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«Fingimos que éramos novias para seguirlos sin que sospecharan»

«Fingimos que éramos novias para seguirlos sin que sospecharan»

Las dos mujeres que alertaron a la policía relatan a SUR lo que vieron: «Teníamos que actuar y contar lo que vimos. Y lo volvería a hacer. Lo haría por ella y por cualquiera»

SOFÍA FERNÁNDEZ | JUAN CANO

Málaga

Viernes, 13 de mayo 2022, 11:40

«Hermana, las cosas no pasan por casualidad. La vida nos puso allí por algo». María y Flor -sus nombres son la única ficción de este relato- no dejan de darle vueltas a lo que vivieron esa noche en La Malagueta. No dejan de pensar ... en el cúmulo de coincidencias que las colocó allí en ese preciso momento para evitar que una supuesta violación grupal se convirtiera en múltiple. Porque, al parecer, había dos hombres «como esperando su turno», describen ellas.

Esa noche ni siquiera habían quedado. Pero María no podía dormir porque algo la inquietaba y escribió a su amiga Flor. «¿Vamos a tomarnos algo?», le puso por WhatsApp. Era la una y media de la madrugada del lunes y Flor estaba en línea. «La verdad es que no me resistí. Le respondí: 'Bueno, vámonos'». La primera coincidencia.

Llegaron sobre las dos. Se sentaron en torno a la barra y empezaron a charlar de cosas triviales. Cuando van a la discoteca, suelen pedir un cubo de cerveza para las dos. Flor lo propuso y María dijo que no. Ni siquiera sabe por qué. Dos coronitas. Luego otras dos. Si esa noche hubiesen pedido el cubo, no habrían salido de la discoteca al mismo tiempo que la víctima. La segunda coincidencia.

En la discoteca apenas había gente. Era domingo, aunque también suele llenarse. Normalmente puede haber unas cien personas, pero esa noche apenas llegarían a la treinta. En otra ocasión, una mujer borracha podría pasar inadvertida para ellas. Pero esa noche no. Eso les hace fijarse. La tercera coincidencia.

«Date la vuelta», le dijo María a Flor. Había una chica junto a dos hombres. Uno vestía de rosa la besaba y el otro, completamente de negro, le realizaba tocamientos por el cuerpo. Ella parecía «súper borracha, se cayó ella y también se le cayó una botella», relatan a SUR las testigos.

Más aún les llamó la atención el comportamiento de los dos hombres. «Ellos iban más frescos que ella, sin duda. Ni borrachos ni drogados. La agarraban, la toqueteaban y ella no reaccionaba. No se giraba ni nada. Como si no sintiera. Hubo un momento en que empezó a apartarlos, pero insistieron. Uno de ellos incluso se sentó en una silla para seguir tocándola con comodidad».

María fue al baño y, al salir, se dio cuenta de que la chica y los dos hombres ya no estaban allí. «Salgamos a fumar un cigarro», propuso a Flor. En la puerta, volvió a verlos, pero la chica ya estaba solo con uno de ellos. «Vi cuando él se la lleva al salir del bar. Ella no iba voluntariamente, tenía intención de volver dentro, pero él le agarraba las manos con fuerza», detalla María. «Decidimos -sigue- irnos a otra discoteca que está enfrente, pero me fui con la preocupación porque veía que ella no estaba bien».

Caminaron hasta el otro establecimiento. Esa noche, casualmente, estaba cerrado. Eso hizo que volvieran sobre sus pasos y que en el paseo marítimo volvieran a encontrárselos. La cuarta y última coincidencia.

«Se cae, no sabe lo que hace»

Vieron cómo bajaban los escalones hacia la playa. «Se está cayendo, no sabe ni lo que está haciendo», dijo María a Flor, que ideó un plan sobre la marcha: «Tenemos que abrazarnos para que crean que somos novias y no sospechen». Estaban asustadas, «mucho», porque no sabían cómo actuar. «Quería hacerlo bien, pero también cuidarme y, sobre todo, calmarme, porque lo que me daban ganas era de irme a por él...», añade María.

