El Papa conversa en prisión con Ali Agca, autor del atentado. REUTERS

Cuatro décadas de sombras sobre el atentado de Juan Pablo II

El 13 de mayo de 1981 el terrorista turco Ali Agca disparaba contra el Papa polaco en un intento de magnicidio que sigue lleno de interrogantes

darío menor

Corresponsal. Roma

Jueves, 13 de mayo 2021, 00:11

Roma, miércoles 13 de mayo de 1981, día de la Virgen de Fátima. Una ambulancia trata de abrirse paso entre el endiablado tráfico de media tarde de la Ciudad Eterna. El vehículo tiene la sirena rota, por lo que al conductor no le queda otra ... que tirar del claxon para intentar llegar lo antes posible al Policlínico Gemelli, un hospital situado en la zona noroeste de la capital italiana. En el interior de la ambulancia un peculiar enfermo se debate entre la vida y la muerte: se trata de Juan Pablo II, que unos minutos antes ha recibido dos disparos del terrorista turco Ali Agca en la plaza de San Pedro del Vaticano durante la celebración de la habitual audiencia general de los miércoles. La primera bala le ha entrado por el abdomen, mientras que la segunda le ha fracturado el dedo índice de la mano izquierda, rozándole además el brazo derecho.

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40 años después de aquel suceso que conmocionó al mundo, las sombras siguen cubriendo este atentado en el que, para muchos católicos, Karol Wojtyla consiguió salvar la vida de milagro y gracias a la intercesión de la Virgen. Así recuerda aquellos momentos el cardenal Stanislaw Dziwisz, arzobispo emérito de Cracovia y, en aquella época, secretario personal del Pontífice polaco: «En la ambulancia el Papa se puso a rezar a la Virgen. Se escuchaban pocas palabras, pero repetía el nombre de María. Y en la misma ambulancia pocos minutos después del atentado el Papa había perdonado a quien le había disparado, aunque no sabía quién había sido», cuenta Dziwisz en una entrevista con TV2000, el canal de televisión del episcopado italiano.

El atentado a Juan Pablo II se ha visto envuelto en estas cuatro décadas en numerosas teorías interpretativas. Basta pensar que el propio Agca, al que bloquearon en la plaza dos religiosas, impidiendo que fuera linchado por la muchedumbre, ha ofrecido 52 versiones distintas para explicar qué le llevó a disparar contra Wojtyla. Lo recuerda el periodista Antonio Preziosi en su libro 'Il Papa doveva morire' (El Papa debía morir, editado en italiano por San Paolo). La lista de supuestos instigadores del magnicidio es larga y con nombres para todos los gustos: desde Irán hasta el islamismo radical, pasando por los Lobos Grises (un grupo extremista turco) y, por supuesto, los servicios secretos soviéticos por medio de una pista búlgara. Para la URSS, Juan Pablo II era un personaje incómodo, que con su apoyo al naciente sindicato polaco Solidarnosc contribuyó al desmoronamiento del bloque comunista.

Dziwisz recuerda que los médicos que atendieron a Wojtyla en el Gemelli lo daban casi por desahuciado. «La situación era grave. No estábamos preparados para una emergencia de este tipo. Primero lo llevaron a la décima planta y luego bajamos a la novena. Finalmente llegamos a la sala operatoria. Los propios médicos que lo operaron, en primer lugar el profesor Crucitti, me confesaron que no creían que fuera a sobrevivir», asegura en la revista 'Famiglia Cristiana' el antiguo secretario personal de Juan Pablo II, al que incluso pidieron que le diera la extremaunción. «Era como si me dijeran que no había nada que hacer. Con el alma rota se la di».

Para sorpresa de los médicos y alegría de los fieles, que rezaban hincados de rodillas en la plaza de San Pedro pidiendo su curación, Wojtyla superó la operación y salvó la vida. El domingo 17 de mayo, cuatro días después del atentado, mandó un mensaje grabado desde la cama del hospital para la oración del Regina Coeli, en el que aseguró que había «sinceramente perdonado» al «hermano» que le había disparado. Lo dijo entonces con palabras pero, dos años después, también lo hizo con gestos cuando, en otro momento para la historia, visitó en la cárcel romana de Rebibbia a Agca, que había sido condenado a cadena perpetua. Tras pasarse casi treinta años en prisiones de Italia y Turquía por este intento de asesinato y otros delitos, el terrorista turco, que asegura estar arrepentido, fue liberado en 2010 y vive en Estambul, aunque trató antes de residir en Polonia, Portugal e incluso el propio Vaticano.

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