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Cruz Roja nunca se había enfrentado en España a una devastación tan masiva como la de la terrible DANA que asoló Valencia hace ya dos semanas y eso es mucho decir para una organización que contempla 160 años de historia. Pero la enormidad del reto que asume ahora con las riadas, por encima de otras catástrofes, como Biescas, Lorca o La Palma, ha exigido un planteamiento también enorme.
Se trata de su operación más compleja por la magnitud del fenómeno (una precipitación nunca vista), por la extensión de terreno afectada (4.500 kilómetros cuadrados, casi tantos como las Islas Baleares) y también por la concentración de la población en zonas muy densamente pobladas con calles muy estrechas. Cruz Roja Española ha utilizado todos sus medios en Valencia, con la vista puesta en el corto plazo, pero también en el medio y en el largo. «Estábamos antes, estamos ahora y estaremos después», sentencia el director de Emergencias de Cruz Roja, Íñigo Vila, que lidera sobre el terreno todo el dispositivo.
«Cuando todo empezó, respondió nuestra gente de Utiel y Requena y después se montaron los albergues y se ofreció el avituallamiento en las zonas afectadas. Una vez asegurados los accesos por carretera, pudieron llegar después muchos más medios», recuerda Vila. En total, 4.868 trabajadores de Cruz Roja movilizados, entre técnicos y voluntarios, 191 equipos, 28 puntos de distribución, 200 vehículos, 16 ambulancias y varias embarcaciones en busca de los desaparecidos en la Albufera han participado hasta el momento en un operativo que ha alojado, por lo menos durante una noche, a 4.000 personas.
El despliegue de Cruz Roja se dirige desde la sede de Salvamento Marítimo, en Pinedo, un espacio que se ha rebautizado como el Centro de Recepción de Medios de la DANA. «La línea divisoria entre el desastre y el orden radica en la logística», dice un cartel. Aquí, un enorme pabellón alberga los alimentos y los materiales recibidos; aquí llegan también los voluntarios, que se preparan para acudir a la zona cero; y desde aquí se diseña a diario una estrategia capilar que trata de llegar a todos los puntos de la tragedia, con una actualización continua de las necesidades gracias a la información que los hombres y mujeres del chaleco rojo captan sobre el terreno.
Una cierta amargura, sin embargo, sobrevuela el ambiente. Durante la DANA, Cruz Roja ha sufrido en las redes sociales, cuenta María Tremor, directora de Comunicación de Cruz Roja Española. «Dicen que no nos donen dinero porque lo gastamos en sueldos, en lugar de en los damnificados, pero no vale la pena ni desmentir estos bulos porque nuestras cuentas son públicas. Y nos acusan de atender solo a inmigrantes: este es el origen de la campaña de odio», dice Tremor.
Pero no hay tiempo para lamentos. La jornada comienza muy temprano, con un 'briefing' a las ocho de la mañana en el que se reparten las tareas. Pronto llegan los voluntarios, que a través de las organizaciones territoriales de Cruz Roja, desembocan en la central valenciana. Se les da la bienvenida y en una reunión se les alecciona sobre el municipio a la que se dirigen y el trabajo que tendrán que hacer ese día: si al principio tocaban tareas de limpieza y desescombro, ahora los esfuerzos se centran en repartir comida, llevar medicinas o acompañar a los enfermos. A las nueve ya están en camino los primeros vehículos.
Este lunes, en esa capital de la solidaridad levantada en Pinedo, el operativo del día se enfoca en la DANA que castigará desde hoy la zona cero. Por eso, los técnicos tienen otra misión: repartir 1.800 kits familiares de primera necesidad, con un radiador eléctrico de bajo consumo, mantas, sábanas desechables, un colchón hinchable y un neceser de higiene personal, que debían beneficiar a 9.000 personas vulnerables. Además de eso, la organización mantiene el resto de sus frentes abiertos, pero la amenaza de más precipitaciones centra los esfuerzos.
En las calles de Sedaví, dos voluntarias de Cruz Roja acompañan a María José Ortiz, la notificadora del municipio, en el reparto de los kits antiDANA. Este es el mejor ejemplo de la colaboración de Cruz Roja con las Administraciones, un complejo engranaje en el que en algún punto participan el Gobierno central, la Generalitat, la Diputación de Valencia y los ayuntamientos locales. Vicente Duval, vecino de Sedaví, agradece el colchón hinchable porque «la lluvia se llevó todo y solo quedó el somier». Y el reparto continúa.
A pocos metros, en el instituto de Sedaví, Alonso Correoso, que antes de la tragedia trabajaba en la Oficina Provincial de Valencia, ha organizado un centro de distribución que autogestionan los vecinos con la ayuda de Cruz Roja y que funciona como un reloj. Por ahí ha pasado todo Sedaví, 11.000 habitantes, en busca de comida o de ropa, y este martes, también, de los kits. «Mucha gente no tiene otro sitio donde ir», cuenta este técnico, que ha recibido y ordenado toneladas de alimentos, y al que también ha tenido que decir 'no' alguna vez. «Me ha tocado pedir a algunas personas que no traigan más comida porque ya no tenemos capacidad», explica.
En Paiporta, cerca del destrozado barranco del Poyo, Cruz Roja también reparte el kit. Paula Balaguer lo agradece. «Si no fuera por la solidaridad, no podríamos haber salido adelante», afirma esta joven, con el susto y la tristeza todavía en los ojos. Al lado, en un puesto sanitario, un enfermero cura a una voluntaria que se ha hecho un corte en el brazo. Queda una tarea infinita, y más que nunca cobra sentido el lema de Cruz Roja en esta emergencia: «Estuvimos, estamos y estaremos».
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