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ROSA M. RUIZ
Domingo, 18 de abril 2021, 00:23
«En general, la gente recibe nuestra llamada con mucha educación e intenta mantener las formas, pero muchos de ellos están convencidos de que les estamos tomando el pelo». La que habla así es Beatriz Cobo, una de las encargadas de localizar a las ... personas que pidieron visitar la cueva original de Altamira entre los años 1999 y 2002. Una labor que bien podría servir de marco a un episodio de la serie CSI. En aquella época y en este país muy pocos eran los privilegiados con teléfono móvil o correo electrónico, por lo que todas aquellas solicitudes llegaban al Centro a través del correo postal o en el mejor de los casos por fax, explica Cobo.
Así que su trabajo y el de sus dos compañeras, Marta Martínez y Elena Gil, no está exento de complicaciones ya que la mayoría de las veces los solicitantes han cambiado de número de teléfono, de dirección o incluso han fallecido. Pero ellas, que se lo toman con un gran optimismo, no cesan en su empeño. «A veces nos encontramos con faxes en los que la tinta está prácticamente borrada y falta alguno de los números», comenta.
Una vez localizados, contactan con ellos por teléfono o correo electrónico. Y ahí empieza un anecdotario casi tan largo como ese listado. «A todos les sorprende la llamada casi de la misma forma que les ilusiona», comenta. Y hasta ahora nadie ha rehusado la visita. «Sólo una señora nos dijo que con el covid no están las cosas para visitar cuevas».
Marta Martínez y ella misma son las encargadas de acompañarles al interior de la cavidad y aseguran estar encantadas con la cara de felicidad y emoción que se les queda a los grupos cuando salen de visitar el techo de polícromos. «Hay personas que hasta lloran, pero a mí lo que más me ha impresionado ha sido una familia, de aquí, de Santillana del Mar, que entró recientemente y que permaneció en silencio y de la mano durante los ocho minutos que estuvieron bajo el techo».
Y ella misma, que por su trabajo ha entrado en la cueva decenas de veces, confiesa: «Se me sigue poniendo la piel de gallina».
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