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Carlos, de 35 años, e Itziar, de 33, tuvieron a su hija, Julia, en diciembre. En mayo no ingresarán suficiente para pagar el alquiler de su piso en Madrid. Carlos Siles
'Millennials', la generación arrollada por dos crisis

'Millennials', la generación arrollada por dos crisis

Les dieron todo. Incluida la certeza de que con estudios y esfuerzo lograrían sus metas. A sus treintaitantos solo han conocido crisis, miedo y precariedad. «A veces te sientes derrotado»

Icíar Ochoa de Olano

Domingo, 26 de abril 2020, 03:03

En ese arriesgado ejercicio sociológico de agrupar a grandes colectivos de individuos para asignarles un mismo patrón de conducta y un mismo alma, los 'millennials' casi nunca han salido bien parados. De esa cohorte demográfica que sigue a la generación X y precede a la Y, y que alude más o menos a los nacidos entre 1980 y 2000, se ha dicho mucho y a menudo en clave de reproche. El principal lo sintetizó hace unos años 'Time' con una polémica portada dedicada a 'La generación del yo, yo, yo', en donde la influyente revista norteamericana tachaba a esta promoción -el 24% de la población mundial y el 18% de la española-, de ombliguistas empedernidos, cuando lo que se esperaba de ellos es que lideraran el planeta.

Egocéntricos, mimados, despreocupados, comodones, tecnológicos, fríos, materialistas. Es el sambenito que llevan a cuestas por haber disfrutado de una infancia y de una adolescencia de bienestar y posibles, como no conocieron sus padres y menos aún sus abuelos. Crecieron en una época de prosperidad económica y lo tuvieron todo. Incluida la certeza de que con estudios y determinación conseguirían todo lo que se propusieran. A diferencia de sus progenitores, emprendieron sus singladuras profesionales inspirados por sus pasiones y no por las expectativas de remuneración. Les alentaron a soñar y soñaron.

Pero su vida en el nido resultó ser un cruel espejismo. Lo empezaron a descubrir en cuanto echaron a volar por su cuenta para forjarse su trayectoria laboral. Afuera, agazapada, les aguardaba a partir de 2008 una colosal tormenta financiera que destruiría buena parte de sus posibilidades de labrarse un futuro estable. Ahora, una década después y sin apenas tiempo para sobreponerse, se preparan para encajar un segundo zarpazo socioeconómico derivado de la pandemia del coronavirus. Guardando las distancias, ninguna otra juventud desde la generación de entreguerras ha encajado golpes tan severos. La promoción que se asomaba al mundo con las mejores perspectivas tiene la autoestima mellada. Solo han conocido crisis, precariedad y miedo.

«Cuando pasa el tiempo aparece la frustración. Con veintitantos tiras con todo. Ahora miras atrás y te machacas preguntándote qué hiciste mal o en qué te equivocaste, pero al final me he dado cuenta de que es algo que tú no controlas. El mundo se desmoronaba a tu paso». Carlos Siles, 35 años, recapitula desde el piso de Madrid al que se mudó hace cinco meses con su pareja, Itziar González, de 33, para recibir con mayor confort a Julia, su hija de 15 semanas. El recién estrenado papá glosa con cierta incomodidad un penoso rosario hacia el desencanto. Salió de Granada para ir a la capital a estudiar Periodismo. «La comunicación me apasionaba. Era muy yo. Y la cosa al principio pintaba bien». En tercer curso entró como becario en el digital de un gran grupo editorial y al año ya estaba contratado. Era la última traca de una era antes de precipitarse por el barranco de la recesión.

