CAROLINE CONEJERO
Domingo, 30 de mayo 2021, 00:27
Cuando Melinda French Gates anunció a principios de mes su firme decisión de divorciarse de su marido tras 27 años de, al menos en apariencia, feliz matrimonio, la sensación de sorpresa fue total. El comunicado oficial señalaba que la pareja había acordado poner fin ... a su vida en común después de pensarlo mucho y de trabajar la relación. Saltaba así por los aires una de las parejas más famosas y poderosas del mundo, capaz de amasar una fortuna a partir de las nuevas tecnologías y de convertirlas en una fuerza global. Su vínculo ilustraba como pocos la estabilidad del estamento, una unión de compatibilidad perfecta entregada a las bondades del altruismo global.
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Cabe preguntarse qué puede ir mal cuando se es uno de los grandes filántropos del mundo, pionero de la informática y multimillonario con una fortuna valorada en 144.000 millones. La decisión de terminar la relación tiene implicaciones sociales y financieras que exceden las de común de los mortales. En su petición de divorcio, el matrimonio, «irremediablemente roto», sostiene que han firmado un «contrato de separación» que resuelve los principales puntos de potencial disputa y que, según expertos consultados, sería al 50%.
A pesar de la ruptura 'limpia' y planeada al detalle, la pareja no ha podido evitar el escrutinio febril de la prensa, que en unas semanas ha degenerado en un melodrama con tintes sensacionalistas, que incluye los devaneos sexuales de Bill Gates y sus vínculos con el financiero Jeffrey Epstein. También ha salido a la luz pública un historial desconocido de conducta cuestionable en entornos laborales, inapropiado para alguien con una influencia directa en la salud pública del mundo, y al frente de una de las grandes corporaciones globales. Revelaciones que han hecho saltar por los aires el aura de altruismo desinteresado que Gates ha cultivado cuidadosamente de cara al mundo desde que hace 20 años dejó la dirección de Microsoft.
De puertas adentro era un secreto voces, o eso dicen ahora. Gates tenía fama de sentir debilidad por las mujeres de la empresa. La junta directiva de Microsoft -de la que Gates seguía siendo miembro- contrató a un bufete en 2019 para investigar si eran ciertos los rumores que apuntaban a que el 'rey Midas' de la informática habría mantenido una relación con una empleada de la compañía en 2000.
El año pasado, antes de que se completaran las pesquisas, Gates renunció y lo hizo cuando algunos miembros del consejo ya habían hecho público su desagrado porque alguien de comportamiento tan cuestionable ocupara el cargo de director de la empresa de software que él mismo fundara y dirigiera durante décadas. La portavoz de Gates, Bridgitt Arnold, ha negado que la decisión de éste tuviera que ver con la relación que terminó de forma amigable hace dos décadas, cuando el magnate expresó su interés por dedicar más tiempo a su filantropía.
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En 2011, Bill Gates entabló amistad con Jeffrey Epstein, que tres años antes había sido imputado en Miami por trafico sexual de menores, acusación de la que salió declarándose culpable de solicitar prostitución a una menor tras un arreglo secreto con las autoridades y el FBI. Las objeciones de Melinda no impidieron que la relación de su marido con el abusador continuara y cuando en octubre de 2019 salió a la luz pública, la señora Gates contrató a un bufete especializado en divorcios, iniciando así un proceso que ha culminado este mes con el fin del matrimonio.
Las especulaciones sobre los episodios más escabrosos en la vida de Bill han circulado a los cuatro vientos pese a los notables esfuerzos de Arnold por establecer cortafuegos. Al final, el acoso de los medios ha forzado al millonario a admitir casi todo, teniéndose que disculpar públicamente primero por su relación con la empleada de Microsoft y luego por la de Epstein.
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En un extenso artículo de investigación, el New York Times detalla una serie de episodios en los que Gates, entonces presidente de Microsoft, interpeló a mujeres que trabajaban en la compañía para invitarlas a cenar o a tener un encuentro personal. El Times, que corroboró con sus fuentes los pormenores de los relatos, sostiene que Bill siempre hizo gala de formas exquisitas, ya fuera cuando se comunicaba por correo electrónico como en persona. Con toda corrección política, las invitaciones iban siempre seguidas de un «si esto le hace sentirse incomoda, pretenda que nunca ha pasado». En muchas ocasiones, las mujeres sorprendidas salían al paso con una risa de broma a falta de respuesta a la insólita solicitud.
Quienes conocen a Bill Gates ven una pauta en su conducta a la que tampoco escapa Melinda French. Ella comenzó a trabajar en Microsoft en 1987, un año después de graduarse en la universidad, y por aquel entonces era gerente del departamento de Productos. Bill se fijó en ella cuando se sentaron juntos en una conferencia, y más tarde preparó un encuentro casual en el aparcamiento de la empresa para invitarla a salir. Él era su jefe y dirigía Microsoft y ella era una empleada de la compañía. Los Gates se casaron en 1994.
