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Darío Menor
Corresponsal en Roma
Jueves, 26 de abril 2018
Año 79 después de Cristo. Después de avisar durante los días anteriores con varios terremotos, el volcán Vesubio entra en erupción. A menos de 20 kilómetros del cráter está Pompeya, donde un niño o una niña (no se sabe aún el sexo) de entre 7 ... y 8 años trata de salvar la vida escondiéndose en las termas centrales de la ciudad, todavía sin agua porque están a punto de ser inauguradas. Se acurruca junto a una pared esperando que el techo aguante la lluvia de rocas y cenizas que caen en los primeros momentos. El edificio no se viene abajo y el pequeño logra sobrevivir hasta que llega el verdadero causante de la muerte de la mayoría de los pompeyanos: la nube de flujo piroclástico, una mezcla de gases y de materiales volcánicos que lo sofoca de inmediato.
Su cuerpo queda petrificado como el de los alrededor de 20.000 vecinos de esta urbe convertida hoy en una de las mayores joyas arqueológicas del mundo y que sigue ofreciendo nuevos hallazgos. El último es el del esqueleto de aquel niño, trasladado el martes a un laboratorio desde el lugar donde fue localizado gracias a los dispositivos tecnológicos que utilizan los arqueólogos. Los huesos del crío, a los que sólo les falta una parte del tórax, la mandíbula y fragmentos de las piernas y brazos, serán sometidos a pruebas de ADN para intentar determinar el sexo, la edad exacta y sus posibles enfermedades.
«Es un hallazgo extraordinario», asegura Massimo Osanna, director general del Parque Arqueológico de Pompeya. Hacía 20 años que no se encontraban huesos humanos en este yacimiento cercano a Nápoles, mientras que los expertos no recuerdan que se localizaran restos de un niño desde al menos medio siglo atrás. Tras su descubrimiento en 1748, Pompeya ha combinado las excavaciones con la fascinación entre el gran público. El año pasado recibió a 3,4 millones de visitantes.
El esqueleto del pequeño estaba bajo diez centímetros de sedimentos en una zona en la que ya estuvieron excavando los arqueólogos entre 1877 y 1878. Los expertos no acaban de explicarse por qué lo dejaron allí. «Debemos intentar entender lo que sucedió exactamente. Probablemente la víctima fue hallada, porque hemos encontrado las piernas colocadas al lado de la cadera, pero luego no siguieron excavando», sostiene Osanna. Es posible que no quisieran remover los huesos por respeto o incluso por miedo a que les trajera mala suerte, un temor muy presente todavía entre los habitantes de la zona de Nápoles.
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