El granadino Carlos Siles, 35 años, y la madrileña Itziar González, de 33, con la pequeña Julia en la cocina de su casa. Carlos Siles

Estaba a punto de experimentar el primer ERE y de doctorarse como malabarista de trabajos míseros: becario malpagado de un periódico de tirada nacional, captador callejero de socios para una ONG, gestor de un blog de humidificadores, diseñador-redactor-fotógrafo de una revista de Majadahonda... Todo a la vez. «Pagaban una porquería y tarde. Acabé dejándolo y yéndome a una revista de motor». De nuevo, como becario y, después, como 'freelance' con coste cero para la editorial. El camino se estrechaba. «Entré en un bucle en el que las opciones se acababan. Nunca llegué a cobrar más de 700 euros al mes ni a tener un contrato que recogiera lo que ganaba. No he conocido otra cosa que el culebreo y el miedo. O coges esto o te vas a tu casa».

Músico y compositor además de periodista sin oportunidades, le ofrecieron llevar la comunicación y la programación de una sala de conciertos y aceptó. En un concierto benéfico conoció a Itziar, una cantautora y entrenadora personal, y enseguida emprendieron una vida juntos en un pisito en Lavapiés. Vivían al día y planearon ser padres. Ya encontraría el modo de salir adelante. Saben que el momento ideal nunca llega. «La sensación de fragilidad e inquietud es el día a día y la naturalizas».

La empresa donde trabaja Carlos ha entrado en ERTE. A Itziar, autónoma, se le acaba este mes el permiso de maternidad y de momento le aguarda la nada. En mayo no ingresarán lo suficiente para pagar los 1.100 euros del alquiler de la vivienda y tendrán que romper la hucha que empezaron a llenar cuando supieron que Julia estaba en camino. «Me da miedo mirar de reojo a lo que viene. Parece un abismo. En el confinamiento en casa no sentimos protegidos, pero estoy asustado».

«Mis padres no lo entienden»

A la leonesa Noelia Lozano, 35 años, la crisis económica de hace una década le sorprendió dejando un trabajo estable en una firma familiar de servicios en Asturias, donde creció, para perseguir su sueño de investigar. «En Madrid seguro que te abres camino», le decían. Licenciada en Bioquímica con unas notas excelentes que siempre le procuraron becas, llegó a la capital en el verano de 2009, cuando la máquina destructora de la recesión empezaba a pulverizar el mercado laboral. Decidió que era el momento de hacer la tesis. «Vivía con mi novio, pero le echaron del trabajo y le ofrecieron irse a Suiza. Me quedé sola con todos los gastos y con un sueldo de 'doctorando'. Fue muy duro. Me alimentaba a base de espaguetis. Mi novio, que venía dos veces al mes, me llenaba la nevera».

La investigadora asturleonesa Noelia Lozano, de 35 años, rodeada de libros en su casa de alquiler en Amsterdam. Pelayo Casares

Con un sector científico desmantelado por los recortes, como investigadora postdoctoral solo podía plantearse dar el siguiente paso en el extranjero. Aceptó un sugerente puesto para ayudar a echar a andar un laboratorio en Frankfurt que, le dijeron, tendría su continuidad en Amsterdam, donde reside ahora. «Pasé de no poder sostenerme yo sola en Madrid a mantenerme a mí y a mi marido, que dejó su puesto para seguirme. Fue un tiempo maravilloso. Dirigí a estudiantes de tesis y aprendí a gestionar un laboratorio, pero descuidé la investigación y mi carrera se ha quedado desfasada. Por edad tengo que dejar de ser postdoctoral para crear mi propio grupo de investigación, algo que en España ocurre ¡a los 45 años! No he conseguido subvención y no puedo competir aquí con la gente de mi edad, que sale de la tesis con tres publicaciones y yo en España con una».

En diciembre, con todo su pesar, decidía dejar diez años de carrera científica para dar el salto a la industria farmacéutica o biotecnológica. «Había tocado techo y decidí salir del sistema antes de que el sistema me expulsara dentro de unos años. Y dejé mi trabajo en el laboratorio». Desde entonces, Nuria lleva enviados cincuenta currículos en un país cuya lengua aún no domina. «Hasta ahora me ha salvado algo muy 'babyboomer' que es ahorrar, así me lo inculcaron, a base de no viajar ni hacer nada. A veces pienso que hacer investigación ha sido la peor decisión de mi vida. Solo me ha dado problemas de autoestima, dolor emocional y estancamiento personal», se duele.

