Uno se pregunta a veces en qué punto del camino se apartó de lo que con 5 años era su deseo inquebrantable: surcar los Siete Mares, hollar las cumbres más altas, descender los ríos más turbulentos. Observar el crepúsculo encaramado a una duna o abrirse ... camino a machetazos por la jungla entre una sinfonía de chillidos pavorosos. Nacho Dean ha conseguido eso y mucho más. A sus 40 años, este malagueño de discurso entusiasta y cabeza bien amueblada es el primer hombre que ha dado la vuelta al mundo a pie, en solitario y sin asistencias, misión a la que consagró más de tres años y que le llevó a recorrer nada menos que 33.000 kilómetros. No le bastó. Poco después se embarcó -o mejor dicho, se zambulló- en otro proyecto que para cualquier otro sería una quimera: unir a nado los cinco continentes. La estrella polar que guía sus pasos ha sido y es la conservación del planeta. Mientras pergeña su siguiente desafío, compagina su condición de coach, escritor y conferenciante con pasear a Mar, el bebé que llegó con la pandemia para demostrarle que la mayor aventura le aguardaba en casa.
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6.00 horas. Me gusta empezar la mañana haciendo estiramientos y meditando sobre una esterilla. Son las horas más tranquilas, cuando el mundo aún no se ha despertado y puedo hacer un repaso de lo que tengo por delante. Soy una persona de rutinas muy marcadas. Y más ahora, que acabo de ser padre y la niña me deja poco margen.
8.30 horas. Empiezo a preparar charlas y conferencias, algo que consume bastante tiempo. No tratan sólo de mis viajes, también de sostenibilidad, de resiliencia, del futuro de la UE a corto y medio plazo. Hay que redactar discursos, tenerlo todo bien argumentado, investigar... Cuando escribo es todavía más exigente. Cada libro -ha firmado dos, 'Libre y salvaje' y 'La llamada del océano'- me lleva nueve meses, ocho horas de inmersión diaria.
19.00 horas. Cada expedición requiere un plan de entrenamientos específico. Cuando estaba preparando 'Nemo' -unir a nado los cinco continentes- me saqué un bono de piscina y me tiré un año haciendo largos dos horas al día. Ahora salgo a correr cuatro días por semana. Vivo en El Escorial, rodeado de naturaleza. Son circuitos exigentes, de un par de horas cada uno, entre 15 y 20 kilómetros, con repechos, subidas y bajadas constantes... No llevo Strava (una aplicación de seguimiento deportivo) ni GPS. Me gusta exprimirme. Mi pareja es veterinaria y salgo cuando ella ha vuelto a casa y me da el relevo con la niña.
7.00 horas. Si estoy de viaje igual me tengo que conformar con un café, pero en casa el desayuno es fundamental. Zumo de naranja, batidos de fresa y plátano, tostadas con tomate y aceite de oliva, el tazón con cereales... Eso entre semana, porque los domingos, añado algo de jamón y queso, un poco de dulce... Hay que empezar el día con energía: cuerpo y mente funcionan con azúcar. Cuando estoy fuera la experiencia es tan exigente que vuelvo consumido. He llegado a perder hasta 10 kilos.
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12.00 horas. Dos veces por semana me dedico al coaching, ayudo a personas a lograr sus objetivos personales. Son sesiones de una hora.
15.00 horas. En mi imaginario particular ocupan un lugar de honor Félix Rodríguez de la Fuente o Miguel de la Quadra-Salcedo; también Julio Verne, Rudyard Kipling y, cómo no, Jack London. Me encanta 'Colmillo blanco', ambientado en la Alaska de la fiebre del oro. Un autor muy ligado a la supervivencia, a lo salvaje, que recorrió el mundo desde el Yukón hasta Guinea Papúa.
10.00 horas. Parte de mi trabajo consiste en preparar mi próxima expedición, que será hacia mayo o junio del año que viene. Entrenamiento, financiación, búsqueda de patrocinios, logística... Son tantos cabos por atar que el tiempo se me pasa volando. No puedo adelantar mucho del proyecto, pero tiene que ver con recorrer los océanos y hacerlo a vela. Esta vez la idea es crear comunidad, implicar a mucha gente en la conservación de los océanos.
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17.00 horas. Estudio inglés con una profesora nativa. Cuando estoy fuera es el idioma del que me sirvo para hacer trámites, lograr visados o cruzar fronteras. Aunque lo normal es funcionar con lenguas locales: acabas aprendiendo cuatro palabras de farsi aquí, media docena de pastún allá... lo justo para apañarte. El inglés que estudio ahora está más enfocado al mundo empresarial, el liderazgo y la sostenibilidad.
10.00 horas. Colaboro con 'Sin atajo', un programa de RNE donde relato mis expediciones. Son apenas 10 minutos, pero lleva más tiempo prepararlos que grabarlos. Lo hago desde casa y luego son los magos de la mesa de mezclas los que lo editan y le añaden música.
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14.30 horas. En casa la que cocina es Sara, aunque yo también me meto en harina. Mi especialidad son los pescados al horno: una lubina o una dorada sobre una cama de patatas panadera y cebolla. Resulta fácil de preparar y muy nutritivo. También las lentejas, con su patatita, la zanahoria, dos hojas de laurel, el compango y un sofrito de aceite y pimentón. Hago una buena cantidad y así tenemos para varios días.
12.30 horas. El viaje requiere de cabeza, curiosidad y coraje. También pasión. Una cabeza soñadora pero con los pies en el suelo. La planificación es fundamental: contactar con embajadas, ponerte vacunas, diseñar itinerarios, tener 'planes b' ante contingencias, equipaje... Empujar tus límites es estimulante, te sientes vivo. Y todo se desarrolla en esa canica azul que llamamos Tierra.
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16.00 horas. Me estoy sacando el título de patrón de yate. Me da las clases mi padre, que fue capitán de la Marina Mercante y cuando se jubiló se dedicó a la docencia. Es muy interesante, pero exige dedicación, sobre todo los ejercicios con cartas de navegación.
11.00 horas. El fin de semana es para la familia. Lo mismo vamos a visitar a mis padres a Madrid que nos vamos de excursión en coche. Toledo, Segovia... Hoy toca Ávila, a una hora de casa. La cara norte de la Sierra de Guadarrama es muy bonita. Salimos tarde para que la niña pueda echar un sueñecito en el coche. Una vez que llegamos, vamos a ver una exposición de fotografía, callejeamos y rematamos la faena con un chuletón.
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21.00 horas. Veo las noticias y pienso en lo mal acostumbrados que estamos. Creemos que tenemos derecho a agua potable, comida y seguridad por el mero hecho de nacer, cuando eso es fruto de conquistas que han llevado su tiempo y que hay lugares del planeta donde ni se plantean. En un mundo de incertidumbres, valores como trabajo y resiliencia son más necesarios que nunca.
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