«Necesitábamos acercarnos para ver», interviene Flor. «Estaban detrás de la isla -donde se hallan las letras de La Malagueta- y sólo se le veía la cabeza a él (mide metro noventa). Estaba hablando por teléfono en su idioma, no entendíamos qué decía. Entonces, María soltó: 'Lo que faltaba era que viniera el de la camiseta rosa...'».

Dicho y hecho. El segundo hombre de la discoteca se acercó a ellas en el paseo marítimo y les dijo: «¿Ustedes no quieren comprar un bolso de mujer? Aquí hay dinero». Flor explica: «Respondimos que obviamente, no lo queríamos. Él notó nuestra seriedad y contestó: 'Perdón, no las quería molestar'. Luego se adentró en la arena. Y ellas, detrás.

«Lo haría por ella y por cualquiera, como también querría que alguien hiciese eso por mí»

Caminaron agazapadas hasta ocultarse detrás de las letras de La Malagueta. «Yo me escondí detrás de la E -dice Flor- y ella detrás de la T». Desde ahí vieron lo que, a su juicio, sería una violación: «Ahí tomamos conciencia de que la estaba agrediendo sexualmente. Esa mujer no se movió nunca, era como una muñeca de plástico de esas que usan algunos hombres. Lo que nos impulsó a llamar a la policía fue la brusquedad».

El segundo individuo, el de rosado, se acercó y se sentó a unos metros de la escena. Segundos después llegó el tercero, que se sentó al lado de éste. Ellos niegan conocerse. «Sólo vimos que hablaban entre sí».

Mientras esperaban a la policía, el último en llegar se levantó de donde estaba y se dirigió hacia ellas con una botella de cristal en la mano. «A mí no se me veía, pero una de las piernas de María asomaba entre las letras. Yo creo que nos vieron», cuenta Flor.

«Sólo contamos lo que vimos»

Ellas lo interpretaron como una amenaza y corrieron hacia el paseo marítimo. Allí se encontraron con la primera patrulla. «Los agentes corrieron hacia la playa y, literalmente, lo levantaron de encima de la chica, que estaba muy mal. Una policía tuvo que ayudarla a vestirse».

Cuando los agentes llegaron al lugar, sorprendieron al segundo individuo - el de rosa, que se encontraba a unos metros- con los pantalones bajados y sentado sobre el bolso de la víctima. «Nos lo preguntaron en el juzgado, pero la verdad es que desde nuestra posición no podíamos apreciarlo. Nosotras sólo contamos lo que vimos».

Después de la adrenalina, vino el bajón. «Te sientes extraña después de ver algo así. No queríamos subirnos solas en un taxi sólo porque era un hombre. Nunca nos había pasado», recuerda Flor. Su amiga la tranquilizó.

Y al día siguiente, «el luto». No querían contárselo a nadie, pero hablaban entre ellas, constantemente, de lo que habían vivido. «Me dolía el vientre pensando en lo que le habían hecho a ella. ¿Por qué siempre es a las mujeres, a las niñas, por qué siempre nos ven como una presa fácil?», reflexiona María.

Aún les quedaba un trago que pasar. El martes, fueron citadas en el juzgado para contar lo que vieron. «Allí conocimos a la chica», aseguran. «Reconocimos el bolso que llevaba. Era el mismo que el hombre de rosa nos intentó vender en el paseo marítimo. Nos acercamos y le preguntamos: '¿Vienes también a declarar por la violación?' Ella respondió: 'Sí, soy la víctima'».

Apenas intercambiaron unas cuantas palabras, pero pudieron percibir en la víctima cierto sentimiento de culpa. «Estaba muy perdida. No se acordaba de nada». Les contó que esa noche fue a la discoteca con una pareja de amigos -chico y chica-, que conocieron a dos de los detenidos y que compartieron una cachimba que éstos prepararon. Que sólo ella y el novio de su amiga fumaron. Y que ninguno de los dos se acordaba de nada al día siguiente, según relatan las testigos.

María recuerda con desagrado los momentos en el juzgado. Los comentarios, las hipótesis alternativas que escucharon en susurros de alguna defensa en la que se trataba de restar credibilidad a la víctima. Eso las exasperó. Aun así, «volvería a hacerlo. Teníamos que actuar y contar lo que vimos. Lo haría por ella y por cualquiera, como también querría que alguien hiciese eso por mí».

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