de la población mundial, el espacio comienza a 100 kilómetros de altura, en la internacionalmente reconocida línea de Kármán», tuiteó su firma aeroespacial, Blue Origin, el día antes del vuelo de Branson. Así es para la Federación Aeronáutica Internacional y otras muchas organizaciones, aunque al jefe de Virgin Galactic le preocupe poco. Lo que él persigue es hacerse fuerte en el turismo suborbital -en el que la nave no llega a ponerse en órbita terrestre-, objetivo que comparte con Bezos.

«¡Habrá que ver si hay mercado para varios operadores y cuáles son los precios reales!», dice Marín, que tiene claro con quién volaría si dispusiera del dinero para un billete. «Lo haría con Blue Origin. Su cohete, el New Shepard, es más seguro, más redundante y más fiable». La nave de Bezos es un cohete con una cápsula, al estilo de los tradicionales sistemas Apolo y Soyuz, mientras que la Unity de Branson es un avión cohete al que una nodriza lleva hasta los 15 kilómetros de altura, desde donde sale disparado. Virgin Galactic protagonizó un accidente mortal en 2014, mientras que desde 2015 Blue Origin ha completado con éxito quince vuelos no tripulados: el primero con astronautas será el del martes. Durará unos diez minutos desde el despegue hasta el aterrizaje de la cápsula con paracaídas.

El precio del billete en la Unity ronda los 250.000 dólares -Branson asegura que tiene 600 reservas-, aunque la compañía cree que acabará costando unos 40.000. Blue Origin no ha hecho públicas sus tarifas, pero un rico ha pagado 28 millones por su asiento en lo alto del New Shepard junto a Jeff Bezos, su hermano Mark y la pionera de la aviación Wally Funk, de 82 años y la primera estadounidense instructora de vuelo. El banco suizo de inversiones UBS calcula que el turismo espacial puede mover dentro de diez años unos 3.000 millones de dólares anuales, pero no por eso dejará de ser algo al alcance de muy pocos.

Otras experiencias

Además, para sentir que se flota en el espacio, no hace falta subirse en un cohete o en un avión cohete ni pagar cifras astronómicas. «Quien quiera experimentar la microgravedad, puede hacerlo en un avión de vuelos parabólicos. Le saldrá más barato y estará mucho más tiempo en microgravedad. Desde el punto de vista físico, la experiencia es la misma», dice Marín, autor del blog 'Eureka', el mejor en español para seguir la actualidad aeroespacial. A partir de 6.000 euros, varias compañías ofrecen la posibilidad de sentirse ingrávido en lo que los astronautas llaman 'el avión del vómito'.

El aparato -un Airbus A310, en el caso de la Agencia espacial Europea (ESA)- hace ascensos y descensos pronunciados durante cada uno de los cuales en su interior se flota unos segundos. Lo experimentó en 2007 el fallecido Stephen Hawking. «Fue asombroso. La parte de gravedad cero fue maravillosa, y la parte de gravedad alta no fue un problema. Podría haber seguido y seguido», dijo el físico tras ocho subidas y bajadas.

El del turismo suborbital no es, por tanto, solo un mercado limitado a los muy ricos y caprichosos, sino que además se enfrenta a la competencia de alternativas más asequibles que ofrecen la misma sensación. De ahí que en su asalto a la última frontera tanto Bezos como Musk tengan puestos los ojos más allá. «Aspiran a ser proveedores de servicios para las agencias espaciales y a colaborar en la exploración de la Luna y de Marte», indica Ricardo Hueso, astrofísico del Grupo de Ciencias Planetarias de la Universidad del País Vasco.

De hecho, si no fuera por SpaceX, Estados Unidos seguiría dependiendo de Rusia para mandar astronautas a la Estación Espacial Internacional (EEI), como pasó desde julio de 2011 hasta julio del año pasado tras la retirada del servicio de los transbordadores por el accidente del 'Columbia', en el que murieron siete astronautas. Hace ahora un año, el éxito de la misión Demo-2 de SpaceX, la primera en la que una nave privada transportó astronautas a la EEI, marcó el inicio de la era de los viajes comerciales al espacio.

A la Luna y Marte

La compañía de Musk ya consiguió en 2008 un contrato de 1.600 millones de dólares de la NASA para doce misiones de reabastecimiento de la estación orbital, que sus naves de carga han visitado desde 2012. En 2014 la agencia espacial eligió a SpaceX y Boeing -las veteranas firmas aeroespaciales siguen en el juego- para que desarrollaran sistemas de transporte de astronautas a la EEI, lo que supuso para el dueño de Tesla otro contrato de 2.600 millones, al que en 2017 se sumó el encargo de cuatro misiones más con destino al puesto avanzado. Además, tiene contratos con Defensa y comerciales para poner satélites en órbita.

Bezos, que en 2017 presentó a bombo y platillo su proyecto de módulo de aterrizaje lunar, vio en abril cómo la NASA optaba para esa tarea por la Starship de SpaceX. A pesar de que, como recuerda Marín, Blue Origin iba asociada en su candidatura a los gigantes Lockheed Martin y Northrop Grumman, Musk construirá por 2.890 millones dos unidades del módulo de aterrizaje, una para un vuelo de prueba y otra para la misión en la que el ser humano volverá a pisar la Luna. Pero el dueño de Tesla sueña con Marte. Su obsesión es colonizar el planeta rojo. La NASA y la ESA tienen planes para el regreso a la Luna, a finales de esta década, y la conquista del mundo vecino en los que, además de entrar otras potencias, participaría la iniciativa privada, como en el caso de nuestro satélite. «En la vuelta a la Luna hay intereses comerciales de empresas de todo tipo, además de lo que supone como imagen de marca participar en un proyecto así», destaca Hueso.

Más lejos en el tiempo está la minería espacial. «Puede que sea una realidad dentro de 30, 40 o 50 años, pero ya se está empezando a trabajar en los aspectos legales. Las grandes compañías suelen marcarse objetivos a décadas vista», dice el astrofísico de la UPV. La ciencia ficción ha localizado habitualmente esa actividad en los asteroides, cuya riqueza en metales -oro, cobalto, platino...- y agua -que podría usarse para obtener combustible o el sustento humano en colonias extraterrestres- resulta apabullante en muchos casos. Se habla de cientos de asteroides con billones y hasta miles de billones de dólares en materias primas. Obviamente, su explotación es hoy en día impensable, pero también en 2002, cuando ya existían Blue Origin y SpaceX, lo era que esas nuevas empresas pudieran desempeñar un papel clave en la aventura espacial.

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