Las lágrimas bordean sus ojos. «Mis padres se han matado para que viviera mejor que ellos y voy a vivir peor. No quiero pensar en la pensión de mierda que me va a quedar. A ellos nada de esto les cabe en la cabeza».

Carmen Lomana y lechugas

Mónica Manderlay, 39 años y cinco idiomas, cuenta que idealizó la vida que le aguardaría cono licenciada en Traducción e Interpretación. «Me veía frente a una chimenea traduciendo a Stephen King», cuenta entre risas. Así que cuando regresó de Barcelona a Bilbao «para tomar perspectiva» enfiló por las Bellas Artes, la escultura y el diseño de moda, y justo ahí encontró su yo más auténtico. En los años fatídicos montó su marca, Manderlay, y en 2011 su primera colección, inspirada en la serie 'Mad men', resultaba seleccionada por el Ego Show Room de Cibeles, un espacio para nuevos talentos. Aquellas prendas de inequívoco sabor a la Norteamérica de los años cincuenta causaron sensación. Recuerda que Carmen Lomana le adquirió un vestido y hasta la propia reina Letizia se saltó el protocolo para admirarlas. Desde entonces, esa plataforma de Cibeles siempre reclamó su presencia para que mostrara su trabajo.

Mónica Manderlay, 39 años, en el caserío de la localidad vizcaína de Muxika que ha alquilado. Eli Urkiola

La crítica alabó la calidad de sus telas y su delicado hacer artesanal. «Todo lo que gané lo invertí en el negocio. Un máquina de coser y una plancha industriales, luego un taller-tienda, una agencia de representación y publicidad... Nunca tuve beneficios». Mónica encajó sus piezas en varias tiendas, recorrió las semanas de moda de toda España, vistió a Mercedes Milá, Sandra Barneda o la cantante Edurne, pero la recesión soplaba en su contra con más fuerza que su empuje.

Hastiada de pelear por hacerse un hueco en una industria, la de la moda, «que en este país se considera un pitorreo», hace un año decidió cerrar su taller y una etapa para alquilar junto a su marido, un autónomo dedicado a las reformas, ahora con las manos atadas, un caserío repleto de frutales en la localidad de Muxika. «Antes todo eran puertas cerradas. Ahora planto lechugas y en dos meses las tengo. La tierra recompensa todo mi esfuerzo», proclama feliz mientras descose sus vestidos para hacer mascarillas que regala a sus vecinas, quienes le corresponden con productos de la huerta, y mientras planea asaltar el mercado de Gernika con sus mermeladas artesanales. «¿Miedo al futuro? Nunca me he sentido más esperanzada. Acabo de descubrir el sentido de la vida».

Los números

  • Ocho millones. Es la población de 'millennials' que hay en España y que supone en torno al 18% del total. En el contexto mundial esta generación representa a cerca del 24% de la humanidad.

  • Nacidos entre 1980 y 2000. Son la última promoción del siglo XX. Siguen a la generación X y preceden a la Y. El término 'millennials' lo acuñaron Neil Howe y William Strauss, autores del libro 'Generaciones: la historia del futuro de América 1564-2069', publicado en 1991.

  • 54% Es el porcentaje de 'millennials' en España que ha ido a la universidad. Algunos medios han acuñado el término 'generación perdida' por su alta tasa de paro.

  • Golpeados por dos recesiones. En 2012, cuatro años después del estallido de la crisis, España alcanzó su récord de desempleo. Entre los jóvenes de menos de 25 años alcanzó el 55,13%. Ahora, el coronavirus ha destruido más de un millón de empleos. El 53% de sus titulares tiene menos de 35.

  • 19.400 euros. Es el sueldo anual medio que cobraban los jóvenes de 25 a 29 años al comienzo de la crisis de 2008. En 2017 las personas en esa misma franja de edad ganaba un 15% menos. Por su parte, el colectivo de 30 a 34 años pasó de ingresar 23.000 a 20.000 euros anuales de media en esos años.

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