Él fue quien popularizó en 2016 el gesto de hincar la rodilla mientras sonaba el himno para protestar contra la violencia policial contra los afroamericanos, él lo pagó con su exclusión forzada de los terrenos de juego y los insultos que le dedicó Trump, y a él se han vuelto todas las miradas cuando la rodilla asesina del policía Derek Chauvin aplastó durante 8 minutos y 46 segundos el cuello de George Floyd y acabó con su vida en Minneapolis.
Millones de personas en todo el mundo han adoptado como forma de protesta su gesto de hincar la rodilla y él se ha convertido definitivamente en un icono de la lucha contra las desigualdades raciales en Estados Unidos. La muerte de Floyd ha logrado que antiguos dirigentes de la NFL hayan admitido por fin que hace cuatro años hubo un veto contra Kaepernick; que los equipos tuvieron miedo de contratarte por si un 20% de sus abonados, conservadores y seguidores de Trump, se daban de baja. Y la liga, sin citarle, le ha pedido perdón por «no haber escuchado» las quejas de los jugadores afroamericanos, mayoritarios en la Liga. «Condenamos el racismo y la opresión sistemática sobre los negros», ha dicho.
Colin Kaepernick tenía razón. La mayoría del país empieza a admitirlo y él busca su rehabilitación. Ya ha surgido un clamor que reclama su vuelta al fútbol americano. Activistas piden a Minnesota Vikings, el equipo de la ciudad donde fue asesinado George Floyd, que le contrate. Exjugadores le reclaman que lo haga al dueño de los Seattle Seahawks, el más progresista entre un grupo de 32 propietarios blancos y republicanos, además de multimillonarios. Incluso el congresista Joe Kennedy -nieto del asesinado Robert Kennedy- ha sugerido a los Patriots de Boston que lo incluyan en su plantilla como gesto de apoyo a los afroamericanos.
Un cambio decisivo
Aunque complicado, no es descartable que Kaepernick acabe volviendo a los terrenos de juego, su gran pasión hasta que la causa racial se apoderó de su vida. Colin se crió como un atleta de élite en California, estado al que su nueva familia se trasladó cuando él tenía cuatro años desde su Wisconsin natal. Destacó en baloncesto, béisbol y fútbol americano, apostó por este último deporte y fue elegido por los San Francisco 49ers en la segunda ronda del draft. En su segunda temporada como quaterback les llevó a la gran final, a la Superbowl, que perdieron ante Baltimore.
Tras esos primeros éxitos deportivos, Kaepernick inició un cambio decisivo en su vida. Comenzó a llenar su cuerpo de tatuajes, varios de ellos relacionados con la Biblia -es luterano-, se hizo vegano, se echó una novia famosa con la que aún continúa -Nessa, presentadora de radio y televisión- y comenzó a trabajar en proyectos sociales de ayuda a desfavorecidos, especialmente relacionados con la educación de afroamericanos vulnerables.
Y esa conciencia social le llevó en 2016 a implicarse de lleno en un movimiento que le ha convertido en un símbolo contra el racismo. Ese año estaba siendo especialmente duro. Los casos de afroamericanos fallecidos bajo custodia policial o mientras eran arrestados se habían multiplicado. El 1 de agosto, en Maryland, cerca de Baltimore, agentes de policía dispararon y mataron a Korryn Gaines, una negra de 23 años, e hirieron a su hijo. Las protestas se extendieron por todo el país.
Ese agosto comenzaban los partidos de pretemporada de fútbol americano. En todos los encuentros, aunque no sean oficiales, es obligatorio cantar el himno y los jugadores cumplen la tradición de escucharlo en pie, muchos con la mano en el corazón y la mayoría susurrando, cuando no gritando, su letra. Y entonces algunos jugadores afroamericanos optaron en señal de protesta por permanecer sentados y los más osados por hincar una rodilla en el suelo. Colin Kaepernick fue uno de ellos, secundado en su equipo por un par de compañeros. «No me voy a levantar para mostrar orgullo por la bandera de un país que oprime a los negros y las personas de color. Para mí, esto es más grande que el fútbol y sería egoísta de mi parte mirar hacia otro lado», dijo después.
Fueron semanas de zozobra en la NFL, con el país dividido. Centenares de jugadores participaron en las protestas. Equipos completos, como el de Pittsburg, decidieron no salir al campo hasta que acabara el himno para evitar dar imagen de división, pero hasta eso resultó conflictivo: el español Alejandro Villanueva asomó en solitario por el túnel de vestuarios y cantó el himno mano en el corazón como si le fuera la vida en ello. Su camiseta se convirtió en la más vendida del equipo, comprada desaforadamente por seguidores de Donald Trump.
Insultos y críticas
El entonces candidato presidencial lo tuvo claro desde el principio. Quienes protestaban contra la bandera y el himno era unos «antipatriotas». Quienes hincaban la rodilla como Colin Kaepernick debían ser despedidos. «Sacar a ese hijo de puta del campo ahora mismo», dijo durante un mitin. Colin recibió amenazas de muerte y críticas terribles. Más que un símbolo parecía un muñeco de trapo zarandeado. Y en el equipo, en los 49ers, no estaba a gusto. Había firmado en 2014 una renovación por seis temporadas y 126 millones de dólares, rescindió su contrato y se hizo agente libre.
Nunca ha vuelto a jugar. En noviembre de 2017 interpuso una queja contra la NFL y los propietarios por mantenerlo fuera de la Liga. En 2019 ambas partes llegaron a un acuerdo confidencial y el jugador retiró la queja, supuestamente tras recibir una importante suma de dinero.
Durante estos últimos cuatro años de ostracismo deportivo Colin Kaepernick ha sido noticia por una atrevida campaña de Nike. Sobre un primer plano de su rostro, en blanco y negro, aparecía el mensaje: «Cree en algo. Incluso aunque eso signifique sacrificarlo todo». Además, ha creado una fundación, Know Your Rights Camps, dedicada a la justicia social, y está ayudando a pagar la defensa legal de los manifestantes detenidos en Minneapolis durante las últimas protestas. Y ahora, quizás, la dolorosa muerte de George Floyd le reabra la puerta de la NFL a sus 32 años.
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