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Alicia Amate | COLPISA
Almería
Lunes, 9 de septiembre 2019, 08:21
Ana Julia Quezada y Ángel Cruz se conocieron a comienzos de 2017. Ella, de 43 años entonces y nacida en República Dominicana, tenía una hija veinteañera y había perdido a otra en 1996, con solo cuatro años, tras caer por una ventana de su vivienda ... de Burgos, ciudad en la que residió durante años y en la que continuaba viviendo su hija. Él, empleado de una planta de químicos del Poniente almeriense, también tenía un hijo, Gabriel, nacido de una anterior relación con Patricia Ramírez.
En septiembre de ese mismo año la pareja comenzó una vida común en Vícar, donde compartían casa en días alternos y fines de semana con el pequeño, que pasaba el resto del tiempo con su madre. Nada apuntaba al inicio de esta relación aparentemente normal que seis meses después, en marzo de 2018, el cuerpo del niño aparecería desnudo y sin vida en el maletero del coche de la dominicana, después de once angustiosos días de intensa búsqueda en el entorno del Parque Natural de Cabo de Gata.
Los padres de Gabriel Cruz denunciaron el mismo día 27 de febrero la misteriosa desaparición. Había ocurrido a plena luz del día en Las Hortichuelas Bajas, una pedanía nijareña de muy pocos habitantes. Miles de personas, Quezada incluida, peinaron durante semana y media los lugares en los que, presumiblemente, podría encontrarse el pequeño de ocho años visto por última vez por su abuela paterna, con quien pasaba el puente del Día de Andalucía en su casa del Parque Natural de Cabo de Gata junto a su padre, que ese día tenía que trabajar, y la pareja de este.
Alrededor de las 15.30 horas de la víspera del festivo, después de comer, el niño salió de la casa familiar para ir a jugar con sus primos a una vivienda cercana, a apenas unos metros. Sin embargo, el pequeño nunca llegaría a recorrer el breve camino. Ana Julia Quezada lo habría interceptado, subido al coche y trasladado a otra finca, propiedad del padre, a cinco kilómetros, «en un lugar alejado, aislado y deshabitado» perteneciente a Rodalquilar, también dentro del término municipal de Níjar. Lo que ocurrió aún no está probado. Son estos hechos los que deberán determinarse en los próximos días, durante el juicio ante tribunal popular al que se enfrenta Quezada, asesina confesa del menor.
De acuerdo a la calificación provisional del Ministerio Fiscal, esta mujer utilizó la «confianza» generada por su estatus de pareja del padre para hacer que el niño la acompañara y, una vez en la finca de Rodalquilar, «golpeó reiteradamente con violencia» al menor, provocando posteriormente su muerte al taparle la nariz y la boca «con sus manos». Tras comprobar el fallecimiento, habría cavado una pequeña fosa en el exterior de la vivienda donde enterró al pequeño, no sin antes desnudarle y guardar las pequeñas prendas en una mochila «con la finalidad de hacerlas desaparecer». Seis días después -con la búsqueda del niño en plena actividad- arrojó la ropa a un contenedor de vidrio de Retamar, ya en el término de la capital almeriense, de donde pudo ser recuperada.
Los días pasaban y cada vez más personas se unían a la búsqueda del niño, que ya había sido bautizado como el 'pescaíto' y se había convertido en parte de la familia de medio país. Hasta Níjar se desplazaron algunos de los mejores cuerpos operativos del Estado. El terreno es complejo, extenso, hostil y está lleno de pozos a los que se temía que hubiera caído. Unas circunstancias orográficas a las que se sumó la lluvia, poco habitual en Almería pero que en esos días decidió complicar aún más un rastreo sobre el que todavía se desconocía que acabaría siendo completamente improductivo. Gabriel nunca había abandonado el lugar en el que la ahora expareja de su padre le había quitado la vida.
Su asesina también participaba en el operativo, siempre al lado de unos padres consumidos por la angustia. Incluso llegó a mostrarse «afligida, compungida y apesadumbrada», recoge el auto de hechos justiciables, pero de forma «simulada». Les alentaba. «Hoy lo vamos a encontrar, hoy va a aparecer. Le vamos a dar Coca-Cola», recoge el escrito judicial sobre algunas de las frases de aliento de Ana Julia Quezada que, mientras tanto, estaría esperando el momento de deshacerse del pequeño cuerpo o cómo evitar sospechas sobre su persona.
Acerca de esto último, «con la finalidad de distraer la atención de los investigadores» -después se sabría que casi desde el inicio se sospechó de ella- colocó una camiseta del niño en una zona que ya había sido rastreada tres días después de la desaparición. Ella misma simuló haber encontrado la prenda. Aunque de nada sirvió para alejar las sospechas. Con un círculo cada vez más cerrado sobre ella, el 11 de marzo, finalmente, cometió el error que la llevaría directa a prisión. Esa mañana, temprano, se trasladó a la finca de Rodalquilar, desenterró el cadáver y lo metió en el maletero de su coche. Tenía que hacerlo desaparecer.
Lo que parecía no sospechar es que la Guardia Civil le seguía los pasos hasta el punto de que habían intervenido su teléfono y el coche que conducía. «Dónde lo puedo llevar yo. A algún invernadero. ¿No quieren un pez? Les voy a dar un pez por mis cojones», comentaba en voz alta mientras recorría la distancia hasta Vícar, donde fue finalmente detenida ante la mirada de decenas de vecinos de la misma calle en la que compartía su vida, hasta entonces, con el padre de su víctima. La búsqueda había terminado.
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