J.V. Muñoz-Lacuna
Toledo
Lunes, 1 de abril 2019, 13:59
«Movil Kitchen». Así se llama el viejo contenedor de un barco de doce metros de longitud desde el que cada día se alimentan cerca de 300 refugiados del campamento de Moria, en la isla griega de Lesbos, gracias a la solidaridad de un español ... de Guadalajara: Julio García.
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En noviembre de 2015 llegó a esta isla para ayudar a los refugiados que llegaban desde Turquía con el sueño de vivir en la Unión Europea. «Vine para estar poco más de un mes en lo que era mi primer voluntariado para echar una mano y, después de haberle dado muchas vueltas a la cabeza para seguir ayudando, llevo más de tres años». Así recuerda este hostelero lo que rodeó a aquella decisión que ha cambiado su vida.
A través de la asociación «Acción Directa Sierra Norte» de Guadalajara, de la que su esposa es vicepresidente, puso en marcha un proyecto que hoy es una realidad: utilizar el contenedor de un antiguo barco para alimentar a los recién llegados a este campamento. «Las primeras cocinas las montamos en en el suelo, con ollas de 200 litros metidas en grandes tiendas de campaña y cocinando a saco todos los días. Así empezamos a dar de comer a los que llegaban desde Turquía, gente que rescataban en el mar Egeo y que venía con esperanzas», relata Julio, que ahora contempla una realidad más negativa: «Antes la gente llegaba y seguía su camino pero ahora es peor. La gente está atascada y sin esperanza ni servicios. La gente sigue muriendo en la playa. Es una realidad silenciada porque al final este tipo de situaciones se normalizan y dejan de ser noticia».
El «Movil Kitchen» tiene capacidad para elaborar «2.000 raciones de emergencia y 1.200 raciones dignas al día pero actualmente sólo hacemos unas 300 porque nos faltan recursos». La asociación «Acción Directa Sierra Norte» es la que se encarga de recaudar fondos en España a través de charlas y rifas. Cada plato con comida tiene un coste de un euro y cada mes se necesita recaudar unos 6.000. De momento, el proyecto sigue adelante y son los propios refugiados los que cocinan. «Se integran y al mismo tiempo se forman en la hostelería de cara a su futuro porque muchos no saben leer ni escribir y carecen de formación», cuenta este hostelero alcarreño al que siempre le ha encantado cocinar «aunque es inmensa la satisfacción que consigo haciendo esto que para mí es tan grande y no tiene precio».
El que sí ha tenido que pagar se sitúa en el plan personal: su esposa y dos hijos siguen viviendo en el pequeño pueblo de Albendiego (Guadalajara) mientras él ofrece su tiempo y experiencia a miles de kilómetros, en un campamento con capacidad para 2.150 refugiados en el que hoy viven 6.400. «Mi familia me apoya y es complicado no estar con los míos pero compensa la satisfacción de ayudar», indica Julio García cuyo proyecto sigue creciendo: «Hemos abierto una panadería de pan árabe desde la que elaboramos 1.500 unidades al día. La idea es que los propios refugiados hagan una cooperativa y entiendan la importancia y la necesidad de unirse porque su futuro es negro si van solos».
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