Laurent Simons, un ingeniero de 9 años

Hijo de dentistas y afincado en Ámsterdan, encamina sus pasos hacia un doctorado en medicina. Quiere ser investigador. Su objetivo, dice, es fabricar órganos artificiales «para ayudar a mi abuela y a mi abuelo, que tienen problemas cardiacos», confesaba en una entrevista en televisión. Pero de esa mente prodigiosa pueden eclosionar hasta 'ciborgs' como los de 'Terminator', aunque esperemos que en un mundo menos apocalíptico.

No es gratuito. La imagen de Arnold Schwarzenegger con el esqueleto del robot T-800 de la película de James Cameron figura en su cuenta de Instagram junto a la del inventor Nicola Tesla y cientos de instantáneas en las que se ve al chaval divirtiéndose con los karts, en la piscina y corriendo por la playa. Por cierto, tiene más de 44.000 seguidores. Y eso, también le parece «gracioso». Es un hacha.

El 'pequeño Einstein', apodo con el que también se le conoce, tiene un coeficiente intelectual de 145, un índice de superdotado de manual que atesora menos del 1% de la población del planeta. «Por supuesto que es el alumno más joven que he tenido, pero también tres veces más inteligente que el mejor de los estudiantes que he conocido», destaca su profesor en Eindhoven, Peter Baltus.

Y no es para menos. La Primaria para él fue fugaz. A los 6 años ya estaba en el instituto en Brujas y en marzo pasado saltó a la universidad, donde conseguirá en diciembre el título de ingeniero. Le habrán bastado nueve meses, cuando el programa académico es de tres años.

Lo suyo siempre han sido las ciencias y las matemáticas. Con las Humanidades no se ha encontrado tan cómodo, aunque le gustan los idiomas (habla inglés, alemán, francés y holandés) y también le entretenían algunas obras de Shakespeare por su «acción». Simons es un niño especial que de momento mantiene amigos de su edad, sociable, despreocupado, tan terco como cualquier otro pequeño cuando algo no le gusta, y que distrae su mente prodigiosa jugando a 'Fortnite' y 'Minecraft', además de trasteando con su mascota Sammy.

No se siente un genio y sus padres, Alexander y Lydia, insisten en que, si tanta atención mediática le llegase a volver pretencioso o arrogante, «habría que ponerle los pies en la tierra». Ahora tendrán que volcarse plenamente en su carrera. A Simons le gustaría ir a California a seguir sus estudios, y universidades como Oxford se lo rifan. Antes parece que disfrutará de unas vacaciones en Japón. Se las merece.