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El New York Times no ha cejado y en su empeño por escarbar ha puesto también el foco en el hombre responsable de administrar la mayor parte de la fortuna de los Gates. Michael Larson, director de Cascade Investments, ha sido acusado de crear una «cultura de miedo» en la empresa, que incluye comentarios racistas, mostrar fotos de mujeres desnudas a su personal y hacer comentarios sexistas. El manejo que Bill Gates ha hecho de esta situación tampoco ha sido santo de la devoción de Melinda French.
Los escándalos aireados al detalle por las grandes empresas periodísticas han provocado un daño irreparable a la imagen de Bill Gates, el mayor en las últimas dos décadas. Situaciones que, si bien no resultan delictivas -al menos por ahora- resultan abiertamente inapropiadas y han desacreditado la imagen de un Gates que ya nunca será la misma.
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Hablamos de un empresario que tras su salida de Microsoft se concentró en labrarse una reputación de CEO combativo, y se reinventó a sí mismo cultivando una imagen de 'Buen millonario': una especie de genio con fama de raro, una mente rica en ideas para mejorar el mundo a través del capitalismo filantrópico. Una visión a gran escala que le permitió canalizar a través de su fundación proyectos de vacunación como el que a principios de siglo contribuyó significativamente a erradicar el virus de la polio en África.
Su enorme influencia para conducir recursos millonarios y voluntades políticas hacia proyectos de desarrollo en el mundo, han brindado a los Gates un aura casi sobrenatural. Pero la realidad es que después de viajar por todo el mundo como un patricio, ser nombrado Caballero por la reina Isabel y recibir honores como la medalla del presidente Barack Obama, Bill Gates estaba aburrido. Aburrido de los rigores del protocolo corporativo y del carrusel de presentaciones en foros mundiales. Cansado de lo predecible que es una vida profesional planificada al detalle.
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Así se explica que a Bill le gustara tomar parte en las reuniones informales que celebraba Jeffrey Epstein en su casa, donde manifestaba libremente y durante horas sus ideas sobre el planeta. Cenas y eventos a los que, a pesar del descontento de Melinda, Gates siguió asistiendo para satisfacción de Epstein, por lo general rodeado de mujeres jóvenes y atractivas, según coinciden los asistentes a estas citas.
Reuniones en las que, a la vista de las revelaciones, Bill se quejaba de Melinda sin freno, al tiempo que recibía con agrado los consejos de su anfitrión sobre cómo poner fin a su matrimonio. Según el Daily Beast, Gates llegó a comentarle a su amigo que su matrimonio era «tóxico», una cuestión que «ambos hombres encontraban graciosa».
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Una relación liberadora pero que Gates se cuidó muy mucho de mostrar al público y a su entorno de negocios, como demuestra que se refiriera al estilo de vida de Epstein como «algo intrigante» y «muy diferente» al suyo. Un mes después de que el depredador sexual se suicidara en la cárcel en agosto de 2019, el Wall Street Journal publicó una entrevista en la que el magnate declaró no tener ninguna relación comercial o de amistad con Epstein, extremo este que el Times desmontó al poco tiempo.
Como Melinda se había temido, la relación de Gates y Epstein terminó por salir a la luz en la prensa, algo que no la hizo feliz en absoluto. De hecho, llevaba sin estarlo mucho tiempo. La pareja llevaba una década marcando distancias el uno con el otro, hasta el punto de que la relación se había enfriado y ya sólo se veían con motivo de actos públicos de la fundación. Recientemente, Gates confió a sus amigos cercanos en un campo de golf que hacía tiempo que vivía un matrimonio sin amor y que ambos llevaban vidas separadas. Su lenguaje corporal era frío y que la complicidad brillaba por su ausencia.
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Melinda French Gates, que es quien ha solicitado el divorcio, ha señalado que ambos continuarán su trabajo en la fundación, cuyos objetivos comparten a pesar de no poder ya «crecer juntos como pareja». Los expertos hablan en los medios de una separación de bienes al 50%. También especulan que el asunto se pondrá «feo», a pesar de haber firmado un «contrato de separación» de mutuo acuerdo. Ella, que no ha solicitado un cambio de nombre, ha declarado no necesitar manutención del cónyuge.
La pareja tiene tres hijos en común a quienes se atribuirán activos en el proceso de separación. Ambos continuarán siendo copresidentes y fideicomisarios de la fundación, y trabajando conjuntamente en las estrategias y dirección general de la organización. Aun así, los Gates orientarán en lo sucesivo su actividad a proyectos separados, relacionados cada uno con sus respectivas áreas de interés. Será el caso de la influyente división de temas sobre la mujer, con la que Melinda está comprometida en cuerpo y alma. Lo que no parece que vaya a cambiares el interés público que suscita la poderosa pareja, ya esté junta o separada.
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