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La maestra Graciela, con polo verde, se aproxima en canoa al puerto del poblado. AFP
Maestra contra viento y marea

Maestra contra viento y marea

Una profesora de primaria panameña carga cada semana su pizarra y un portátil en la canoa y recorre kilómetros para dar clase presencial a niños indígenas aislados de la red

COLPISA/AFP

Domingo, 29 de agosto 2021, 19:25

Sentada al borde de su canoa, Madelaine rema y se abre paso en el río Chagres, cuyo cauce se topa con el Canal de Panamá. Desde los primeros meses de la pandemia lleva a la profesora Graciela a dar clases a niños indígenas sin conexión ... para la docencia virtual. Tras un trayecto de 15 minutos, Graciela Bouche desembarca en el puerto de los Ella Puru, de la etnia emberá. «Tomé la decisión por la escasa conectividad que tienen. No recibían el contenido académico igual que el resto de los estudiantes. Eso me motiva a venir y a acercarme a darles clase semipresencial», explica.

Graciela embarcó pizarra, portátil y algunos alimentos para repartir entre sus alumnos, miembros de una comunidad dedicada al turismo, actividad casi congelada por la pandemia.

En épocas prepandémicas, los niños de Ella Puru y de las comunidades aledañas, como San Antonio Woounan y Pueblo Nuevo Emberá y Woounan, acuden a la escuela Omar Torrijos, en la provincia de Panamá. Para llegar hasta allí sus padres los llevan en bote hasta el puerto, desde donde viajaban 40 minutos en autobús. En el colegio conviven con niños de zonas urbanas.

Con la aplicación de las medidas anticovid en las escuelas, se instauraron las clases virtuales. Maestra de primaria, Graciela vio que a sus alumnos indígenas les costaba mucho conectarse. Sin energía eléctrica, la señal del móvil en esa comunidad a veces llega débil.

«A veces aquí se va la señal, o no hay datos o no tengo tarjeta con que conectar al niño, y como son páginas web se hace difícil entrar», confiesa Evelyn Cabrera, de 27 años, secretaria de la comunidad Ella Puru, con un hijo en el primer grado. «La conectividad es difícil para nosotros como indígenas», dice Johnson Menguizama, padre de familia de 50 años.

En cuanto Panamá restauró la movilidad laboral, Graciela decidió ir a ver a sus alumnos. En 2020, iba dos veces por semana. En 2021, cuando buena parte de los colegios todavía mantienen la clases virtuales, ella se organizó con maestros de otros grados para ejercer de enlace. Ahora solo va una vez por semana.

Casada y con 37 años, sus dos hijos son compañeros de aula de los emberá. Graciela reúne a una treintena de alumnos en el De Ara (casa real), una especie de anfiteatro hecho de vigas y techado con hojas secas. Separa las mesas por grados y a cada uno le asigna una labor. Desde su móvil, hace una videollamada a la profesora de quinto grado, Urania, para que dé clase de matemáticas. Los más pequeños, en tanto, aprenden a diferenciar derecha de izquierda.

Con sus profesores hablan en español, pero entre ellos usan el idioma emberá. Con su teléfono, la maestra también graba los saludos en inglés de los niños y los envía por WhatsApp al profesor de idiomas, para que califique.

Pasado el mediodía, la maestra deja el mundo real, sube a la canoa y vuelve a su casa. Allí, la navegación vuelve a ser virtual. La esperan sus alumnos urbanitas para las clases por internet en el turno de tarde.

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